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Columna
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El dilema alemán

Sami Naïr

Todo el dispositivo puesto en marcha durante la adopción del Tratado de Maastricht está explotando ante nuestros ojos. Ningún país importante de la zona euro cumple hoy con los criterios de convergencia impuestos: ni sobre la inflación, ni sobre la deuda pública, ni sobre el déficit presupuestario. El Tratado de Lisboa ha retomado estos criterios de manera acrítica, mientras que la salud de la zona euro quedó ya deteriorada por los déficits francés y alemán de mediados de los años 2000.

La crisis de la globalización liberal ha puesto cruelmente en evidencia la rigidez de los mecanismos de funcionamiento de la UE, tanto políticos como económicos. Ha revelado también varias realidades, que los euro-federalistas ciegos tendían a olvidar que Europa no era otra cosa que una unión de naciones, y esto se ha visto desde la irrupción de la crisis. Alemania, Francia, Reino Unido, por hablar aquí solo de las potencias centrales de la UE, han reaccionado cada una según sus estrictos intereses nacionales. El Banco Central Europeo, encerrado en su dogma fundamentalista liberal, ha tardado varios meses en reaccionar antes de bajar sus tasas directrices, mientras que la Reserva Federal estadounidense optaba por un dólar con una tasa de interés cero y el yuan chino ponía trabas al mundo entero al cotizar por debajo del dólar. El comercio exterior europeo, que podría haber sido la punta de lanza de la política de reactivación en periodo de crisis, se ha convertido así en la cruz del Gólgota de la Europa unida en la zona euro.

La crisis de la globalización liberal ha mostrado la rigidez de los mecanismos de funcionamiento de la UE

Los Estados han acudido al rescate de los bancos responsables de la crisis. Los han financiado con los impuestos de todos sin, por cierto, exigirles garantías serias ni tampoco unas cuentas en buen estado. ¿Debemos recordar que, hasta hoy, el único país donde los bancos han tenido que poner sus cuentas encima de la mesa es... la América de Barack Obama? A su vez, habrá que pagar ese rescate de los bancos que han trapicheado con los productos derivados y han endeudado a la gran mayoría de la población a golpe de préstamos hipotecarios podridos. Será, esta vez, un financiamiento en forma de restricciones presupuestarias, de recorte de las pensiones, de reducción de los salarios de los funcionarios, de alargamiento del tiempo de trabajo, de flexibilización del derecho del trabajo, etcétera. Dicho de otro modo, serán otra vez los asalariados pobres y las clases medias quienes pagarán.

Pero aquí, las cosas se complican, puesto que el juego europeo, basado en la desigualdad objetiva del peso de las naciones en la zona euro, pone directamente en competencia a las poblaciones europeas. Grecia, atacada por los mercados financieros, ya lo ha vomitado todo; Portugal va por el mismo camino; España, desde hace tiempo observada con lupa por los especuladores financieros al haberse convertido en el espacio de 20 años en un paraíso de la especulación inmobiliaria (en 2008, la mitad del cemento utilizado en Europa lo era en España), tenía que sentarse también en la picota. Y todo hace pensar que el turno de Italia y de Francia pronto llegará. En estas condiciones, Alemania, la principal potencia europea, tiene que estar preocupada, puesto que todo el montaje europeo se ha hecho para mantener el euro al nivel del antiguo marco, y hacer que esta moneda siga siendo directriz.

Pero Alemania asiste al descalabro de la moneda europea. Tiene que pagar por los países del sur de Europa y, además, acepta que se modifique de facto, como dice Pierre Lellouche, ministro francés de Asuntos Europeos, el Tratado de Lisboa, creando un fondo de urgencia de 750.000 millones de euros para ayudar a los países en crisis: "Es un gran cambio", dice, "ya que esto está expresamente prohibido en los tratados por la célebre cláusula de no rescate" (Financial Times, 28-05-10).

De ahí la angustia alemana: ¿cuándo acabará entonces todo eso? ¿Cuánto habrá todavía que desembolsar? ¿Y para quién? Alemania ha ayudado a Grecia a regañadientes, ha adoptado el plan de rescate de mala gana, ha prohibido las ventas al descubierto en su mercado financiero sin preguntar la opinión de nadie, exige de todos la misma ortodoxia presupuestaria que se impone a sí misma y, sobre todo, se niega a consumir más, ahorra más que nunca; en fin, hace lo contrario de lo que hacen todos los demás en Europa. En estas condiciones, las señales son ambiguas. A falta de un acuerdo sobre un Gobierno económico europeo, ¿debemos ver en ello, por parte de Alemania, el inicio de la crisis de confianza en la zona euro de los Dieciséis?

Traducción de M. Sampons.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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