No Tan Gordo
Estábamos tomando algo en la cafetería del tren cuando un hombre de mediana edad se dirigió a voz en grito hacia nosotros con un teléfono en la mano. Como se suele hacer en estos casos, cuando te hablan extraños, fingimos no darnos cuenta, pero el hombre, visiblemente alterado quién sabe si por culpa del alcohol o por culpa de la vida misma, insistió en reclamar nuestra atención mientras agitaba su teléfono. Al parecer le urgía enseñarnos algo. Con frecuencia uno se equivoca al pensar, en situaciones similares, que bastará con simular un segundo de interés para que la molestia se esfume, o pase de largo. Equivocados, decidimos hacer caso a aquel hombre ruidoso y miramos por un segundo la pantalla de su móvil. Lo que vimos fue una foto del mismo hombre, vestido con una camisa blanca y los brazos abiertos, tomada en una calle cualquiera de una ciudad que no fui capaz de reconocer. "¿Qué os parece?". Preguntó ese buen señor. No supimos a qué se refería, así que despachamos la cuestión respondiendo que muy bien, que nos parecía una foto muy bonita. Ahí dimos por zanjado el asunto, pero evidentemente él no. Él no había hecho más que empezar. "Eso pienso yo", dijo, "pero tengo un compañero en la oficina que piensa que salgo gordo".
Estas fotos engañan y el problema es que ya la he colgado en mi Facebook"
"Es la camisa", dije yo, "al llevarla por fuera te hace un poco más ancho". Tratamos de girarnos para darle a entender que con eso se acababa la charla, pero el hombre, muy hábilmente, se coló entre mi acompañante y yo de manera que si alguien hubiese entrado en ese instante en la cafetería del tren nos hubiera tomado por tres buenos amigos hablando animadamente de nuestras cosas. "Es la camisa", coincidió el intruso, "si hubiese sido negra o si la hubiera llevado por dentro del pantalón, no haría ese efecto, además ese día hacía un poco de aire y la camisa se infla, por eso parezco más gordo".
"Eso es", se atrevió a decir mi acompañante, "está claro que no estás tan gordo".
"No estoy nada gordo", dijo él, subrayando la palabra nada un poco molesto.
"Nada gordo", intervine yo, corrigiendo sin querer a mi amiga.
"A eso me refería", dijo entonces ella, molesta a su vez al ver cómo me ponía por un segundo del lado de un perfecto desconocido.
"En cualquier caso", continué, pues la cosa tenía ya mal remedio, "no veo yo qué importancia pueda tener salir más o menos gordo en una foto de tu propio teléfono móvil, tú ya sabes cómo eres".
"Ah, yo sí lo sé, pero estas fotos engañan y el problema es que ya la he colgado en mi Facebook y tengo otra compañera que piensa que no debería uno colgar en Facebook fotos en las que parece más gordo o más calvo de lo que está porque mucha de la gente que te ve en Facebook no te conoce y puede pensar que eres así en realidad".
"Siempre puedes borrarla", dijo mi amiga, muy sensatamente.
"Eso sería aún peor", contestó el intruso, que no era gordo en realidad, pero sí paradójicamente bastante pesado.
"¿Por qué?", preguntó ella.
"Porque parecería un gordo que se avergüenza de serlo en lugar de parecer un tipo delgado en una mala fotografía tomada en un día de viento con la camisa por fuera".
"Ahí tiene usted razón", comenté, pensando que al dejar de tutearle se daría cuenta de que gordo o no, no nos conocíamos de nada y que ya estaba bien de murga.
"No me des la razón como a los locos", respondió con un tono de decidido enfado, no ignorando del todo que mi "usted" era una invitación a largarse con su foto a otra parte.
"En fin", continuó, "supongo que os importa poco todo esto".
"Efectivamente", dijo mi querida amiga tratando de rematar el asunto de una vez por todas.
El hombre guardó su teléfono y se quedó allí, entre mi amiga y yo, forzando un largo silencio. "El tonto soy yo", concluyó cuando vio que la situación era lo suficientemente incómoda, "el tonto soy yo por preocuparme siempre por los demás".
Dicho esto se fue de la cafetería cabizbajo, y mi amiga y yo nos quedamos solos, sintiéndonos absurdamente culpables.
"La verdad es que un poco gordito sí que era", dije yo.
"Más bien fuerte", me corrigió mi amiga, abusando de eso que Tennessee Williams llamaba la bondad de los desconocidos.
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