Adiós al gran burlador
Con Malcolm McLaren desaparece uno de los personajes más extraordinarios producidos por el pop británico en su vertiente extramusical. Condenado a la ignominia por su papel en la breve vida de los Sex Pistols, Malcolm supo recuperarse y desarrollar brillantes intuiciones.
Descendiente de industriosos judíos, ejerció de rebelde en el seno de su familia y en las instituciones educativas por las que pasó. Influido por los textos de los Situacionistas franceses, McLaren buscó las formas de tocar los puntos sensibles de una sociedad demasiado predispuesta a escandalizarse. Su labia fue capaz de convencer a unos New York Dolls, ya en declive, para que se vistieran con trajes de cuero rojo, actuando sobre el fondo de la bandera de la hoz y el martillo.
McLaren lanzó el movimiento punk y desmitificó el negocio musical
Pocos se enteraron de tal jugada pero Malcolm perfeccionó sus técnicas de manipulación con un cuarteto formado por chavales proletarios que rondaban alrededor de su tienda. No le preocupaba tanto la música como la posibilidad de crear un ariete contra una Inglaterra particularmente sensible a las provocaciones. Lo consiguió, convirtiendo a los Sex Pistols en figuras de odio en el año del Jubileo de Isabel II.
El plan funcionó mejor de lo esperado: extrajo grandes cantidades de dinero, en concepto de adelantos, a dos discográficas, antes de fichar con Virgin, el sello de Richard Branson. Sin embargo, no se preocupó del bienestar de aquellos músicos, que finalmente se rebelaron tras una delirante gira por Estados Unidos. El más inteligente, entonces conocido como Johnny Rotten, se sintió explotado por su Dr. Frankenstein y le llevó a juicio, ganando por goleada.
Había lanzado un movimiento social de largo recorrido, el punk, aparte de desmitificar el negocio musical con una película lúcida, El gran timo del rock and roll. Pero no había podido rentabilizar su reto: intentó repetir la jugada con otro grupo teledirigido, Bow Wow Wow, donde combinaba el erotismo de una cantante menor de edad, los tambores de Burundi y la invitación a hacerse con la música gratuitamente (entonces, vía casetes). No le funcionó pero un discípulo, Adam Ant, que le había pagado por unas horas de consulting, sí supo vender aquellos ritmos.
Sintiéndose rechazado en Inglaterra, se trasladó a Estados Unidos, donde inmediatamente comprendió la revolución conceptual del hip-hop. Sacó esa música del Bronx, llevándola a viajar. El disco resultante, ya bajo su nombre, fundía los hallazgos del rap con músicas africanas y de los montes Apalaches. Había allí una infinidad de sugerencias, luego triunfales en la world music o en el hip-hop global. Pero su tendencia a robar ideas ajenas le retrató como un explotador sin escrúpulos.
Sus posteriores aventuras musicales fueron ocurrencias ingeniosas que materializaban los mejores expertos, como modernizar arias, valses o melodías que evocaban París. Intentó ponerse al timón de unos incipientes Red Hot Chili Peppers, que obviamente rechazaron semejante OPA. Trasladó sus esfuerzos al cine, que resultó un mundo más difícil de penetrar que el musical.
Con el tiempo, adquirió un perfil de buscavidas, dispuesto a implicarse en publicidad, reality shows o la política, con un plan de apoderarse de la alcaldía de Londres. En España, se le vio hace poco animando la campaña de una famosa ginebra. Pero era demasiado brillante para confundirle con un perdedor. Su capacidad para evocar anécdotas, reivindicar su protagonismo y señalar tendencias le convertía en un entrañable pieza de Historia cultural.
Babelia
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