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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El 'hippy' irreductible

Diego A. Manrique

Siempre que se despotrica contra los históricos del rock de los sesenta, debe hacerse una salvedad. Neil Young ha esquivado muchas de las trampas que ensuciaron a sus compañeros de generación. Supo interactuar con Devo, Johnny Rotten, Kurt Cobain, Pearl Jam. Nunca pulsó la tecla de la nostalgia y, si la sentía cerca, subía la apuesta: la última gira con Crosby Stills & Nash rebosaba mensajes contra Bush y la invasión de Irak, que reventaron la supuesta armonía de la tribu de Acuario; hubo abucheos del público más patriotero, que abandonaba los auditorios.

Ninguna novedad: ya había indignado a otro sector de su audiencia en los ochenta, al defender los afanes anticomunistas de Reagan. Ni siquiera se libran sus colegas. Ridiculizó a los artistas encamados con las grandes corporaciones: el vídeo de This note's for you escenificaba el accidente de Michael Jackson, cuando ardió su cabellera mientras rodaba un anuncio para Pepsi.

La guitarra de Neil Young gruñe como un animal prehistórico, la voz se desdobla en bucles

Musicalmente, Neil ha sido un saltamontes, probando desde el tecno al rockabilly, ajeno al desconcierto de seguidores y discográficas. Entre sus méritos, yo destacaría el desenmascarar al magnate David Geffen, un lobo con modales de cordero que llegó a demandarle por grabar "discos de naturaleza no comercial, alejados de lo que previamente caracterizaba a Neil Young".

Sus criterios estéticos son misteriosos. Frecuentemente, no le funciona el control de calidad. En 1977, retiró un disco brillantísimo, Chrome dreams, y lo despiezó, repartiendo sus temas entre posteriores lanzamientos. Ha repetido esa jugada en otras ocasiones, con bovina testarudez.

El resultado final es una obra poliédrica e inmensa, situada por debajo del radar del gran público. La transmisión del primer Rock In Rio madrileño lo demostró: el locutor destacado por TVE parecía no conocer más allá de Heart of gold; enfrentado con aquel rockero greñudo y feroz, reaccionó con chistes. Además, TVE destrozó el concierto, intercalando bloques publicitarios de entre 5 y 9 minutos.

Meses después, entrevisté a Neil y el asunto le divertía: "A pesar de todo, ¡lo han pirateado!". Tenía la teoría de que YouTube era la nueva radio libre: "Cualquier cosa que toques, termina allí, aunque suene horrible". Su respuesta era mimar el sonido, la envoltura de sus propios discos.

Con Le noise (Reprise), vuelve a romper la baraja. El título es una certera broma respecto al apellido de su cómplice, el productor Daniel Lanois. Venía de una gira en la que nuevamente saboteó las expectativas de seguidores y promotores; incluso vendía una camiseta provocadora: "Yo dije que iba a actuar solo... ellos dijeron que era en acústico".

En Le noise, Neil está solo pero alejado del modelo cantautoril. Se grabó en la mansión californiana de Lanois, preferentemente con guitarra eléctrica. De hecho, el único antecedente es la abrupta banda sonora que Neil confeccionó para Dead man, aquel western alucinado de Jim Jarmusch. Contaba que le llamaron cuando el presupuesto se había agotado y solo tuvo un día: improvisó y salió triunfal del brete.

También Le noise se hizo a pelo. Neil cantaba y tocaba mientras Lanois añadía sus ruidos: ecos y manipulaciones varias. La guitarra gruñe como un animal prehistórico, la voz se desdobla en bucles hipnóticos. Son canciones escritas al borde del abismo: la guerra, el impacto del hombre sobre la naturaleza, la necesidad de liderazgo ante el calentamiento global, la urgencia del amor ante la amenaza del Apocalipsis. Más una añeja crónica autobiográfica, Hitchiker, donde explica los efectos de cada droga que tomó; sobrevivió gracias "a mis niños y mi fiel esposa".

Asegura Lanois que las canciones resultaron fáciles, que a veces bastaba con dos tomas. Pero Neil especifica que se necesitaron varias tandas de tres o cuatro días. No salen las cuentas. Hasta que confiesan que las sesiones siguieron el calendario lunar: para el compositor de Harvest moon, la mejor música brota con la Luna llena. Neil Young puede ser un experto en coches eléctricos pero, oye, no le importa nada que le llames hippy.

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