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Una nueva relación con Oriente

Obama inaugura con China un nuevo orden

El presidente de EE UU asegura que no quiere contener la pujanza de Pekín -Washington busca apoyos contra la amenaza nuclear de Irán y Corea del Norte

Antonio Caño

Sentando por primera vez en público uno de los principios fundamentales de su política exterior, Barack Obama aseguró ayer que "no pretende contener a China" y que el auge incontenible de ese país no es una amenaza sino "una fuente de fortaleza para la comunidad de naciones". El presidente estadounidense anunció que su intención es la de colaborar con China en su nuevo papel de gran potencia y hacerlo de una manera pragmática, sin permitir que las diferencias sobre derechos humanos creen conflictos que podrían ser peligrosos para la paz mundial.

Se trata de la consumación oficial del nuevo orden internacional que nace en Asia. Un orden que Obama ha venido a validar con esta gira y con un discurso, pronunciado ayer en Tokio, en el que establece las principales reglas del juego para encarar un futuro que ya está aquí.

El poder de Asia ha acabado afectando a la vida cotidiana de todo el planeta
Éste es el inicio del reconocimiento del gigante asiático como gran potencia
Washington no ha querido molestar a Pekín con los temas de Tíbet y Taiwan
Una de las medidas concretas por negociar es la de un tratado militar
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Entre esas reglas, explicó Obama, Estados Unidos se mantiene fiel a las alianzas heredadas de la II Guerra Mundial, pero reconoce la necesidad de otras nuevas que reflejen de forma más realista el poder alcanzado por este continente en los últimos años, un poder que no es sólo económico o militar, sino el fruto de una combinación de eficacia colectiva e impulso individual que ha acabado afectando a la actividad cotidiana de cada uno de los seres sobre el planeta. El poder asiático marca nuestras vidas de una forma menos revolucionaria que el comunismo, pero quizá más determinante.

EE UU, como país geográficamente del Pacífico y como potencia aún con los mayores recursos y los valores dominantes, intentará mantenerse al frente de este nuevo orden naciente, pero lo hará en estrecho entendimiento con China, con quien Obama entiende que hoy es necesario negociar cualquier problema global, desde Afganistán hasta el cambio climático o la proliferación nuclear.

El discurso de ayer en Tokio, por tanto, no es, como han sido otros anteriores en sus desplazamientos al extranjero, una hermosa apelación al entendimiento sino un humilde reconocimiento de que el mundo está cambiando de dueños o, simplemente, está empezando a existir sin dueños claros a los que obedecer.

Pese a todos los años que China lleva pujando en el escenario internacional, éste es apenas el comienzo de su reconocimiento oficial como legítima gran potencia. Gobernado por un sistema opuesto a la democracia y con una cultura ajena a la que hasta ahora ha predominado desde Occidente, las consecuencias del ascenso de China son todavía una gran incógnita, una oportunidad de diversificación para quienes abominan del unilateralismo estadounidense, pero un gran peligro para quienes ponen por encima de todo el aprecio por la democracia y los derechos humanos.

Éste es el contexto histórico en el que Obama llega esta noche a Shanghai y que quiso definir previamente, ayer, en su importante alocución en Tokio ante representantes de la sociedad civil japonesa. Para esa audiencia, toda esta transformación es confusa y paradójica: un país al que Estados Unidos ha hecho tanto daño y que tanto ha hecho por los propios Estados Unidos después, se encuentra ahora en el medio de un sándwich de la historia, atrapado entre las fuerzas que hoy reinan y las que vienen a reinar.

Para Japón y para otros muchos países asiáticos, tan expectantes como temerosos ante el papel de China, para las viejas potencias europeas que pierden el hilo del futuro, para los ciudadanos estadounidenses que sospechan de que su bienestar es incompatible con el de 1.300 millones de chinos; para todos ellos quiso ayer Obama tener unas palabras de tranquilidad.

