Año de calvario
Zapatero afrontará el final de legislatura con protestas sociales y probable debacle electoral
Zapatero afronta el tramo final de su segundo mandato con más incertidumbres que certezas. Ni siquiera su continuidad está asegurada, ni en el Ejecutivo que llegue hasta las elecciones generales ni, menos aún, en el próximo cartel de los socialistas. Lo que le aguarda, en cualquier caso, no es un simple compás de espera, sino un calvario político al que no puede poner fin hasta después de mayo ni tampoco prolongar con el único propósito de agotar la legislatura.
Al iniciarse la crisis, Zapatero se presentó sucesivamente como baluarte ideológico frente a la recesión, como víctima impotente de sus efectos y, finalmente, como líder que se inmolaba por llevar a cabo las políticas necesarias. Demasiados papeles, nunca asumidos por propia voluntad sino por el empuje de las circunstancias, como para no transmitir la imagen de improvisación con la que tiene que lidiar en estos difíciles momentos.
Al estancamiento de la situación económica se sumarán en breve dos factores que complicarán aún más este final de legislatura. El primero es el eventual recrudecimiento de la protesta social tras los aumentos de precio de los suministros básicos y la reforma de las pensiones, a la que seguirá la de la negociación colectiva. Por más que los líderes sindicales se mostrasen dispuestos al diálogo, el inevitable malestar provocado por las últimas medidas del Gobierno les deja sin excesivo margen de maniobra. Después de la credibilidad del presidente del Gobierno, es la de los líderes sindicales la que podría estar en juego.
Las elecciones autonómicas y municipales de mayo constituyen el segundo factor que determinará el rumbo político de 2011. Si los pronósticos se cumplen y el partido socialista sufre una severa derrota, Zapatero habrá empleado ya todos los instrumentos de los que teóricamente disponía para ofrecer una respuesta a la altura. Una nueva remodelación del Gobierno resultaría insuficiente, salvo que implicara la renuncia del propio Zapatero. Y aun en este supuesto, como en el de un hipotético adelanto electoral, el partido socialista tendría que resolver el problema de la elección de un nuevo líder.
A no ser que mediasen imprevistos difíciles de imaginar, las incógnitas del nuevo año no residen tanto en la continuidad o no de Zapatero como en la manera en la que llevará a cabo su salida de escena, tras el calvario político que tiene ante sí. Los barones socialistas que ven amenazada su continuidad reiteran los mensajes de distancia hacia Zapatero, lo mismo que los principales candidatos municipales. Es decir, quienes no dudaron en plegarse a su poder cuando era ascendente tampoco dudan ahora en cuestionarlo al declinar su estrella, pese a que las políticas que Zapatero desarrolla ahora no son las frivolidades de entonces. Lejos de ponerse a salvo del naufragio, esos barones y esos candidatos municipales que buscan distanciarse de su partido están contribuyendo a precipitarlo.
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