El golpe de Estado en Níger acentúa la inestabilidad en la franja del Sahel
El país, gran productor de uranio, vive azotado por el terrorismo y las revueltas
El golpe de Estado en Níger añade, por lo menos en un primer momento, ciertas dosis de caos e inestabilidad en un país, e incluso en la región del Sahel, azotado por tensiones étnicas con los tuaregs, todo tipo de tráficos ilícitos y por el terrorismo de la rama magrebí de Al Qaeda.
El presidente Mamadú Tandja, que impuso en 2009 una modificación de la Constitución para prorrogar tres años su mandato, fue derrocado el jueves por un Consejo Militar que proclamó su intención de restablecer la democracia, pero sin dar plazos.
El golpe, encabezado por el coronel Salou Djibo, causó tres muertos, pero ayer el país permanecía en calma. El presidente y varios ministros estaban retenidos en diversas administraciones pero eran bien tratados, según un portavoz castrense.
La embajadora de España en Niamey, María Soledad Fuentes, se tomó en serio el anuncio de la vuelta a la democracia. "El golpe, aunque no es agradable que las cosas sucedan así, a lo mejor ayuda a volver a una vía más democrática", declaró ayer a RNE.
Los 60 españoles residentes en Níger, en su mayoría misioneros y cooperantes, "están bien", añadió. El 75% de los 2.000 occidentales afincados en Níger son ciudadanos de Francia, la ex potencia colonial.
La democracia, y sobre todo la estabilidad, son indispensables para el despegue económico de un país que figura en la cola del índice mundial de desarrollo humano establecido por la ONU.
Níger es potencialmente rico, pero sus 15 millones de habitantes viven en una pobreza angustiosa. La hambruna se ensañó en 1972, 1984 y 2005 sobre su población rural. Este año de nuevo tres millones de personas están amenazadas por la crisis alimentaria.
El país es, sin embargo, el tercer productor mundial de uranio -3.032 toneladas en 2008- y tiene visos de convertirse en el segundo, justo detrás de Canadá. De sus minas se extrae el 10% de la producción mundial de carbón.
A sus yacimientos históricos de uranio en Arlit y Akouta -ésta última explotada por una compañía participada en un 10% por la empresa pública española ENUSA- se añade ahora la de Imouraren.
Tras años de peleas con el presidente Tandja, la multinacional francesa Areva hizo las paces en 2009 y firmó con él un acuerdo para explotar esa nueva mina de uranio. Invertirá 1.200 millones de euros para convertirla en la segunda del mundo, después de la canadiense de McArthur River, de la que espera extraer 5.000 toneladas al año.
Areva produce ya hoy en día la mitad del uranio de Níger que representa el 70% de las exportaciones del país. La multinacional emplea a 2.500 personas, pero empresas canadienses y chinas intentan -Tandja les ayudó en esa tarea- recortar su hegemonía.
Además del uranio y del carbón, el subsuelo de Níger contiene fosfatos, oro, estaño, hierro, platino, titanio, etc... El Gobierno ha concedido 130 permisos de prospección, pero apenas el 10% pudo ser aprovechado.
La inseguridad que prevalece en el país retrae a las empresas. A la endémica rebelión tuareg en el norte, que se reactivó en 2007, se añadieron los secuestros de occidentales por Al Qaeda en 2008 y principios de 2009 -todos ellos trasladados al norte de Malí- y el asesinato, en diciembre, de cuatro turistas saudíes.
Para colmo, la Oficina de Naciones Unidas para las Drogas y el Crimen señala que Níger se ha convertido en un país de tránsito, junto con otros Estados del Sahel, de la heroína y la cocaina producidas en Latinoamérica y comercializada en Europa.
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