Más mujeres y más discreción para la Bienal del Whitney
El museo reduce este año a la mitad el número de artistas que participan
Se acabó la era del arte-espectáculo. Con la crisis pisándole los talones a instituciones, galerías y creadores, parece más que razonable que el Museo Whitney de Nueva York haya optado este año por organizar una Bienal con la mitad de artistas que en años recientes (55) y, sobre todo, con un perfil discreto y alejado de ostentaciones. La 75ª edición de la Bienal del Whitney (hasta el 30 de mayo), titulada escuetamente 2010, ofrece, eso sí, un titular para quienes estén dispuestos a observar de cerca: es la primera de la historia en la que la presencia femenina es mayoritaria. Y eso queda aún más patente en la última planta del museo, donde se ha organizado la retrospectiva Coleccionando Bienales. Ahí se muestra lo mejor de cada década, desde Rauschenberg hasta Andy Warhol o Jasper Jones, pero los nombres femeninos son casi anecdóticos -Eva Hesse, Cindy Sherman y pocas más-.
No se trata ni de arte 'feminista' ni de una oda a la extrema juventud
Sin embargo, en los tres pisos que ocupa la Bienal son muchas las propuestas firmadas por mujeres y, sorprendentemente, no se trata ni de arte feminista ni de una oda a la extrema juventud -como ha ocurrido durante la última década-, sino que la gran mayoría de artistas tiene más de 40 años, incluso hay quien llega a los 76, como Lorraine O'Grady, relativamente ninguneada hasta ahora y que por fin ha encontrado reconocimiento. Su propuesta, El primero y el último de los modernistas, es un despliegue inquietante de fotografías del cantante Michael Jackson y del poeta Baudelaire en diferentes etapas de su existencia, pero organizadas por edades y parejas, de forma que se puede ver la evolución y la transformación de ambos iconos, cuyas vidas tuvieron cierto paralelismo -aunque parezca increíble-.
Sorprende encontrar dos ensayos fotográficos que en otro contexto se denominarían fotoperiodismo, pero que los comisarios han decidido incluir en la Bienal, difuminando así un poco más los límites de lo que se define como arte. La ultragalardonada Stephanie Sinclair ocupa tres paredes con sus estremecedoras fotografías de mujeres afganas autoinmoladas en protesta por el maltrato al que las someten sus maridos. Las imágenes, que muestran la absoluta vulnerabilidad de las víctimas al aparecer semidesnudas, quemadas, ensangrentadas, en sórdidas salas de hospital, son un puñetazo a la conciencia del visitante. En otra sala, las desasosegantes fotografías de la serie Marine Wedding de Nina Berman documentan la vida del marine Ty Ziegel, completamente desfigurado durante la guerra de Irak. Las imágenes le muestran tras su vuelta a casa e incluso en su boda con su novia del colegio, aunque todo en las imágenes preanuncie que el matrimonio no saldrá bien.
Es curioso encontrarse con diversas salas dedicadas simplemente a la pintura, un género que casi parecía desterrado de bienales anteriores. Hay un espacio inmenso dedicado a las acuarelas de Charles Ray, y otra sala en la que los diminutos óleos de Maureen Gallace se mezclan con las obras abstractas de Julia Fish. También hay numerosas videoinstalaciones. Algunas son juguetonas, como Welcome to the future of neutralism, de Marianne Vitale, que utiliza referencias verbales y estéticas recogidas de las primeras vanguardias para ironizar sobre la idea de poder. En esa línea irónica también está el vídeo de Kate Gilmore Standing here, cuya naturaleza -una mujer con tacones que trata de salir de un cubículo rompiéndolo a patadas- provoca la sonrisa incrédula.

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