"El arte no sirve para nada, por eso es tan poderoso y tan necesario"
Jaume Plensa (Barcelona, 1955) se ha convertido con los años en escultor de referencia del espacio público. Seúl, Nueva York, Houston, Dallas o Boston, entre muchas otras ciudades, quieren tener un equivalente a la Crown fountain de Chicago o de El alma de Ebro de Zaragoza. En abril llenará el parque de escultura de Yorkshire, en Reino Unido.
Pregunta. ¿Por qué quería ser médico de pequeño? ¿Cree que la ciencia ocupa ahora el espacio de la filosofía?
Respuesta. Lo de medicina era una aproximación poética porque me gusta el cuerpo. Siempre me ha fascinado el científico. Al filósofo, a menudo, le pierde su propio ego, su arrogancia. El científico es humilde en el crecimiento de sus ideas; sabe ir paso a paso y es pedagógico; se le puede acompañar en su crecimiento porque lo desarrolla de forma natural. He aprendido mucho de Einstein o de René Thom, el matemático francés que desarrolló la teoría de las catástrofes. Es probable que también haya conectado mucho con poetas que de manera similar han tenido esta manera de crecer.
"La escultura ofrece a los hombres una relación directa con la divinidad"
P. ¿Ciencia y poesía?
R. Cuando se acuñó el centosegundo, una fracción de tiempo no sé cuantos millones de veces más pequeña que un segundo, que ha permitido ver y entender movimientos celulares que antes se pensaba que no existían, descubrí que tenía una carga poética extraordinaria. No creo que la ciencia sea en sí misma la gran solución, pero admiro al científico como humanista.
P. ¿Por qué hacer ciencia es no tener certezas?
R. Siempre fue así. Ni Copérnico ni Darwin tenían certezas. El científico ha tenido que enfrentarse a una enorme incomprensión de la sociedad, como el poeta o como el artista. No se trata de crecer como artista, sino como persona; el arte es consecuencia de esta premisa. Ahora mismo estoy haciendo una pieza casi taoísta para el MIT de Boston, una universidad esencialmente tecnológica, en la que mezclo alfabetos. Es como la historia del maestro que, frente a una bandera que ondea al viento, pregunta a sus alumnos: "¿Qué veis?". Unos le responden la bandera, y otros, el viento. "No", dice el maestro, "se mueven vuestros corazones". Pues la escultura tiene algo de esto; una relación directa entre el hombre y la divinidad. Son materiales físicos, pero de los que no tenemos capacidad para describirlos, lo que significa que un escultor siempre trabaja en la abstracción. Lo maravilloso de la escultura es la imposibilidad de describirla y la relación directa, primaria, con la materia; tocarla para hablar de cosas que están por encima de nosotros. Puedo hablar de odio o amor, pero no puedo explicar la cena que tuve ayer...
P. ¿Cómo se plantea un encargo para un espacio público?
R. No como una escultura grande. El atractivo del espacio público es que es único e irrepetible. Cada lugar tiene necesidades distintas muy precisas. Siempre he defendido que el arte no sirve para nada, y que precisamente por eso es tan importante y tan poderoso; es una no funcionalidad poética y por eso es tan necesario. En el espacio público esta no utilidad adquiere una carga aún más fuerte porque supone reintroducción de belleza y regeneración. Los arquitectos hacen formas muy sofisticadas y de una gran belleza, pero a menudo sin alma. El artista tiene la capacidad de insuflar una vida, de darle la última pincelada a un paisaje.
P. ¿Cuánto le influye en su trabajo la tecnología?
R. Ha existido siempre. No es posible imaginarse a Canova y al rococó sin la invención y el perfeccionamiento del berbiquí, que permitió hacer todas las volutas de los angelitos. Con el ratón de un ordenador no se puede clavar un clavo; el martillo -una tecnología extraordinaria que se ha perfeccionando muchísimo- sigue siendo necesario. Cuando se nos pase toda esta ensoñación con la tecnología, nos daremos cuenta de lo relativo de su papel.
P. Usted funciona por libre, desde una nave industrial a medio camino del aeropuerto. ¿Qué piensa del arte subvencionado que solo funciona en un museo?
R. Los últimos años han visto el nacimiento del museo como lo entendemos hoy, una institución que forma parte del día a día del artista. Hay muchos artistas cuya primera exposición ya es en un museo. Parece una contradicción, pero quiere decir que la función del museo también ha cambiado profundamente. Pero el arte ha de poder sobrevivir al gusto de su época. William Faulkner, cuando le dieron el Nobel, dijo: a veces me sorprende ver la obsesión de un escritor joven por publicar y cómo se olvida de que este no es el problema de la escritura; la escritura es la relación del escritor con su propio corazón. Creo que hay que volver a contemplar el arte con esta perspectiva. El arte no es el problema de poder exponer. ¿Cuántos grandes artistas hay en la historia del arte que jamás expusieron? Muchos se llenan la boca con palabras como estrategia. Tal vez tendríamos que cortarnos una oreja como Van Gogh, porque si era una cuestión de estrategia, lo hizo muy bien para pasar a la historia del arte. Me identifico más con Elias Canetti cuando escribe que hemos de intentar que se nos entienda tan mal como el murmullo de los ángeles. Es la voluntad no de que te entiendan, sino de que no te entiendan.
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