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Reportaje:ADICTOS AL SEXO

El mal de los insaciables

No son golfos, sino esclavos. Consumen sexo compulsivamente, pero disfrutan menos de lo que sufren. Puede que Tiger Woods lo sea, pero los sexoadictos reales no suelen ser ni ricos ni famosos. La insatisfacción, las carencias afectivas y las drogas están detrás de un síndrome capaz de destruir a quien lo padece.

Luz Sánchez-Mellado

Todo empieza con una caña. Te animas y te pules otras cuatro. Y una copita, y otra, y otra. Y alguien saca su coca, o tú la tuya. Y te haces una raya, y otra. Y te llama un colega para ir a un club, o vas tú solo. Y otra caña y otra copa y otra raya. Y te subes con una tía, y otra, y dos a la vez. Y de repente son las seis de la tarde y te das cuenta de lo que has hecho. De que llevas 30 horas desaparecido. De que tienes 40 llamadas perdidas de casa y del curro. De que te has gastado 2.000 euros en follar no sabes con quién. De que te has ido a la mierda. Y te quieres morir. Juras no volver a hacerlo, pero vuelves. Siempre es así. Y empieza con una caña".

Arturo se calla y apura el Trina. Antes, ni ha reparado en el rictus de extrañeza del barman de esta cervecería madrileña, un veterano que seguro esperaba un pedido más potente por parte de semejante cliente un viernes a las ocho de la tarde. Porque Arturo, este agente comercial de 36 años, impone lo suyo. Hace falta mucho aplomo para llevar ese traje príncipe de Gales y esa corbata de apabullante nudo Windsor como quien lleva un pijama. Arturo puede. Exuda seguridad en sí mismo. Cuando aparece, despliega un móvil, una blackberry y un miniportátil. Viene de negociar un pedido y le quedan flecos pendientes, explica mientras acribilla los teclados. Luego cierra sus chismes, mira a los ojos y suelta la anterior parrafada. Él solo. Sin esperar preguntas. Sabe a qué ha venido. A contar su vida. Y eso hace. Sin dramatismo. Sin autocompasión. Con pelos y señales.

"Te gastas 2.000 euros en PUTAS y luego te quieres morir, pero vuelves"
Un 32% de españoles ha pagado por sexo, frente al 0,3% de españolas. El 45% de los hombres querría más
"Yo veo un escote por la calle y no me basta con decir vaya tía buena. Tengo que ir a desahogarme"
"Un ludópata puede huir de las tragaperras, pero yo no puedo huir de mí"

"Al principio eres el rey del mambo: te lo haces con tías alucinantes que te comen la oreja y vas tan ciego que te lo crees. Hasta que un día conoces el proceso, sabes que te estás destruyendo, y no puedes evitarlo. Yo mismo digo: ¿cómo he llegado a esto? No he perdido el trabajo de milagro, no me ha dejado mi novia de milagro, estoy vivo de puto milagro. Trabajo 16 horas, llevo una vida perra, el alcohol, la coca y el sexo son mis vías de escape, y bla, bla, bla, de acuerdo. Pero la culpa de lo mío es mía y el resto son excusas. Aquí donde me ves, soy un esclavo. Tengo todo controlado menos mi vida".

Arturo es un adicto al sexo real, con un trabajo real y un problema tan real y acuciante como para pedir auxilio urgente. Hoy ha ido por primera vez a la consulta de Carlos Dulanto, un médico especializado en adicciones. Al despacho de Dulanto en la zona noble de Madrid acude más de un centenar de personas buscando ayuda para liberarse de su yugo particular. Cocainómanos. Alcohólicos. Ludópatas. Adictos a Internet. Compradores compulsivos. Y adictos al sexo. Algunos, a varias cosas o a todo a la vez. Jóvenes y maduros, profesionales y parados, gente lo bastante solvente para abonar los 80 euros de cada sesión semanal de una terapia que requiere un mínimo de un año. La mitad llegará a esa meta rehabilitada o en vías de rehabilitación. La otra abandonará el tratamiento. Todos serán adictos de por vida. La del sexo, como todas las adicciones, no se cura, dice Dulanto. Se controla o no se controla. O puedes con ella, o puede contigo.

