La historia secreta de la revuelta árabe
1 En el aeropuerto de Dublín, mientras espero un vuelo hacia París, las pantallas de televisión de la terminal se llenan de imágenes de las calles de El Cairo abarrotadas de gente que celebra la caída de Mubarak. Lo primero que siento es una alegría total. Lo segundo que siento es que una vocecita insidiosa me está preguntando: ¿Cuánto va a costar esa euforia? ¿Y quién la va a pagar? Lo tercero que siento, avergonzado, es que soy como el cobarde que mientras está echando el polvo de su vida con la mujer de su vida ya está temiendo su tristeza post coitum.
2 Como todo el mundo, he seguido con fascinación la revuelta árabe. Mientras la seguía me he acordado a menudo de un relato de J. G. Ballard titulado La historia secreta de la tercera guerra mundial, donde todo el mundo está tan pendiente de la salud de Ronald Reagan -quien ha sido elegido en 1993 para un tercer mandato- que nadie se da cuenta de que ha estallado la tercera guerra mundial. Algo parecido ha pasado ahora: todo el mundo estaba tan pendiente de los islamistas radicales que nadie se ha dado cuenta de que los países árabes habían cambiado, de que es más fácil encontrar islamistas radicales en Occidente que allí y de que lo que la mayoría de los árabes quiere -aquello por lo que algunos han muerto y muchos se han jugado la vida- es lo mismo que tantos de nosotros despreciamos: una democracia. Una de las cosas más divertidas que se puede hacer estos días es leer a los inevitables profetas del pasado afirmando que lo ocurrido estos días era inevitable, o por lo menos que ellos ya lo habían previsto; lo mismo dijeron tras el triunfo de la democracia española en los setenta y tras los triunfos de las democracias latinoamericanas y de Europa del Este en los ochenta y noventa. Basura. No es verdad que la historia sea siempre imprevisible (en la primavera de 1936, todo el mundo sabía que iba a estallar una guerra en España; en la primavera y el verano de 1939, todo el mundo sabía que iba a estallar una guerra en Europa); pero sí es verdad que casi siempre lo es. Me acuerdo de 1988. Por entonces yo trabajaba en una universidad norteamericana y un día asistí a una conferencia dictada por un ex asesor de Gorbachov que acababa de exiliarse en USA; no recuerdo cómo se llamaba el ex asesor, pero sí lo que dijo: dijo que los occidentales éramos unos ingenuos, dijo que las reformas de Gorbachov sólo eran una añagaza, dijo que la URSS y su imperio eran sólidos, pétreos, inamovibles. Unos meses después cayó el Muro de Berlín y empezó a desintegrarse el imperio soviético. Ahora la sorpresa ha sido similar y para todos, empezando por los árabes, que creían que eran unos cobardes y han descubierto que eran unos valientes. Olé por los árabes.
"Los árabes descubrirán muy pronto que la democracia es el mejor instrumento político inventado"
3 En The Independent, Robert Fisk denuncia la hipocresía de los intelectuales franceses que afirman o insinúan que los árabes no están preparados para disfrutar las libertades que nosotros disfrutamos. Fisk se queda corto. No son sólo los intelectuales franceses. Es Occidente, desde Israel hasta Samuel Huntington, pasando por la mismísima Ayaan Hirsi Ali, quien argumenta en Le Monde que la cultura de la sumisión de los árabes es incompatible con la democracia. Vaya: ¿no es más o menos eso lo que decían sobre nosotros en los años setenta y sobre los latinoamericanos y los habitantes de Europa del Este en los ochenta y noventa? Nadie está preparado para la libertad, igual que nadie está preparado para echar el polvo de su vida; pero hay que ser un perfecto imbécil para no echarlo. ¿Y la depresión post coitum? Llegará, por supuesto: los árabes descubrirán muy pronto que la democracia no es el paraíso, que no le vuelve a uno tan guapo y tan rico como Brad Pitt y Angelina Jolie y que sólo es el mejor instrumento político inventado hasta la fecha; se llevarán una decepción, igual que nos la llevamos nosotros y los latinoamericanos y los habitantes de la Europa del Este, y algunos acabarán despreciando la democracia igual que la despreciamos nosotros, igual que tantos acaban despreciando a la mujer de su vida. Nadie ha dicho que los egipcios vayan a ser más sensatos que nosotros.
4 En el aeropuerto de Dublín leo Diario de la galera, de Imre Kertész; traduzco del francés: "Hay en la vida de un hombre un momento donde toma conciencia de sí mismo y donde sus fuerzas se liberan; es a partir de ese instante cuando podemos considerar que somos nosotros mismos, es en ese instante cuando nacemos. El genio está en germen en cada uno de nosotros. Pero no todo hombre es capaz de hacer de su vida su propia vida. El verdadero genio es el genio existencial". Mientras miro de reojo la euforia de El Cairo en la televisión, me pregunto si lo que vale para los hombres vale para los países, si los egipcios acaban de nacer, si serán capaces de hacer de su historia su propia historia.
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