Una alegría después de 20 años
No hace mucho tiempo, representantes de la Academia Sueca visitaron España. Como director de la Real Academia Española me vi obligado a preguntar para cuándo un Nobel hispano. La respuesta me tranquilizó. Denotaba poca urgencia pero un sentido firme de compromiso: "El español siempre está bajo nuestra mirada".
El premio a Mario Vargas Llosa representa una alegría enorme para nuestro idioma en todo el mundo. Desde que Octavio Paz lo ganó en 1990 hemos recorrido dos décadas de sequía. Ya había sido justamente reconocido el fenómeno del boom latinoamericano con el Nobel de García Márquez. Pero el escritor hispano-peruano ha llevado a estas alturas mucho más allá los principios que impulsaron aquel importantísimo movimiento renovador de la literatura.
Resultaba extraño que el auge vivido por nuestra lengua a nivel global no se viera acompañado de un reconocimiento tan merecido como el de ayer. Hoy somos la segunda lengua de comunicación internacional y la tercera en Internet, pero esa presencia universal necesitaba un empujón de grandes dimensiones para la cultura. Este premio viene a ser esa ansiada distinción.
Pero lo es sobre todo para un autor que ha ahondado con enérgica perseverancia y una actitud de enorme talla intelectual sobre géneros como la novela. El autor de La casa verde ha construido una teoría sobre la escritura de historias de largo aliento. Lo cuenta en Cartas a un joven novelista, ensayos como La verdad de las mentiras o en sus estudios sobre Tirant lo Blanc y Madame Bovary. Ahí defiende que la novela no es más que la suplantación de la realidad por otra radicalmente acorde con las leyes de la ficción.
Al tiempo concreto, a los problemas reales, Vargas Llosa se acerca con las armas de un investigador. Lo hace sobre el terreno, rastreando incansablemente en bibliotecas y conversando con quienes le puedan aportar cualquier rasgo que le ayude a definir su propio mundo. Pero una vez realizado el trabajo de campo, todo queda sujeto al universo inventado. No resta otra ley que la emancipación de la realidad misma para revertirla en verdad literaria, construida como una catedral de palabras.
Vargas Llosa llega a la literatura a través de la poesía. Desde que descubriera como una revelación la poderosa fuerza de Pablo Neruda en sus 20 poemas de amor y una canción desesperada, el torbellino de la atracción poética le condujo hasta Luis de Góngora, a quien hoy considera nuestro autor mayor en dicho género. De los resortes y la ley de la poesía, Vargas Llosa dedujo que la novela debe tender sin duda a la creación de un mundo propio.
Un mundo que solo contemple la verdad del literato. Puede partir de una realidad concreta, pero no bailar atado a sus normas, sino cobrar vida propia, con su ritmo preciso, con su soberana medida del tiempo. A capricho, siguiendo el cauce por donde le conduzca la palabra y al servicio de la voz con que la revisten los personajes creados. Es una poderosa concepción del oficio. Un arte, que en manos de Mario Vargas Llosa ha alcanzado las cotas más altas de la creación.
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