El apoteósico desastre final
La aburrida, fastidiosa, triste, desilusionante, desdichada, tediosa y moribunda Feria de San Isidro ha tenido el mejor epílogo: el apoteósico desastre final.
La anunciada corrida de Adolfo Martín fue rechazada por los veterinarios. Que un ganadero de postín desconozca, a estas alturas, si lo que tiene en su casa es o no apto para Madrid es, sencillamente, incomprensible, y una prueba determinante del desorden decadente que impera en la fiesta. Que, además, el ganadero se vaya de rositas, sin sanción alguna, es profundamente injusto, pues ha causado un daño moral a todos los que confiaron en este hierro al comprar su entrada y que pudieron sentirse engañados, estafados o, al menos, defraudados. Pero no pasa nada: al dueño de los toros le amparan la ley y el conformismo reinante, a pesar de que ayer hubo una ruidosa protesta al inicio del festejo, ante la que, sin duda, hará oídos sordos el taurinismo andante, que parece solo preocupado de expulsar a la gente de las plazas.
DOMECQ / EL FUNDI, RAFAELILLO, VALVERDE
Toros del Marqués de Domecq -el primero, devuelto, y sustituido por otro de Cortijoliva-, mal presentados y feos de hechuras, mansos, inválidos y descastados.
El Fundi: media y dos descabellos (silencio); estocada atravesada y un descabello (silencio).
Rafaelillo: pinchazo, casi entera y un descabello (silencio); casi entera (silencio).
Javier Valverde: estocada que asoma, dos pinchazos y dos descabellos (silencio); estocada (ovación).
Plaza de Las Ventas. 29 de mayo. Vigésimo cuarta y última corrida de la feria de San Isidro. Lleno.
Como es fácil imaginar, en el ruedo no pasó casi nada
Pues, vayan con Dios los toros de Adolfo Martín, y, ojalá purguen su pena con una larga ausencia. Sustituidos fueron por los del Marqués de Domecq, que entraron de rondón, y contribuyeron sobremanera al fiasco por su manifiesta invalidez, su sosería y falta de casta.
El festejo comenzó calentito: roto el paseíllo, comenzaron las palmas de tango y los gritos de "ladrones, ladrones", procedentes del tendido 7, mientras algunos espectadores de ocasión, que forman una inmensa mayoría, discutían si la causa de la disconformidad sería, tal vez, la edad del toro que se anunciaba en la tablilla. La desbordante imaginación humana solo es comparable al desconocimiento de quienes pueblan una plaza de toros en día de feria.
El sino de la tarde estaba cantado. El primero de la tarde fue devuelto por invalidez, y por esa misma razón pudieron volver otros cuantos. El asunto llegó a mayores en el tercero, más lisiado que el primero, pero el presidente no dio su brazo a torcer, y el escándalo fue mayúsculo. La gente dio rienda suelta al descontento y la rabia acumulados durante casi un mes, y poco faltó para que se armara gorda de verdad.
Como es fácil imaginar, en el ruedo no pasó casi nada; por culpa de los toros, auténticas birrias, y por el enrarecido ambiente, que debió afectar, sin duda, en el ánimo de los toreros. Afectó claramente en el de El Fundi, sin material adecuado ni ganas de intentarlo; se limitó a quitar las moscas a sus oponentes y facilitar su pase al otro mundo.
Rafaelillo, el gran damnificado de esta corrida -se supone que venía a ratificar su triunfo con los de Dolores Aguirre-, lo intentó con toda su alma, hizo el esfuerzo que sus toros no merecían, pero todo quedó en un afán desmedido de alguien que merece mucha mejor suerte. Y Valverde, que nada pudo hacer ante el birrioso tercero, acompañó el viaje del sexto en un par de tandas de derechazos airosos que supieron a gloria.
¿Los más listos? Unos rancios y sufridos aficionados, que, hartos de estar hartos, sacaron queso del bueno, jamón de pata negra, solomillo relleno de foia y clarete. Se pusieron de espaldas al ruedo y se olvidaron del desastre final. Apoteósico...
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