FARC: el principio del fin
Las FARC llevan sufriendo durísimos golpes desde 2002, con la llegada a la presidencia de Colombia de Álvaro Uribe, y muy especialmente en 2007, con Juan Manuel Santos como ministro de Defensa. Desaparecido por muerte natural Manuel Marulanda Tirofijo, gran patriarca asesino de la guerrilla, y de su segundo, Raúl Reyes, eliminado en una operación del Ejército -ambos en marzo de 2008-, la muerte esta semana del líder militar y auténtico sucesor de Marulanda, el Mono Jojoy, constituye un nuevo éxito de las Fuerzas Armadas y del presidente Santos. Colombia asiste esperanzada al principio del fin para el grupo insurgente, ya una mera banda de terroristas y narcotraficantes.
Horas antes de que cayera el Mono Jojoy, las FARC habían formulado una nueva oferta de negociaciones al Gobierno, aunque pretendiendo que estas se celebraran de poder a poder, sin condiciones. Una petición impensable, porque el presidente colombiano, sostenido masivamente por la opinión pública, exige que la guerrilla, diezmada por el Ejército y las deserciones, libere primero a sus cautivos y renuncie al secuestro y la extorsión, sus procedimientos durante décadas.
Así las FARC, que ya no dominan como antes del doble mandato de Uribe extensas zonas de Colombia, se autocondenan a la extinción por la fuerza. En las primeras semanas de la presidencia de Santos, que juró el pasado 7 de agosto, la guerrilla había querido probar que no estaba acabada con una serie de atentados en los que murieron cerca de 50 soldados, policías y campesinos. La réplica ha sido contundente. La insurgencia más vieja de Latinoamérica aún puede dar coletazos de desesperación, pero ha dejado de ser un poder ni tan siquiera en la jungla. La operación que ha puesto fin a la sanguinaria carrera de Víctor Julio Suárez -nombre de pila del Mono Jojoy- es un simbólico momento inaugural de la nueva presidencia.
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