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Discurso sobre el Estado de la Unión

La Casa Blanca congela el gasto público

La rebaja del déficit busca aliviar la economía y calmar al electorado de centro

Antonio Caño

En el último y más decisivo paso hacia el empequeñecimiento de su programa político, la Administración de Barack Obama ha decidido la congelación durante tres años del gasto público no imprescindible. Esta medida, que será desarrollada hoy por el presidente de EE UU en el discurso sobre el estado de la nación, está esencialmente destinada a tranquilizar los ánimos de un electorado de centro que es el que domina políticamente el país y que ha hecho visible su angustia por el constante aumento del déficit. La Oficina de Presupuestos del Congreso anunció ayer que el déficit previsto para este año es de 1,35 billones de dólares (casi un billón de euros), que en realidad representa una ligera mejora sobre los 1,4 billones de 2009, pero es todavía, a juicio de los expertos, un lastre que amenaza la solidez de la economía a largo plazo.

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La congelación decidida por la Casa Blanca no afectará al gasto militar, la seguridad interior, las relaciones internacionales, la ayuda a los veteranos de guerra y los programas sociales más extensos y costosos, como la Seguridad Social y la asistencia médica a los pobres y los jubilados. Pero seguramente exigirá un recorte en los presupuestos de varios departamentos importantes, como los de Educación, Salud, Vivienda o Transporte y, sobre todo, compromete gravemente los planes iniciales del presidente de acometer reformas en profundidad en materia de educación, energía y medio ambiente, entre otras.

La Administración intenta ahorrar con esta medida, según dijeron ayer portavoces oficiales, unos 250.000 millones de dólares en los próximos 10 años, lo que supone poco más del 3% del déficit que se calcula para esa fecha, cerca de 9 billones de dólares. Se trata, por tanto, más de una iniciativa para demostrar la intención de frenar una tendencia negativa que una verdadera acción contundente contra el déficit. El destinatario de una economía a la que se alivia de cierta presión es, además, un sector considerable del electorado que exige poner orden en las cuentas en Washington.

Es imposible saber si esta decisión se hubiera producido también si los republicanos no hubieran ganado la semana pasada ese trascendental escaño senatorial de Massachusetts, pero hay razones para pensar que no. Desde esa derrota, Obama ha ido acomodando su proyecto político acorde con el mensaje que parecieron enviar esas elecciones: menos transformaciones de largo plazo que exigen inversión pública y más medidas inmediatas para ayudar a la clase media con empleos y rebajas fiscales.

No es sorprendente que este paso, que será formalizado en la presentación de los próximos presupuestos federales, la semana que viene, haya sido recibido con escepticismo por la derecha y gran decepción por la izquierda. La reacción de la mayoría de los republicanos en el Congreso se resume en cuatro palabras: demasiado poco, demasiado tarde. Para resumir la de la izquierda, bastan tres: "Un gran error", como ha dicho el profesor Robert Reich, antiguo secretario de Trabajo.

La iniciativa de Obama tendrá, en todo caso, que ser aprobada por el Congreso, que es el que tiene la última palabra sobre cuánto dinero se gasta y dónde se gasta. El Congreso no mantiene, en estos momentos, las mejores relaciones con la Casa Blanca. Obama está ya trabajando a fondo para conseguir -probablemente con éxito- la confirmación para un segundo mandato de Ben Bernanke como presidente de la Reserva Federal. Está tratando también de sacar adelante -en este caso con pocas posibilidades- una propuesta para la creación de una comisión bipartidista que decida sobre los recortes del gasto público. Ahora tendrá que pelear además por su presupuesto para este año. Para Obama, todo se ha puesto cuesta arriba e intenta remontar con medidas que los estadounidenses entienden fácilmente. Pararle los pies a Wall Street se entiende fácilmente. Ahorrar en Washington, todavía mejor. El problema es que eso obliga a reinventar esta presidencia.

Obama asumió el cargo decidido a seguir los pasos de grandes presidentes transformadores, como Lincoln, Roosevelt o Kennedy. Ahora, algunos de sus colaboradores le sugieren que se fije en modelos más modestos, como Bill Clinton, a quien no se le recuerda ninguna gran obra en sus ocho años de presidencia, pero que, a fuerza de no hacer nada y dejar que los republicanos manejaran la economía, acabó con el déficit y dejó al país en superávit. Obama, asegura, se niega a seguir ese camino. "Prefiero ser un buen presidente durante cuatro años que un mediocre presidente durante ocho", dijo el lunes en una entrevista con la cadena ABC.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama.EFE

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