Brillante y hueca
Imagino que impone respeto y miedo, que se precisa una notable seguridad en lo que deseas hacer, al ser la hija de un director llamado Francis Ford Coppola y escoger la misma profesión que tu ilustre padre. Deduces que Sofia Coppola desde su infancia ha tenido absoluta familiaridad con los rodajes, que conoce directamente todas las fases y los mecanismos que dan origen a las películas. También presupones que alguien como ella lo tenía mucho más fácil que el resto de sus colegas para eso tan arduo de encontrar financiación a sus guiones. Su padre, audaz y visionario en su propia obra, capaz de crear películas con acento clásico y también de atreverse con las aventuras más arriesgadas, alguien al que la historia del cine le debe agradecimiento eterno por haber creado obras de arte como la trilogía de El padrino y Apocalypse now, se equivocó a pesar de su sabiduría para descubrir actores al creer que su hija estaba muy dotada para el oficio de interpretar. Después de haberse colado con muy limitada expresividad en la tercera parte de El padrino, Sofia Coppola dedujo con sentido de la realidad que lo suyo no era ser actriz, pero que le apetecía contar historias a través de una cámara.
Su bautizo autoral con la inquietante Las vírgenes suicidas fue notablemente celebrado en el restringido circuito del cine independiente y de los festivales. Pero su coronación por parte de la industria, la confirmación de que la hija del genio tenía una habilidad enorme para narrar con sutileza, gracia y magnetismo las cositas que ocurren en su mundo se la proporcionaría Lost in traslation, retrato excelente del desconcierto que sufre en un hotel de Tokio un actor estadounidense que ha ido a protagonizar una campaña publicitaria, su callejeo por un universo que le resulta exótico, su complicidad y su coqueteo con una mujer joven que se siente tan perdida como él. Sofia Coppola disponía del magnífico comediante Bill Murray y de la sensual Scarlett Johansson. Supo aprovecharlos. Era una película con encanto y aroma, humor y romanticismo soterrado, poder de observación y matices, ritmo y sentido visual.
Al mismo tiempo descubrimos que la autora de Lost in traslation hablaba con la nariz, estaba encantada con su genética o vocacional militancia en el pijerío. Demostraba una alarmante cortedad verbal al abrir su desdeñosa boca en entrevistas y ruedas de prensa. Confiada en el éxito, a Sofia Coppola no se le ocurrió otra cosa que reconstruir la corte de Versalles en la estomagante María Antonieta para describir los parties tan divertidos y lúdicos que montaba la futura guillotinada, que todo era fashion, cool, psicodélico, guay en aquel mundo hipermoderno y añorado.
En Somewhere, Sofia Coppola ha abandonado sus caprichos en la reinterpretación de la historia y vuelve a ser contemporánea, a hablar del universo, las sensaciones y los personajes que conoce. Lo hace a través de una estrella de cine que vive en el muy selecto hotel de Los Ángeles Chateau Marmont, el lugar donde John Belushi decidió despedirse del mundo con una sobredosis. Este hombre dedica su existencia a currar lo justo, a ponerse guapo todo el rato de copas y sustancias, a follar incansablemente con la corte de modelos, actrices y strippers que se mueven por el hotel, a dar vueltas sin rumbo fijo en su Ferrari.
Una existencia envidiable, aunque la directora no cometa la ordinariez de contarnos lo que ocurre en la cabeza de este tío. Tal vez porque ni Sofia Coppola ni su personaje sienten nada que merezca ser descrito. La convivencia durante unos días del actor con su pequeña hija parece ser que le altera los esquemas vitales y que cuando ella se larga se siente inconsolablemente deprimido ante el lujoso vacío de su vida. Pues vale.
Reconozco que durante 90 minutos Sofia Coppola me ha tenido intrigado con su anécdota, que posee una notable capacidad para describir ambientes y crear atmósfera, que intenta ser sugerente y detallista. Su realismo tiene mérito y es innegable su talento para la estética que retrata la nadería. Mi problema es que toda la fauna que aparece, a excepción de la desarmante y cautivadora niña, me da igual, que no existe ni una situación ni un sentimiento que me atraigan. La incontestable brillantez formal de esta película tiene más relación con la publicidad de lujo que con el auténtico cine.
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