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Reportaje:HAITÍ | LA TRAGEDIA

Terreno resbaladizo

A los haitianos les gusta decir que Haití es tè glise, terreno resbaladizo. Aun en las mejores circunstancias, el país puede permanecer estable durante un tiempo y al cabo de un instante desmoronarse. Sin embargo, Haití nunca ha sido un territorio tan resbaladizo como lo es ahora mismo. Los muertos inundan las calles como si fueran basura. Hay comunidades enteras sepultadas bajo los escombros. Las casas se han desmoronado convirtiéndose en polvo.

Ahora, los corazones de todos los que amamos y conocemos Haití también son terreno resbaladizo. En un instante sentimos esperanza y al momento nos embarga la desesperación. Nos preguntamos cómo es posible que doscientos años de existencia hayan terminado finalmente en este abismo.

Nuestro cariño no ha cambiado. De hecho, aún es más profundo. Pero Haití, o lo que ha quedado de él, sí ha cambiado. Ha cambiado físicamente. El devastador terremoto ha modificado catastróficamente su paisaje. Las montañas, cuyos árboles fueron talados para obtener materiales de construcción y levantar en su lugar casas endebles y atiborradas de personas, se han derrumbado dejando sin hogar tanto a ricos como a pobres.

Es cierto que es un desastre natural, pero a pesar de ello un desastre que lleva mucho tiempo gestándose. En parte debido a una política agrícola negligente y feroz a favor de la importación que ha llevado a los haitianos a vivir fuera del campo en ciudades construidas para doscientas mil personas, pero obligadas a alojar a casi tres millones.

Si una tormenta tropical puede hundir bajo las aguas a una ciudad, como sucedió en Gonaives hace cinco años con la tormenta tropical Jeanne; si un corrimiento de tierras puede sepultar barrios enteros, tal como ocurre con frecuencia, ¿qué posibilidad tenía entonces Puerto Príncipe de soportar un terremoto de escala 7? Y eso sin olvidar las réplicas que continuarán durante meses. "La tierra sigue temblando", nos decía desde Carrefour, lugar del epicentro, un amigo que afortunadamente se encontraba bien. "La tierra sigue temblando".

desde el terremoto, Haití se ha convertido en el centro de atención. Los que conocemos y amamos Haití, muchas veces nos hemos lamentado y en ocasiones nos hemos sentido frustrados al observar que es un país que solamente es noticia cuando se encuentra en una situación catastrófica. Pese a todo, siempre hay alguien que agradece toda esta atención más que yo, que tan sólo espero tener noticias de la gente que quiero.

Como, por ejemplo, de mi tante Rezia, que fue la única persona que me besó en la cara cuando de pequeña me diagnosticaron tuberculosis.

O de mi primo Fritzner, que se presentó como candidato a alcalde de Delmas.

O de mi amigo el artista John Charles, a quien mi marido y yo alojamos en nuestra casa mientras se celebraba la feria Art Basel. El mismo que en cierta ocasión le comentó a Lydia Martin, articulista del Miami Herald: "En Haití utilizamos cualquier material que encontramos para hacer objetos de arte. Cuando doy una vuelta por las ferias de arte, me asombra el gran número de materiales que utilizan los creadores de otros lugares del mundo. Ahora me doy cuenta de que hay un sinfín de posibilidades".

Cada momento del día rezo con la esperanza de tener noticias de ellos y, sin exagerar, de cientos de otras personas sin cuya presencia no puedo imaginar mi vida.

Cuando veo la televisión, busco sus caras entre la multitud que hace cola esperando por algo que comer. Busco sus cuerpos entre los que duermen juntos al aire libre. Oigo sus voces entre los sonidos entrecortados de las emisoras de radio de Haití. Y cuando observo a los niños heridos vagar solos por las calles, veo a mis hijas. Me veo a mí misma.

aun así estoy agradecida. Estoy agradecida a la posibilidad, aunque prematura o quizá remota, de que sobrevivan. Estoy agradecida a todos los países del mundo porque la ayuda que han prestado puede hacer que esto sea posible. Estoy agradecida a todo el dinero que se ha donado. Pero a pesar de sentir agradecimiento, también siento miedo. Tengo miedo de las primeras lluvias, miedo de toda la gente que duerme en la calle. Tengo miedo del fantasma inminente de la escasez de alimentos y de la contaminación del suelo y de las enfermedades que puedan transmitir los cuerpos en descomposición. Me da miedo pensar que muy pronto las televisiones ya no transmitirán más esta tragedia y que toda la ayuda y atención que en estos momentos está recibiendo Haití entonces desaparecerá.

Haití necesita, y continuará necesitando, un tipo de amor y de compromiso que no sea temporal. Hoy nos necesita, necesita nuestra ayuda y nuestros cuidados, pero a partir de ahora también los necesitará durante meses, años y posiblemente durante décadas. Los haitianos tienen una gran capacidad de recuperación. Nosotros pondremos todo de nuestra parte. Sin embargo, los amigos y los países vecinos de Haití deben mantener su compromiso y su atención a largo plazo, tal como están haciendo ahora, para ayudarles a reconstruir no sólo el aspecto físico del país, sino también el humano. Solamente entonces Haití podrá salir adelante y permanecer lejos del abismo. Y a pesar de todo lo que está sucediendo ahora, a pesar de los cadáveres en cada esquina de cada calle, que sea no sólo un terreno resbaladizo, sino una tierra sagrada.

Traducción de Virginia Solans Edwidge Danticat es escritora haitiana.

19 de enero de 2010. Ciudadanos cobijados en el puerto de la capital de Haití
19 de enero de 2010. Ciudadanos cobijados en el puerto de la capital de HaitíGORKA LEJARCEGI

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