Nadie al volante
Vamos con piloto automático. Si nadie se sienta enseguida en el puesto de mando, el accidente está asegurado. Estamos en rumbo de colisión con la áspera orografía de un mundo en cambio. Una turbulencia así no se había visto desde hace más de 20 años, y entonces había piloto y dirección.
No hay una sola convocatoria internacional para resolver la crisis libia en la que no aparezcan las divisiones. Ayer fue en la primera reunión del llamado Grupo de Contacto en Doha (Catar) donde se apreciaron las diferencias que separan a los europeos, Francia y Reino Unido de un lado y Alemania del otro. Esta vez la discordancia se produjo sobre la oportunidad de facilitar fondos y armas a los rebeldes, al igual que en el Consejo de Seguridad fue sobre la resolución que permitió frenar por las armas el avance de Gadafi sobre Bengasi.
El final de la guerra fría tuvo un conductor eficaz y esmerado. Estados Unidos estaba al volante. Con las guerras en la antigua Yugoslavia la conducción siguió en manos de Washington, aunque con alguna duda pronto resuelta: Clinton se retiró de Somalia, no intervino en Ruanda y fue decisivo en la estabilización de los Balcanes y la derrota de Serbia; los europeos solos no hubieran llegado a resolver nada. Al conductor dubitativo le siguió otro atolondrado. Pasamos de las abolladuras a los accidentes graves: este fue el caso de Bush hijo, con sus dos guerras de imposible salida, el regalo a Irán de una hegemonía regional inesperada y la pérdida de pulmón geoestratégico en favor de China y de los otros emergentes.
La actual crisis árabe nos ofrece la cruda realidad del mundo sin dirección ni rumbo en el que estamos, expresada de forma práctica por la renuncia de Washington a favor de la OTAN para dirigir la operación de contención militar de Gadafi. Por primera vez, la Alianza Atlántica se halla comprometida en una operación militar sin el liderazgo de la superpotencia que está en el origen y en la razón de ser de la organización. Y no nos engañemos, una OTAN sin el liderazgo de Washington, no es la OTAN; es otra cosa. No es extraño que sea criticada por una cosa y la contraria: Francia y Reino Unido, por falta de resolución; Alemania y Turquía, por las víctimas civiles que hayan podido producirse por sus bombardeos.
Una OTAN con voces tan variadas y posiciones prácticas tan distintas es lo que más se parece a la Unión Europea. Para tener una OTAN que actúe como la UE ya tenemos a la UE. Y si la UE hubiera estado preparada y dispuesta a tomar el mando, no habría más que hablar. Era la oportunidad para dar el paso al frente. Una oleada de cambio en su flanco mediterráneo, que necesita de todo, desde el auxilio humanitario a la acción militar, pasando por el apoyo económico y político a las transiciones, era la ocasión para que surgiera al fin una política exterior y de defensa común europeas. No será así y de esta enorme crisis saldrán dos cadáveres políticos más: el de la OTAN, que no volverá a ser lo que fue, y el de la UE, que jamás llegará a ser lo único que podía dar todo el sentido a lo que todavía es.
Washington actuó y se comprometió inicialmente por la insistencia de Francia y Reino Unido. Sin la decisión de Obama, Gadafi estaría ahora campando a sus anchas y con la rebelión liquidada. Pero después, Obama no ha podido resistir la presión interior, que le desaconsejaba el compromiso en una tercera guerra, rápidamente calificada desde su país como de elección y no de necesidad; para defender valores y no intereses. El nuevo Obama surgido de la derrota electoral de noviembre y de la torturada negociación presupuestaria con los republicanos es un presidente centrista, bajo la vigilancia y dictado del radicalismo del Tea Party, que le impone su agenda de restricción del gasto público y de los impuestos. Su despiste estratégico es colosal. Roger Cohen, comentarista del Washington Post, ha denominado la nueva orientación como la doctrina de la no-doctrina: Obama no tiene estrategia internacional y esta es su estrategia. Ian Bremmer, del think tank Euroasia Group, nos explica que el mundo está gobernado por el G-Cero, que viene a sustituir todas las variaciones sobre la dirección económica del mundo, G-8, G-20 o G-2 (EE UU y China): nadie está ahora al cargo.
Todo esto es de gran interés para comprender el nuevo mundo que surge ante nuestra mirada atónita. Pero luego hay un problema más práctico y urgente que la geopolítica no resuelve, porque debe ser la política la que lo haga. ¿Cómo terminamos de una vez con esta guerra que está desangrando a Libia y desestabilizando toda el área mediterránea?
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