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Columna
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Cataluña y Alemania: desequilibrios

Creo que el mundo de la economía no se rige por leyes económicas. Prefiero mirarlo desde otra perspectiva: equilibrios, límites y poder. Una sociedad libre sólo existe de forma sostenible si se mantienen una serie de equilibrios, y se evita exceder algunos límites que producen desequilibrios intolerables. Si la economía se mueve dentro de los márgenes se mantiene la convivencia y cuando los límites se sobrepasan, hay un movimiento natural hacia el reequilibrio. Sólo se pueden perpetuar los desequilibrios con unas relaciones de poder que eliminen la libertad. La presencia duradera de tales desequilibrios es el signo claro de la existencia de una fuerte concentración de poder, oligárquico, económico, político o militar, a menudo, todos juntos. Voy a observar dos casos históricos que, aunque sean muy distintos, tienen paralelismos. Uno es referido a España, el otro a Europa.

Los desequilibrios se corrigen por los flujos de capital, por los movimientos de población o por la vía fiscal

Durante las primeras décadas del siglo XX, Cataluña se convirtió en una de las fábricas de España. La iniciativa empresarial catalana y el acceso al mercado español permitieron una fuerte industrialización que significó un gran crecimiento de la economía catalana y un gran superávit comercial, con la consiguiente transferencia de rentas. La debilidad fiscal del Estado español supuso una ausencia de capacidad redistribuidora a través del presupuesto y llevó a un desequilibrio de rentas entre la España industrializada y la rural. El desequilibrio se corrigió en forma de movimientos espontáneos de población. Los inmigrantes alcanzaron un nivel de vida superior al abandonar el sector agrícola y tener acceso a trabajos industriales, contribuyendo de forma decisiva al crecimiento económico. Fue un ajuste, aunque lleno de penalidades, en el que todos salieron ganando.

Las reformas fiscales de la democracia aumentaron mucho la capacidad redistributiva, de forma que Cataluña seguía teniendo un gran superávit comercial con el resto de España, pero a partir de los ochenta este se compensaba con un fuerte déficit fiscal. Este flujo de dinero (sobre todo catalán) vía presupuesto, junto con los fondos europeos y a las inversiones industriales españolas o extranjeras, permitió un gran reequilibrio de rentas reales y de servicios en todo el Estado, y fue tan espectacular y exagerado que, por efecto péndulo, Cataluña fue perdiendo posiciones en la lista por renta disponible de las comunidades españolas, y hasta se puso en peligro la calidad de las infraestructuras públicas catalanas y su competitividad en el mercado global. De ahí la necesidad de una revisión del sistema de financiación de la Generalitat, revisión que, a pesar de grandes incomprensiones y con grandes dificultades, se efectuó en 2008 y permitió acercarse un poco más a una zona de equilibrio.

Una lección simplificada de todo ello: en el ámbito de un Estado (en términos económicos, un mercado único y una sola moneda) con zonas económicas muy diversas, los desequilibrios se corrigen fundamentalmente por los flujos de capital, por los movimientos de población o por la vía fiscal.

La situación histórica descrita entre Cataluña y una parte de España guarda muchas similitudes con la actual entre Alemania y una parte de la zona euro. Esta zona es, en términos económicos, un Estado (un mercado único y una sola moneda), pero sin una política económica conjunta. Las dificultades que la crisis actual ha hecho aflorar, provienen en parte de un desequilibrio profundo: el extraordinario, mantenido y creciente superávit comercial alemán con respecto a una buena parte de los miembros de la zona euro. Como en el caso catalán ello es mérito de los alemanes (productivos y ahorradores) y culpa de los otros, pero no por ello deja de ser un desequilibrio que es necesario corregir para dar estabilidad a la economía europea y evitar a la larga una crisis en la UE.

Es difícil pensar en grandes movimientos de población intraeuropeos y, probablemente, sea insuficiente la inversión privada. Es necesaria una política de inversiones públicas que suponga transferencias hacia el Sur. Pero no se trata de ayudas de unos países a otros para que estos decidan y realicen inversiones -que no siempre son las más adecuadas- sino verdaderas inversiones productivas con visión europea. Estoy pidiendo más política económica europea y mayor presupuesto comunitario. Está claro que Alemania será el mayor contribuyente, pero es la forma de compensar el desequilibrio.

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