"Estados Unidos no pretende contener a China, ni una relación más profunda con China significa un debilitamiento de nuestras alianzas bilaterales", aseguró el presidente. "Al contrario", añadió, "el ascenso de una fuerte y próspera China puede ser fuente de fuerza para la comunidad internacional".

Pero nadie debe llamarse a engaño: la apuesta estadounidense por China es definitiva, estratégica y con todas sus consecuencias. Para quienes todavía tengan un atisbo de duda sobre si Estados Unidos avanza en esta aventura tímidamente o de forma contradictoria, baste un ejemplo: Tíbet o Taiwan, los dos asuntos internacionales que desatan la cólera de China, no fueron mencionados por Obama ni una sola vez en su discurso de ayer. "El respeto a los derechos y a la dignidad humana está enraizado en Estados Unidos", manifestó el presidente norteamericano. "Pero podemos abordar las discusiones sobre esos asuntos en un espíritu de asociación y no de rencor".

"Estados Unidos se aproximará a China", explicó Obama, "con la mirada puesta en nuestros propios intereses. Y es precisamente por esa razón por la que es importante conseguir una cooperación pragmática con China en asuntos de mutua preocupación, porque ninguna nación puede hacer frente a los desafíos del siglo XXI sola, y tanto Estados Unidos como China seremos mejores si estamos juntos".

"No estaremos de acuerdo en todo", reconoció, "y Estados Unidos nunca dejará de hablar a favor de los derechos fundamentales, y eso incluye respeto a la religión y la cultura de todos los pueblos". Pero, según entiende Obama, sólo en la medida en que China esté convencida de que Estados Unidos no pondrá en riesgo su estabilidad interior en nombre de los derechos humanos, será posible avanzar en ese capítulo.

En todo caso, esos asuntos no son, de momento, la prioridad. Hoy lo más urgente para Estados Unidos es conseguir el respaldo de Pekín en problemas graves e inminentes, como la amenaza nuclear de Irán y Corea del Norte, la guerra de Afganistán o la erradicación del extremismo islamista en distintas regiones del mundo, Asia entre ellas.

Obama, que confía en que una China aceptada como gran potencia sea menos reticente que hasta ahora a colaborar en esa agenda, hablará esta semana de todo ello con el régimen y con un sector de la sociedad china que ha sido elegido para reunirse con el presidente estadounidense mañana en Shanghai en una asamblea.

Una de las medidas concretas a negociar a fin de generar tranquilidad en el nacimiento de este nuevo orden, es un tratado militar para facilitar la comunicación entre las fuerzas armadas de los dos países y evitar los malentendidos que en el pasado han dado lugar a situaciones de tensión. Obama quiere borrar esa palabra del léxico de las relaciones con China. Es un paso arriesgado, como casi todos los que da este presidente, un paso que, probablemente, va a resultar más deseado que deseable y más respetado que respetable.

El presidente de EE UU, Barack Obama, sonríe antes de pronunciar su discurso, ayer en Tokio.
El presidente de EE UU, Barack Obama, sonríe antes de pronunciar su discurso, ayer en Tokio.AP

El discurso

- "Estados Unidos no pretende contener a China,

ni una relación más profunda con China significa un debilitamiento de nuestras alianzas bilaterales. Al contrario, el ascenso de una fuerte y próspera China puede ser fuente de fuerza para la comunidad internacional", declaró Barack Obama en Tokio.

- "No estaremos de acuerdo en tod0", reconoció el presidente, "y Estados Unidos nunca dejará de hablar a favor de los derechos fundamentales, y eso incluye respeto a la religión y la cultura de todos los pueblos".

- "El respeto a los derechos y a la dignidad humana está enraizado en Estados Unidos", manifestó

el presidente. "Pero podemos abordar las discusiones sobre esos asuntos en un espíritu de asociación y no de rencor".

- "Apoyar los derechos humanos proporciona una seguridad duradera que no se puede adquirir de otro modo".

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