A la rifa de revoluciones
Un excelente profesor de historia -Pere Molas Ribalta- decía que manejando bien los textos se podía hacer a san Francisco de Asís marxista-leninista; la casuística es extensible como una goma y produce las asociaciones más insólitas. Y algo de eso pasa con la revuelta árabe, que ha entrado en una rifa de revoluciones, a ver con cuál se la emparenta. Así, las protestas democráticas de Túnez, El Cairo, Trípoli, y menos dramáticamente Saná, Argel, Manama y las que estén por caer, sin pedigrí es que no son nada. La lista es un who is who revolucionario. Están 1789 y la Bastilla, pero aún desprovistas de acto final; 1848, la revolución de marzo que tan bien funcionó en Viena, Berlín y París, pero que se quedó en agua de borrajas; y 1989, la que ha tenido más adeptos, con esa proclamación de la primavera de los pueblos que en Europa del Este fue todo un éxito. Todas ellas visiones eurocéntricas, porque la literatura política occidental se rige por el canon europeo. Pero si hay que comparar, comparemos.
La revuelta árabe solo se asemeja a sí misma. No necesita que Europa le preste precedentes
La revuelta egipcia tiene antecedentes a los que remitirse sin salir del país. En marzo de 1919 una protesta popular incendió El Cairo reclamando la soberanía para el pueblo y contra la potencia tutelar, Gran Bretaña, pero también contra la monarquía paniaguada que se escudaba en la fuerza británica. De ese movimiento nació en Egipto el primer sistema de partidos en torno al Wafd (Delegación) de Saad Zaglul, el líder nacionalista de entreguerras, y Londres se sintió lo bastante presionado como para transformar el protectorado -proclamado en 1914- en una independencia de mentirijillas en 1922. Egipto ha sido posiblemente el país donde más veces se ha declarado la independencia porque la operación, de pura forma como la anterior, se repitió en 1936, mientras que solo cabría hablar de recuperación de la soberanía con el golpe del coronel Gamal Abdel Nasser en 1952. El grupo de Oficiales Libres derrocó al rey Faruk, mandándolo a veranear a la Costa Azul, igual que hoy aparca a Hosni Mubarak en el Sinaí. Y enero de 2011 en la plaza Tahrir a lo más que se parece es a junio de aquel año, aunque con matices: el Ejército no ha tomado el poder, sino que lo mantiene porque no ha llegado a abandonarlo nunca, pero ahora lo ejerce directamente.
La revuelta tunecina, pese a ser la que golpeó primero tiene mucho de una gigantesca jacquerie, una protesta contra el mal gobierno a la que el poder, sorprendentemente, no opuso casi resistencia y al precio de un derramamiento menor de sangre, la fuerza detrás del trono, siempre el ejército, le mostró a Ben Ali el camino del exilio. La contrapartida es que la mayor parte de colaboradores del tirano siguen en sus puestos y cuentan con insertarse en la nueva situación; la que sea.
Y queda Libia, donde si hay algún parecido es, sí, con 1989, pero en su versión rumana. El matrimonio Ceausescu inició la resistencia con la matanza de Timisoara, en la que las fuerzas de seguridad hicieron centenares sino millares de víctimas, y la situación no degeneró en guerra civil porque la gran mayoría de los corifeos del conducator se apresuraron a cambiar de bando, asegurando con la sumaria ejecución de Nicolae y Elena, que ambos desaparecieran como molestos testigos y eventuales delatores de las fechorías de su misma dictadura. Pero a lo que no se parece, contrariamente a lo que ha afirmado Hugo Chávez al expresar su apoyo al líder libio, es al golpe que sufrió el propio presidente venezolano en 2002, y del que -de nuevo- le salvó el Ejército a las 48 horas de su derrocamiento. En Caracas hubo un golpe, mientras que contra Gadafi se aúnan tropas y pueblo en un esfuerzo inicialmente democrático, y no una clique de terroristas y agitadores pagados como el árabe sostiene y el bolivariano corrobora. La solidaridad del venezolano solo se ha visto acompañada por la del siempre fiel Daniel Ortega de Nicaragua, lo que subraya el aislamiento de Chávez así como que su movimiento no es monolítico a la vista de la circunspección de Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.
La revuelta de la calle árabe, aun básicamente anónima y por ello, quizá, más fácilmente manipulable desde el bloque dominante en El Cairo, Túnez y ya veremos Trípoli, solo se asemeja a sí misma. No necesita que Europa le preste ninguna revolución.
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