De la pensión El Jute a la corte de Estocolmo
El escritor de Arequipa ha estado en la primera línea cultural y política de la segunda mitad del siglo XX
La vida nunca ha sido ajena para Mario Vargas Llosa. Ha escrito mucho y, también, ha vivido mucho. Desde que con 23 años, en 1959, llegó desde Lima a Madrid con una beca para hacer el doctorado en la Universidad Complutense mientras vivía en la pensión El Jute, el escritor se convirtió en un ciudadano del mundo acostumbrado a trotar por medio planeta siempre con una vocación en la maleta: la literatura. Ha residido en Lima, Madrid, Barcelona, París y Londres, además de pasar largas temporadas como profesor de literatura en Estados Unidos.
Joven impulsivo y curioso, su primera mujer fue su tía política Julia Urquidi, un matrimonio escandaloso para la época (él tenía 18 años y ella 10 más) que inspiró su novela La tía Julia y el escribidor. El matrimonio viajó a París hasta su separación, un año después se casaría con su segunda mujer y madre de sus hijos, su prima Patricia Llosa.
Es un ciudadano del mundo desde que llegó a Europa con 23 años
Lo mismo ha viajado a Irak que a las islas Marquesas siguiendo a Gauguin
La familia, la literatura, el arte, la política... las inquietudes del escritor le han hecho estar atento a los tiempos convulsos que le han tocado vivir, no solo en América, sino también en Europa, Asia o África.
Académico, melómano, aficionado al fútbol y a los toros, intelectual comprometido y hasta, por una vez, candidato a la presidencia de Perú, este viajero incansable ha conocido de primera mano no solo a algunos de los conflictos más atroces de nuestro tiempo, sino también a algunos de los grandes hombres y escritores que han vivido esos tiempos.
Del poeta chileno Pablo Neruda (premio Nobel en 1971) al español Camilo José Cela (Nobel en 1989) o el portugués José Saramago (distinguido en 1998 con el galardón), Vargas Llosa jamás ha dejado atrás su instinto por conocer el mundo que le ha tocado vivir, ya sea para denunciar sus horrores -antológicos son sus reportajes sobre la posguerra en Irak y el conflicto entre Israel y Palestina- o para dejarse asombrar por su belleza.
La realidad, ha dicho alguna vez, nutre su ficción porque es ilimitada. Quizá por eso viajó a la más pequeña de las islas Marquesas no solo para intuir lo que sintió uno de sus pintores, Paul Gauguin, y plasmarlo en su novela El paraíso en otra esquina (1993), sino también para tomar nota de cada detalle que le rodeaba. Como ahora, con 74 años (y ya abuelo) no solo se estrena con los cuentos infantiles (Fonchito y la luna), sino que también viaja a Congo para documentar su nueva novela (El sueño del celta) y así, a través de ella y su ficción, denunciar la resaca del colonialismo en África.
Babelia
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