Nuevas prioridades
Tras el rescate de las víctimas, la ayuda debe hacer que Haití asuma sus responsabilidades
A medida que el rescate de las víctimas va dejando de ser la única e inaplazable prioridad, Haití comienza a enfrentarse a su sombrío futuro tras el terremoto. El seísmo no sólo derribó los edificios e infraestructuras de las principales ciudades del país, sino que también redujo a ruina las débiles estructuras del Estado. A los robos y pillajes perpetrados por la desesperación se han empezado a sumar durante los últimos días las venganzas contra sus autores, mientras la población sigue a la espera de una ayuda internacional que sigue llegando con cuentagotas.
A este escalofriante panorama ha venido a sumarse, por otro lado, la acción de redes internacionales dedicadas al tráfico ilegal de personas, que hasta el momento podrían haber secuestrado a una quincena de niños, según las agencias internacionales. Y aunque ha sido sin duda la buena fe la que ha llevado a facilitar los trámites de adopción de huérfanos haitianos en Estados Unidos y algunos países miembros de la Unión, es una decisión arriesgada que debería dar tiempo a que la situación interna se estabilice y a que se pueda establecer un censo de víctimas y desaparecidos.
En la tragedia de Haití no ha faltado la solidaridad, sino los mecanismos internacionales para canalizarla. Las dificultades en la ejecución de la ayuda se han debido, paradójicamente, a una falta de protagonismo por parte de quien debía haberlo asumido y a un exceso de lo mismo de algunos Gobiernos que no sólo han querido colaborar, sino también, y sobre todo, dejar patente su colaboración. La estructura local de Naciones Unidas quedó devastada tras el terremoto y, en esa medida, resultaría injusto y hasta mezquino reprocharle la lentitud de su reacción, por fortuna compensada con la inmediata respuesta norteamericana. Pero a medida que pasan los días y las prioridades de la ayuda a Haití empiezan a ser otras, Naciones Unidas debería recuperar el papel central que le corresponde.
Si se quiere que Haití salga del insondable pozo de miseria en que se encuentra, no bastará con convocar una de tantas conferencias de donantes. La ayuda internacional no debe contribuir a deslegitimar aún más al Gobierno haitiano, sino a reforzarlo, contribuyendo a que pueda asumir sus responsabilidades. Que Haití alcance una vida digna es un deber moral de la comunidad internacional, pero también una prueba para saber si la solidaridad es algo más que la exhibición de buenas intenciones.
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