Esa es la batalla interior que ha emprendido Arturo. Está seguro de que él formará parte del 50% que sale del pozo. "He visto la luz", revela con la fe del converso recién caído del caballo. Por ahora tiene sólo una certeza: "No puedo permitirme coqueteos. Si pico, caigo". Así que se autoaplica una política de tolerancia cero: cero copas, cero rayas, cero cañas. Trina -y Aquarius y Nestea y Fanta- a discreción. Lleva todo el día alternando con clientes, ha trasegado litros de agua edulcorada y tiene el estómago como una lavadora. Ahora mismo se tomaría una cañita para empezar el fin de semana. Pero no. Este es "el nuevo Arturo". Ya lo ha dicho antes. El alcohol es el interruptor que pone en marcha su circuito vicioso. La primera medida para apagarlo es no encenderlo. Marchando otro Trina para el caballero.

El problema de Pedro es que su circuito se enciende solo. No le hace falta ni una caña. Le basta ir por la calle y cruzarse con una chica con escote. O estar en casa y ver a Pilar Rubio mover las caderas en Mira quién baila. Entonces ocurre. Se produce el clic. "Yo no me conformo con decir vaya tía buena. Ni con masturbarme en la cama. Yo me subo por las paredes y tengo que salir a desahogarme". Pedro habla en presente, aunque lleva un año yendo al Centro de Tratamiento y Rehabilitación de Adicciones Sociales (Cetras) de Valladolid para intentar superar su adicción al sexo. Blas Bombín, psiquiatra, fundador de esta entidad benéfica que cobra a sus pacientes una tarifa plana de 10 euros mensuales, cree que Pedro "va por buen camino, poco a poco". Pero el interesado es el primero en admitir la evidencia. "No estoy curado. Soy, si acaso, un adicto en rehabilitación. Llevo tres euros encima, pero si ahora me das 50, iría a fundírmelos a un puticlub".

Pedro acaba de salir de trabajar. Un empleo de ocho a tres en una factoría automovilística de Palencia. Una sirena marca el fin de la jornada. Segundos después se materializa una legión de operarios al trote hacia el aparcamiento. Pedro, un hombretón moreno, viene caminando. Tenía coche, pero tuvo que venderlo. Acepta la invitación a comer, pero insiste en que sea en un modestísimo bar de menú del día. Aunque quisiera, no puede pagar. Lo de los tres euros no es una metáfora. Es la cuota diaria de los 20 que le da su madre cada semana para café y tabaco. Pedro tiene 35 años y vive con sus padres. Cobra 800 euros, pero cada mes le retiran de su cuenta 600 para amortizar las "decenas de miles" que debe por los "cuatro o cinco" créditos que ha pedido para costearse su adicción. Él mismo ha anulado sus tarjetas. Ha ordenado al banco que no le deje sacar dinero. Ha clausurado su línea ADSL para no pasarse las horas muertas merodeando por páginas porno. Pedro está en la ruina, admite, y no sólo económica.

Antes de intentar explicar qué es la adicción al sexo -si es que existe, no hay unanimidad entre los especialistas-, quizá sea mejor decir qué no lo es. Todos sabemos de personas que dicen necesitar dos, tres, cuatro descargas sexuales al día para sentirse en forma. Hombres que frecuentan prostíbulos a espaldas de sus parejas. Mujeres tan promiscuas como el más lúbrico de los varones. Salidos de ambos géneros. Pues bien, probablemente ninguno sea adicto al sexo. Puede ser, sin embargo, que a su lado en su oficina, cubierto por el manto de respetabilidad de un matrimonio y dos niños o el halo de liberalidad de un soltero sin pareja, trabaje un sexoadicto. Alguien para quien el sexo es a la vez el cielo y el infierno. Un afectado por el mal de los insaciables.

