El misterio Obama
Estados Unidos dispone de un modelo político complejo que sus creadores diseñaron para perfeccionar la democracia frente a la decadencia aristocrática. El sistema ha conservado, sin embargo, un rasgo característico del antiguo régimen: el papel conductor del monarca. El presidente de Estados Unidos guía al país, inspira a sus compatriotas e ilumina la nación. El pueblo lo observa constantemente en busca de estímulo o de consuelo. Analiza sus gestos, su estado de ánimo, se involucra en su vida, en su origen, en su familia, a la que asume como modelo de cada familia del país.
Obama es hoy el centro de la atención de todos los estadounidenses y de la preocupación de muchos. Se examinan sus canas prematuras, se destacan los rasgos de abatimiento que se le aprecian desde la derrota demócrata en Massachusetts. Y, sobre todo, el país se pregunta ¿quién es? ¿qué piensa? ¿qué va a hacer ahora?
Obama está perdido. No desaparecido, porque su participación ha sido constante en los últimos días, tratando inútilmente de llenar con su presencia un vacío que es clamoroso. Está perdido, desorientado, tirando los brazos como el boxeador noqueado que se resiste a caer, pero sin fuerza, sin un propósito claro más que el de defenderse.
Las razones por las que se ha llegado a esta situación son diversas y seguramente anteriores a Massachusetts. Ni siquiera todas ellas son responsabilidad de Obama, que es víctima de una brutal acumulación de calumnias por parte de sus enemigos. Fue precisamente aquella vieja campaña sembrando dudas sobre la auténtica nacionalidad de Obama la que, por raro que parezca fuera de aquí, empezó a crear distancia entre él y los ciudadanos. Pero la mayor responsabilidad por la crisis actual es suya. Quizá no por acción, pero sin duda por omisión. Un año después de llegar a la Casa Blanca, Obama no ha podido aún transmitir una imagen exacta de sí mismo, no ha conseguido la comunión emocional que este país necesita entre el pueblo y el presidente. Predominan las imágenes que se han creado de él: el socialista que dice la derecha, el centrista que dice la izquierda, el analista cerebral que describen algunos columnistas o el populista que destacan otros. Pero nadie sabe en realidad quién es el verdadero Obama. George Bush no era un misterio para nadie. Obama sí.
Esta crisis le da la oportunidad de resolverlo. Éste es el momento en el que Obama tiene que ser capaz de responder a la llamada de la nación y ponerse al frente. Los estadounidenses no quieren a un administrador, quieren a un líder. Si Obama no da ese salto no será reelegido.
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