173 secretos al aire
Ni una de las más aplaudidas creaciones españolas de las dos últimas décadas -un sistema de trasplantes de órganos público, eficaz, universal y gratuito- se salvó de
la limpieza a fondo que alguien hizo el pasado fin de semana en el piso de un médico del hospital Clínic de Barcelona. Lo cotidiano del desliz no debe ocultar la gravedad de lo ocurrido. Los datos confidenciales de 173 trasplantados de corazón revoloteando en la acera son la violación más grave ocurrida de uno
de los pilares del sistema: el secreto que ampara a familiares
de los donantes y a
los receptores.
Con los papeles en la mano (que incluían la fecha del trasplante y, por tanto, de la muerte del donante, lo que permitiría a sus familiares saber a quién había ido a parar el corazón) pasaba a ser posible lo que siempre se ha querido evitar, y que de forma brillante reflejó el filme 21 gramos: la toma de contacto y las inquietantes relaciones que pueden establecerse entre los allegados de
un donante de corazón y su receptor. Más común, porque ya ha sucedido otras veces aunque no sea menos grave, es
la presencia entre los documentos de otros informes con datos
sobre enfermedades
de transmisión sexual, entre otros.
Es evidente que los hospitales españoles aún tienen mucho que mejorar en la gestión de la información sensible con la que trabajan. Lo ilustra la explicación ofrecida por el Clínic sobre lo ocurrido: el listado de los trasplantes era un documento del que cada semana se imprimían varias copias para repartirlas entre un grupo de médicos. Con este método, y con el paso de los años, sólo era cuestión de tiempo que algún día, por cualquier motivo, estos datos fueran olvidados en un bar, taxi u hotel. O, como ha ocurrido, tirados
a la papelera.
La reacción del hospital tras el desastre ha demostrado lo fácil que era prevenir lo sucedido. Dejarán
de imprimirse más copias y los médicos deberán trabajar con la información proyectada en una pantalla. Puede resultar más incómodo, pero será más seguro. Cabe preguntarse por qué nadie reparó antes en el gigantesco riesgo en que se incurría y en lo sencillo que era prevenirlo. Gestionar asuntos tan sensibles como la privacidad exige anticiparse a los problemas. Aprender de los errores es bueno. Evitarlos habría sido 173 veces mejor.
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