"Una cosa son las conductas sexuales no convencionales y otra la adicción al sexo", ilustra Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología de la Universidad del País Vasco. "Consideramos convencional la práctica del sexo basada en la afectividad con una pareja única o sucesiva. Pero eso no significa que otro tipo de conductas, como la promiscuidad sin afecto o una alta actividad sexual, sean anormales o patológicas. Tampoco lo es la abstinencia. La sexualidad humana es muy diversa. Algunas prácticas nos pueden producir rechazo o juicios de valor negativos. Pero lo aberrante es mezclar criterios morales con criterios médicos: ser un golfo no es ser un adicto. Para poder hablar de una conducta psicopatológica se tiene que traspasar la línea roja".

El adicto al sexo, según los expertos, es el que pasa varias fronteras con peajes muy concretos. Los enumera Echeburúa. Uno: que sus prácticas sexuales se conviertan en su prioridad hasta el punto de interferir negativamente en su vida cotidiana, le perjudiquen en sus relaciones personales, le creen conflictos internos y externos. Dos: que el afectado tenga la sensación de falta de control sobre sus impulsos sexuales, que se sienta dominado por ellos, que una vez llevados a cabo sienta culpa y vergüenza y aun así se sienta impelido a repetir el proceso. Y tres: que el sexo sea para él una forma de superar o aliviar una carencia, de tal forma que lo practica compulsivamente no para estar bien, sino para no estar mal.

Según esa fórmula, Arturo y Pedro son dos sexoadictos de libro. La cuestión es que esa adicción no figura en ninguno. Al menos no en la biblia mundial de psiquiatras y psicólogos. El vigente Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV) no dice una palabra al respecto. Habla por una parte de los "abusos de sustancias químicas" o drogodependencias, y por otra, de los "trastornos del control de impulsos", entre los que incluye la ludopatía. Del sexo compulsivo, nada. Parece que el borrador de la próxima edición, el DSM-V, prevista para 2011, incluirá el síndrome, al que denomina "hipersexualidad", bajo la calificación de "trastorno obsesivo-compulsivo".

Nomenclatura oficial aparte, el término adicción es el más utilizado por los profesionales que tratan a los afectados. Les parece el más descriptivo para definir el problema al que se enfrentan. El primero en acuñar la expresión fue el norteamericano Patrick Carnes en su libro Out of the shadows: understanding sexual addiction (1992). "Como un alcohólico incapaz de parar de beber, los adictos al sexo son incapaces de parar su conducta sexual autodestructiva, a pesar de las rupturas familiares, los desastres financieros, la pérdida del empleo y otros riesgos que su conducta pueda acarrear", escribe Carnes, autor de varios ensayos sobre el asunto y de un test, el SAST, que aplican los terapeutas estadounidenses para diagnosticar a los sexoadictos. Está disponible en www. sexhelp.com/sast.cfm.

Se supone que Tiger Woods cumple los requisitos, porque Carnes es el alma de la clínica Pine Grove, en Misisipi, donde el astro del golf ha invertido dos meses -y 40.000 euros- en emprender el Gentle Path (sendero progresivo), el programa de rehabilitación diseñado por él para desenganchar a sus pacientes. La abstinencia temporal de toda práctica sexual -autosatisfacción incluida-, la confesión de las infidelidades y la entonación de una oración de la serenidad cuando se sienta un "impulso inapropiado" forman parte del tratamiento. "He sido infiel. He engañado. Me confundí con el dinero y la fama. Pasé las fronteras. Creí que sería impune y podría disfrutar de las tentaciones", musitaba hace unas semanas un cariacontecido Woods en su acto de contrición televisado a todo el planeta. Las tentaciones, que se sepa, son sus relaciones extramaritales con una docena de mujeres de bandera. Los patrocinadores que le habían retirado su confianza -y sus contratos- tomaban nota del propósito de enmienda. Quince días después, el ídolo hecho carne anunciaba su vuelta al redil. El doméstico y el deportivo.

