Agur
Tenía 14 años cuando presentó en el festival donostiarra El carnicero y prácticamente no había visto nada de su obra anterior. Por supuesto que conocíamos su nombre, su filmografía y su prestigio, pero los códigos de la época nos impedían ver sus películas, invariablemente catalogadas con la etiqueta de "para mayores". Por aquel entonces, Chabrol era un ser del Olimpo accesible únicamente, a través de su cine, un semidios lejano y admirado que retrataba a la burguesía francesa como nadie.
¡Cómo iba a imaginar entonces que Chabrol llegaría a ser un amigo entrañable del Festival de San Sebastián! Su vinculación con el Zinemaldia comenzó en 1970. En 1986 presentó El inspector Lavardin; No va más ganó la Concha de Oro en 1997; presidió el jurado en 2001; entregó el premio Donostia a Isabelle Huppert, a quien dirigió en varias ocasiones, en 2003, y ese mismo año y el siguiente estuvo presente en Zabaltegi con La flor del mal y La dama de honor.
De sobra es sabido que no todo creador está a la altura de su obra. Chabrol, uno de los grandes de la Nouvelle Vague, la rebasaba. Su fino sentido del humor y su entusiasmo por ver, probar y aprender todo eran tan inmensos como inteligente su mirada.
En San Sebastián se le recordará siempre como un gran aficionado a la gastronomía que se escapaba al mercado, compraba hongos, visitaba cocinas en los restaurantes, disfrutaba comiendo con su esposa Aurore y dejaba una estela de vitalidad desbordante a su paso. Para quienes no han tenido el privilegio de conocerle personalmente quedan sus más de sesenta películas, desde El bello Sergio (1959) hasta Bellamy (2009), con la que participó en el pasado festival de Berlín. Para quienes pudimos compartir con él unas cuantas sobremesas, la tristeza y nostalgia de saber que nunca más volverá a filmar ni a estar entre nosotros.
Mikel Olaciregui es el director del Festival de San Sebastián.
Babelia
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