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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Hablemos de Afganistán

Soledad Gallego-Díaz

La situación en Afganistán es lo suficientemente complicada como para que el Parlamento español se conforme con unas declaraciones de la ministra de Defensa, Carme Chacón, según las cuales el Gobierno considera que será posible retirar las tropas españolas "antes de cinco años". Todo el mundo es consciente de que los europeos (británicos incluidos) buscan una salida de Afganistán y que eso es así porque, con los recursos disponibles, no es posible ganar esa guerra (se llame como se llame oficialmente). La cuestión es cómo conseguir esa salida sin llevarse por delante el prestigio de la OTAN, es decir, cómo se consigue que sea la propia OTAN la que lidere la negociación para salir del atolladero.

El Parlamento no puede conformarse con que Carme Chacón diga que es posible retirar las tropas "antes de cinco años"

Todo esto es lo bastante serio y España está lo bastante implicada como para que el Parlamento español exija bastante más claridad al Gobierno. Es cierto que el Congreso tiene una exasperante tendencia a debatir asuntos internacionales en clave de política interna, pero habrá que correr ese riesgo, pedir responsabilidad a los partidos y discutir públicamente temas que deben ser conocidos públicamente. El Parlamento debe debatir la alianza de facto que existe entre la OTAN y Karzai; la estrategia europea en su conjunto, y cómo participa España en su formulación; los límites exactos del mandato del contingente militar español y las dificultades reales para cumplir esas instrucciones sobre el terreno...

Son temas que ya han debatido los Parlamentos de Dinamarca o Australia, pasando por Holanda, Francia, Canadá o el propio Reino Unido, y que no pueden ser distraídos en España por más tiempo. No se trata de responder a una exigencia del PP. De hecho, el Partido Popular siempre ha rehuido un debate parecido (en el que se vería obligado a expresarse con mucha más precisión). Se trata de hablar con claridad de asuntos que lo exigen.

La situación es especialmente seria porque la insurgencia afgana está logrando recolocarse en el terreno. No todos los insurgentes son terroristas relacionados con Al Qaeda, aunque la presencia de esa organización terrorista está sobradamente demostrada. La cuestión es que, pasados varios años de la presencia militar de la OTAN en Afganistán, ha quedado claro que los europeos no ejercen un mínimo liderazgo, ni tienen intención de ejercerlo. Hasta ahora se han limitado a seguir los planteamientos de Washington.

También están claras algunas otras cosas. Los europeos han cometido errores fundamentales. Y estaría bien recordar que cuando hablamos de los europeos, hablamos de los españoles, porque se supone que hemos sido parte y hemos intervenido en esas decisiones y en esos errores. Por ejemplo, ha sido un error no tener nunca un objetivo concreto y vender la intervención en Afganistán como una misión humanitaria y de reconstrucción, olvidando que se trataba también de un problema militar. Por ejemplo, ignorar a los actores locales y no ser capaces de promover un diálogo imprescindible con los talibanes. Por ejemplo, ignorar que no hay solución sin tener en cuenta a Irán, a Pakistán y a Rusia (encantada con el fracaso de la OTAN).

Sobre todo, no cumpliendo con nuestro compromiso de ayudar a la población civil. Es cierto que la ayuda humanitaria permite alimentar al país. Es cierto que los médicos militares atienden a la población civil, que se han construido algunas escuelas y caminos y se han perforado pozos. Pero el impacto ha sido muy pequeño sobre la mayor parte de la sociedad afgana y la población tiene la certeza de que los más beneficiados han sido la élite militar, los señores de la guerra y los señores del contrabando. A Afganistán no ha llegado ni la mitad de la ayuda civil prometida por Europa.

De todo esto habría que debatir en el Parlamento, del impacto que puede tener la operación en la OTAN (que toma decisiones con nuestro voto), de la obligación de salir de allí y de la responsabilidad que significa dejar incumplidas las promesas a la población civil, y muy especialmente a las mujeres afganas, a las que, mal que bien, de forma abominablemente insuficiente, se ha ayudado a proteger de algunos de los peores excesos.

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