El caso de Woods ha devuelto a la actualidad un asunto que nunca dejó de estarlo. Michael Douglas, David Duchovny, el futbolista británico George Best, el mítico Magic Johnson -cuando informó al mundo de que era seropositivo, dijo también que había copulado con miles de mujeres, 500 de ellas en el ascensor-, Colin Farrell, los presidentes Kennedy y Clinton y sus respectivas aventuras. La lista de presuntos sexoadictos célebres es larga. Guapos, ricos, poderosos, con fácil acceso a mujeres y? casados. De qué estamos hablando: ¿adicción o coartada? ¿Patología o excusa? ¿Golfos o enfermos? Esa es la difusa línea roja.

Según Carnes, el 6% de los varones y el 3% de las mujeres padecen adicción sexual. Una cifra considerada "excesiva" por los especialistas españoles. Hagamos cuentas. Tomemos el censo electoral -34 millones redondos de varones y mujeres mayores de 18 años- y dividámoslo por la mitad. Según la teoría de Carnes, alrededor de un millón de españoles y medio millón de españolas son adictos al sexo. Suelte la cifra ante sus conocidos: "Ahora se llaman adictos, ya tienen la disculpa perfecta", es el comentario de muchas mujeres. "Me parecen pocos tíos y demasiadas tías, que me presenten a una sola", el chiste de muchos varones. La recién publicada Encuesta Nacional de Salud Sexual es ilustrativa. Un 32% de hombres admiten haber pagado por sexo, frente a un 0,3% de mujeres. Al 45% de los varones les gustaría practicar sexo con más frecuencia, frente al 23% de las mujeres. Ni una línea acerca de la adicción sexual. De hecho, el problema que más preocupa -52%- a los encuestados en el último Informe Pfizer es la falta de deseo sexual.

Independientemente del número de afectados, el ansia de sexo provoca sufrimiento. Lo constatan cada día los psiquiatras y psicólogos que le ven la cara. Dulanto, en Madrid; Bombín, en Valladolid; Echeburúa, en Bilbao; José María Vázquez Roel (clínica Capistrano, en Mallorca) y Josep Maria Farré (Instituto Dexeus de Barcelona) son algunos de los más reputados. Sus pacientes, sumados al goteo de terapeutas en otros lugares, arrojan un total de medio millar de adictos al sexo en rehabilitación hoy en España, tirando muy por lo alto. La masturbación compulsiva, el uso incontrolado de pornografía en Internet, la contratación sistemática de servicios sexuales o la búsqueda continua e indiscriminada de contactos son sólo algunas de las formas en las que se concreta la adicción. Cada adicto es un mundo. Lo único que les une es que les gusta el sexo. Mucho. Lo que más. Como a todo el mundo, puede. "Pero la clave es la libertad", acota Blas Bombín. "No es cuestión de tener más impulso sexual, sino de la libertad de gestionarlo. El adicto es el que ha perdido esa libertad. El esclavo del deseo".

Pedro se ve en el retrato. "Soy un yonqui de mí mismo. Un ludópata puede huir de las tragaperras, pero yo no puedo alejarme de mí. Tengo un deseo exacerbado, quiero hacerlo dos o tres veces al día, lo necesito. Si no puedo estar con una mujer, lo hago solo. Pero tengo mono. Estoy agresivo, borde, de mala hostia, no dejo de pensar en lo otro, me lo pide la cabeza". Se lo lleva pidiendo desde adolescente. Pedro salía a ligar y no ligaba. Los rollos ocasionales no le bastaban y sus escarceos con las chicas casi nunca duraban lo suficiente como para pasar a mayores. Un día, "a los 22 o 23 años", se plantó en la Casa de Campo de Madrid y pagó a una prostituta un servicio completo. Con todos los extras. "Ahí caí. Flipé. Vi que quien paga, elige, y quien paga, manda".

