EE UU prevé una larga campaña afgana
Washington advierte que habrá muchas bajas de la OTAN en la ofensiva de Marjah, y admite que el avance es lento y que la colaboración del Ejército afgano es insuficiente
Estados Unidos libra en Marjah la que espera que sea la batalla decisiva en la guerra de Afganistán, una batalla que se anticipa difícil, con muchas bajas de parte de las fuerzas de la OTAN, y larga, de no menos de un año de duración, pero que también es la última oportunidad de dejar un Gobierno relativamente estable en ese país y de impedir el resurgimiento de Al Qaeda, según han advertido en los últimos días diversos funcionarios civiles y militares de la Administración norteamericana.
El avance de los marines en Marjah se hace mucho más costoso de lo que se preveía al comienzo de la ofensiva, el pasado 13 de febrero. "El progreso es constante, pero más lento de lo calculado", admitió ayer el jefe del Estado Mayor estadounidense, almirante Mike Mullen. Los contraataques talibanes, aunque esporádicos, impiden que la OTAN pueda dar por aseguradas determinadas zonas para empezar a establecer en ellas una presencia civil. La colaboración de las tropas afganas es menos eficaz de lo necesario, lo que complica la posibilidad de traspasarles la responsabilidad en las áreas reconquistadas.
La cifra de soldados de EE UU muertos en el conflicto llegó ayer a 1.000
La ofensiva en el sur va casa por casa para intentar evitar las bajas civiles
Una periodista de la National Public Radio describía una escena de combate en Marjah en los siguientes términos: "Los marines ponen munición extra en sus cinturones y revisan sus armas mientras esperan impacientemente a los soldados afganos, que llevan varias horas de retraso".
Los jefes militares norteamericanos sobre el terreno se han quejado de la falta de disciplina, la mala preparación y el escaso compromiso que aprecian en sus colegas afganos, que deberían desempeñar un papel vital para impedir errores como los que están causando continuamente muertes de civiles y desprestigiando la labor de la OTAN. Una de las tareas que llevan más tiempo a los marines es, precisamente, la de separar a la población civil de los talibanes para evitar muertes de inocentes. En la ofensiva de Marjah se está haciendo calle por calle, casa por casa. Los marines explican a cada familia que no van a hacerles daño y que, preferiblemente, abandonen la zona.
Ese trabajo se ve constantemente interrumpido por los disparos de francotiradores y las emboscadas, los dos métodos más utilizados por los talibanes para dificultar el avance de las tropas aliadas. Un corresponsal de la agencia Reuters fue ayer testigo de un combate de más de ocho horas para ganar un terreno de menos de cinco kilómetros de fortificaciones destruidas. El jefe de uno de los batallones entre los que trabajan empotrados periodistas estadounidenses, el teniente coronel Christmas, no cree que sea posible recuperar una relativa calma en Marjah en menos de un par de meses.
Para reducir ese riesgo es necesario, por tanto, extender la ofensiva a toda la provincia de Helmand y a todo el sur el país. En definitiva, impedir que los talibanes tengan ningún territorio liberado y que la autoridad del Gobierno de Kabul rija en todo el país. En cierta medida, algo similar a lo que se hizo en Irak, donde, pese a las bombas y los ataques esporádicos, los insurgentes no controlan ninguna zona.
El general David Petraeus, jefe del Comando Central de Estados Unidos -responsable de toda esa región-, ha pronosticado que para llegar hasta ese punto todavía es necesario mucho trabajo en Afganistán. "Esto es sólo el inicio de lo que será una operación de 12 a 18 meses de campaña", declaró el militar en una entrevista de televisión el domingo. Esa larga duración irá probablemente unida a una larga lista de muertos, lo que podría poner en peligro a medio plazo la colaboración de algunos de los países de la OTAN. "A mí no me gusta usar las palabras optimista o pesimista", dijo Petraeus, "yo prefiero ser realista, y la realidad es que va a ser duro".
El tipo de guerra que se está librando en Marjah, que se corresponde con el canon más clásico -lento avance terrestre, cierto apoyo de helicópteros, mínimo uso de artillería moderna-, exige la asunción de un alto número de bajas, máxime si los soldados afganos no pueden actuar en la avanzadilla. Estados Unidos alcanzó ayer la cifra de 1.000 soldados muertos. En lo que va de año, este país ha perdido unos 60 hombres.
Aparentemente, todo marcha según los planes. Richard Holbrooke, el enviado especial de Barack Obama para Afganistán, manifestó ayer que, si el avance militar prosigue al ritmo actual, antes de un año habrá en el país un millar de civiles de EE UU trabajando en las necesidades más inmediatas de la población: luz eléctrica, agua corriente, escuelas.
Mientras la ofensiva se desarrolla, Holbrooke es el encargado de lidiar con dos de los ingredientes más delicados de esta estrategia: la colaboración de Pakistán y la rehabilitación del presidente afgano, Hamid Karzai. Holbrooke estaba en Islamabad un día antes de la detención del jefe militar talibán, Abdul Ghani Baradar, y ha tildado la operación como "decisiva para la cooperación paquistaní". En cuanto a Karzai, su fe en convertirlo en una figura para la reconciliación nacional es menor.
Esta combinación de esfuerzos políticos y militares representa, en todo caso, la estrategia más consistente puesta en marcha desde el comienzo de la guerra. Su objetivo, como ha dicho Petraeus, es "garantizar que Afganistán no vuelva a ser el santuario para ataques como los del 11-S". El plazo: el verano de 2011.
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