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El tren de Bamako llega al fin a La Habana

La idea original del mítico proyecto Buena Vista Social Club cristaliza 16 años después en un disco y una gira

Daniel Verdú

Cuando regresó al hotel de Rotterdam, Eliades Ochoa, sombrero negro de guajiro y guitarra al hombro, encontró a un africano sentado en el hall tocando un extraño instrumento. Con un gesto, le pidió que aguardara un segundo y desenfundó su guitarra de ocho cuerdas, su guitarra Tres, la que un día diseñó un campesino para adaptarla el son cubano. El negro que empuñaba aquella kora, una suerte de arpa atravesada por 21 cuerdas, era el maliense Toumani Diabaté, y el sarao que montaron ante todos los clientes fue tan grande que llegó a oídos de Nick Gold, gran productor de world music. Trece años antes había intentado juntarles en La Habana para grabar un disco que por culpa (bendita culpa) de unos visados terminó siendo Buena Vista Social Club. "Lo del hotel fue definitivo para reactivar el proyecto. Pero cuando uno tiene una deuda, no duerme tranquilo", lanza Ochoa en el jardín de la plaza de Oriente de Madrid.

"Nos entendimos a través de la música", explica el maliense Toumani Diabaté

Ahora asoma, al fin, Afrocubism (World Circuit-Nuevos Medios). El viejo sueño de Gold de unir la música africana y cubana hecho disco (en parte grabado en Madrid) con artistas como Ochoa -uno de los pocos supervivientes de Buenavista...- y Toumani Diabaté (que representa la generación 71 de su familia que toca la kora); pero también con el Cuarteto Patria, Bassekou Kouyaté (n'goni) o Lassana Diabaté (balafón). Un encuentro que apunta a hito y que, con mucho ingenio legal para conseguir todos los visados, empieza a girar el martes desde Oslo por todo el mundo.

Pero claro, nadie habla la lengua del otro en esta banda ni se defiende en inglés. "Chico, el idioma es esto", dice Eliades tocando la caja de su guitarra. "Este es el idioma universal. ¡El La!, esa nota está en todos los instrumentos. La armonía y la alegría hacen el resto", insiste el cubano. Un sonido inclasificable y de extrema belleza que tanto remite al blues del desierto en algunos momentos como al son cubano.

Al otro lado del teléfono, desde París, Toumani Diabaté le da la razón: "Conozco algunas palabras en español de cuando grabé mi disco con Ketama. Pero aquí ha hablado la música". "Este disco fue una improvisación que fuimos consolidando. Un bebé que ahora tiene que crecer y madurar. Pero no me gusta que se compare con Buena Vista..., porque es otra cosa, más colorida, para mí más equilibrada. Hay que llamar al león por su nombre y a la vaca por el suyo", pide. Tampoco Gold ni Eliades creen que se pueda reeditar el fenómeno de aquel disco. "La industria no lo permite ya", señala el productor, a quien Diabaté define como "un pequeño Quincy Jones".

El proyecto se presentó el pasado agosto en La Mar de Músicas de Cartagena (Murcia) en lo que Ochoa y Diabaté definen como el último ensayo. "Es un disco muy especial. Un all star de músicos, por eso los trajimos. Además, necesitaban un espacio para ensayar unos días y pudimos ofrecérselo", explica Paco Martín, director del festival.

La world music era hasta no hace mucho un asunto minoritario, un género pegado al gusto por lo étnico y de acotado público o festivales, como La Mar de Músicas. Pero ese sonido se ha filtrado en el mundo del rock, del indie y del hip-hop a una velocidad de vértigo. Artistas como M.I.A con sus viajes sonoros a India o Sri Lanka; Buraka Som Sistema con el Kuduro de Angola; Diplo y sus Major Lazer, profundamente contaminados por el baile funk de las favelas; Damon Albarn y sus Gorillaz... Todos ellos suenan a lejanos países, pero con un resultado sonoro pulido por los controles de pasaportes y los gustos occidentales que permiten triunfar en festivales como Sónar o Primavera Sound. Un simulacro glocal, en suma, del sonido original. "Sí, quizá es el momento de abandonar el nombre de world music. Estamos llegando a un punto en el que un gran porcentaje de música que se produce podría estar encasillada bajo esa etiqueta que, en realidad, se creó solo para ordenarla en las tiendas de discos", liquida Gold.

Los imprescindibles del gurú. Nick Gold traza un mapa de referencias para guiarse en la 'world music'

- Alí Farka Touré (World Circuit). El primer disco del guitarrista maliense, de 1987, es el preferido de Gold.

- El alma de Cuba (Tumbao, 2007). Antología del compositor cubano Arsenio Rodríguez y su conjunto.

- Introducing Rubén González (World Circuit, 1997). El primer álbum que el pianista cubano grabó como solista.

- Songhai (Nuevos Medios, 1988). Este proyecto, ideado por Mario Pacheco, juntó a Ketama y a Toumani Diabaté.

- Pirates Choice (World Circuit, 1989). Orchestra Baobab es un grupo senegalés con influencias caribeñas.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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