Empezó a tirar de efectivo y tarjeta. Así durante más de 10 años. Hasta llegar a la ruina -no sólo económica- que le llevó a la consulta de Bombín. No aspira a que se le entienda -"y menos una mujer"-, pero intenta explicarlo con un símil automovilístico. "Hay Seat León y Audi A-6. Los dos te llevan donde quieres. Pero no disfrutas igual conduciendo. Yo usaba el León a diario, pero alguna vez me daba el gustazo de alquilar un A-6 y cogía a una scort [prostituta de lujo] en Madrid".

-A costa de endeudarse hasta las cejas, ¿por qué?

-Por evolucionar.

-¿Qué es el sexo para usted?

-La forma de desfogarme.

-¿Las mujeres?

-Lo que más me gusta del mundo; pero, por lo que se ve, yo no les gusto a ellas.

-¿Y las prostitutas?

-Profesionales que cumplen una labor social: satisfacer y consolar a tíos como yo. Pero no sólo, ¿eh? Las tías alucinarían en un club. El 90% son casados a los que su mujer no les da lo que quieren. En cantidad o en calidad, o las dos cosas.

Arturo, el agente comercial, tampoco se considera un ave rara. "En mi ambiente, lo mío es lo normal. Muchos de mis colegas, solteros y casados, con o sin novia, beben, esnifan, intentan hacérselo con quien pueden y, si no lo logran, van de putas a follar a tiro hecho. Yo era el tuerto en el país de los ciegos. Lo que pasa es que ellos controlan. Yo he caído, y ellos no". Arturo vincula su adicción al sexo con su afición a las drogas. "Es causa-efecto", dice. "Yo no sé si soy alcohólico, cocainómano o sexoadicto". "Pero la caña lleva a la raya, y la raya, al polvo. Quiero a mi novia. Y ella a mí. Algo tendré, sabe que soy un putero y sigue ahí. El sexo con ella es sano y cariñoso. Pero la coca me vuelve loco. Te cambia el chip. Es un tema de morbo. El cuerpo te pide un nivel de excitación altísimo, no tienes fin. Y muchas veces para no tener lo que se entiende por gratificación sexual. Vamos, que ni siquiera te corres".

A Carlos Dulanto le suenan ese tipo de relatos. Historias como la de Rodrigo de Santos, el ex concejal del PP en Mallorca procesado por gastar 50.000 euros de fondos públicos en prostíbulos masculinos. "Soy adicto a la cocaína y no al sexo", dijo en su descargo el edil. Dulanto constata la "cantidad de profesionales de alto nivel" con parecido estilo de vida. Alguno ha visto en consulta. Un 30% de sus pacientes cocainómanos son sexoadictos. Él opina que las dos dependencias van de la mano. "El adicto al sexo fetén es el que se toma un chocolate con churros y luego va a un club, pero lo normal es ir de putas puesto hasta la bola de algo. A mí me vienen pidiendo ayuda por la coca, y sólo después me cuentan su problema con el sexo. Un tío que se toma cuatro whiskys y dos gramos no va a tener una erección. Entonces toma Viagra. Y empieza un crescendo que no tiene fin: cuatro o cinco chicas, sado-maso, horas y horas para nada, sólo para cargar con la losa de la culpa".

-¿Y las cocainómanas?

-En mi experiencia, la mujer cocainómana no tiene un uso patológico del sexo. Se liberan de inhibiciones y tienden a practicar más, pero no lo relatan como un problema. Quizá porque ellas no necesitan recurrir a la prostitución. Si una mujer quiere sexo, muy mal tiene que irle para no tenerlo gratis.

Emilio Ambrosio confirma la relación coca-sexo y la desproporción -el psiquiatra Josep Maria Farré, del Instituto Dexeus, estima una incidencia de un 85% de varones y un 15% de mujeres- entre sexoadictos y sexoadictas. Catedrático de Psicobiología de la UNED, Ambrosio investiga el mecanismo de la drogodependencia. En su laboratorio, ratas cocainómanas -se autodispensan libremente su dosis en la jaula- conviven con otras que -igual de libremente- no sienten el impulso de engancharse. La cocaína dispara la dopamina, el mismo neurotransmisor que libera el deseo sexual. Cuando se administran coca, las ratas se ponen a mil.

Según Ambrosio, el sexo compulsivo es una adicción en toda regla. "Tiene que ver con los circuitos del placer y recompensa", explica. "Las actividades necesarias para la continuidad de la especie -sexo, comida, sueño- van acompañadas de sensaciones placenteras para garantizar la supervivencia. Los adictos potenciales son especialmente sensibles a esa sensación de refuerzo. Prueban el sexo, les gusta muchísimo y quieren más y más. A fuerza de practicarlo de forma compulsiva, sufren el mismo daño cerebral que produce el consumo crónico de drogas: las neuronas de la corteza prefrontal trabajan a medio gas, necesitan de su combustible: sexo o droga para funcionar. Es cuando el adicto dice que precisa su dosis para ser persona. Tiene su razón: el daño afecta a la zona que regula la voluntad, la actividad neuronal en esa área está reducida. Desaparece el control que ejerce la corteza cerebral sobre el comportamiento y aparece la compulsión. Quieren sexo y lo van a buscar caiga quien caiga, aunque sean ellos mismos".

-¿Y eso no les sucede a las mujeres?

-Sí, a algunas. Pero olvidamos que somos mamíferos. Los machos persiguen copular cuanto puedan para dejar sus genes en la siguiente generación. Las hembras son más conservadoras: ellas eligen, no suelen hacerlo con cualquiera. No es lo mismo ser hombre que mujer: nuestro sistema nervioso no funciona igual, el interés en tener más o menos contactos sexuales es diferente. Las mujeres, además, disfrutan más las relaciones. Ellas, normalmente, se sacian. A ellos les queda un puntito de insatisfacción, por eso suelen querer más.

Parece que eso de que ellos siempre dicen no es sólo una leyenda urbana. El problema es traspasar la línea roja. Josep Maria Farré ha dibujado un retrato robot del sexoadicto a través de sus pacientes. "Suelen ser buscadores de sensaciones. Ansiosos. Con un bajo control de sus impulsos y emociones y baja tolerancia a la frustración. El 30% son adictos a tóxicos. Otros, adictos en cadena: al juego, a la comida, al ejercicio. Un 21% están también deprimidos. Son personas con carencias graves, y el sexo es su forma de compensarlas. Usan su cuerpo y el de los demás como un objeto".

Los tratamientos son diversos. "Cada maestrillo tiene su librillo", dice Dulanto. Pero, en líneas generales, pasan por meses o años de psicoterapia para indagar en los problemas de fondo del sujeto y una reeducación psicológica para intentar controlar los impulsos y ligar la actividad sexual a la afectividad, los sentimientos y la pasión.

En eso están Pedro y Arturo. El palentino tuvo una recaída el pasado otoño. "Me desfasé, cambié la nómina de banco y me gasté la bonificación en chicas". Ahora está mejor. "Tengo más autoestima. Salgo a correr, intento abrirme a la gente y a las mujeres. Yo no he tenido una educación sentimental, he ido siempre a saco. Soy como un niño pequeño con tres euros en el bolsillo aprendiendo a vivir. Tengo que expulsar al Pedro que he llevado 35 años dentro. Imagino que saldré de esto cuando encuentre a alguien que me quiera y a quien quiera. No es fácil, pero lo estoy intentando".

Arturo no contesta los correos electrónicos, ni los SMS, ni las llamadas perdidas. Imposible pensar que un tipo permanentemente conectado como él no los haya visto. El día del Trina estaba caliente, recién salido de su primera terapia. Animado por la euforia del principiante, se abrió en canal. Quizá ahora se arrepienta. Dulanto da fe de que sigue acudiendo a consulta. Su batalla continúa. Progresa adecuadamente. "A veces hace falta tocar fondo para empezar a emerger. Este chico tiene buen pronóstico, recursos y apoyo familiar. Saldrá de esto".

La sexoadicción puede destruir a quien la padece.
La sexoadicción puede destruir a quien la padece.

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Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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