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Columna
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La apertura Obama

Lluís Bassets

Casi todas las piezas están todavía en el tablero y se diría que todo se mantiene en tensión y equilibrio entre estos rivales que meditan sus jugadas. Pero los movimientos cada vez más rápidos e inesperados nos dicen que se prepara un intenso intercambio de piezas que puede dejar despejada esta partida, marcada por una insólita apertura del nuevo maestro internacional. Así lo ve el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger en unas recientes declaraciones al semanario alemán Der Spiegel: "Obama es como un jugador de ajedrez que juega una partida de simultáneas y ha empezado el juego con una apertura inusual". La apertura Obama, simbolizada en su discurso de El Cairo el 4 de junio, ha consistido en atacar el conflicto entre israelíes y palestinos como nadie lo había hecho hasta ahora, partiendo del compromiso de Washington en la seguridad de Israel y declarando la amistad entre ambos países como irrompible, pero para exigir inmediatamente al Gobierno israelí que congele los asentamientos ilegales en los territorios ocupados y se comprometa en la creación de un Estado palestino en Gaza y Cisjordania.

El Gobierno israelí sigue impertérrito y feliz de haber cumplido 100 días, pero cada vez más aislado

La presión sobre Israel no ha cejado desde entonces. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, tuvo que ceder, al menos verbalmente, a la conminación para sumarse a la fórmula de los dos Estados. Luego su Gobierno se ha revuelto con todo tipo de excusas ante la exigencia respecto a los asentamientos. Por ejemplo, que la vida de cada día de los colonos exige nuevas viviendas para la prole, como si fuera obligado que el crecimiento familiar se efectuara siempre en la misma ciudad e incluso al lado de la casa paterna. O que pedir a los colonos que se vayan de las tierras confiscadas y ocupadas es propugnar la limpieza étnica y la condición nazi de Judenrein (limpio de judíos).

Aunque nadie se atreve a mencionar en los foros internacionales a la Biblia como escritura de propiedad israelí sobre Judea y Samaria, Netanyahu no dudó en hacerlo en su discurso de respuesta a Obama, en la universidad ultraconservadora de Bar-Ilan el 14 de junio. Tampoco se aguanta el argumento sobre las necesidades de seguridad de Israel, pues la experiencia ha demostrado exactamente lo contrario, son las colonias las que la comprometen: obligan a un mayor gasto militar, a despliegues de tropas y a situaciones de peligro, a veces ni siquiera directamente para proteger a los colonos, sino al contrario, por sus actitudes provocativas y sus intentos de nuevas ocupaciones.

Han pasado dos meses desde que Obama le aclaró las cosas a Netanyahu en la Casa Blanca y mes y medio desde el discurso de El Cairo en el que le marcó públicamente los deberes. Pero el Gobierno israelí sigue exactamente igual, impertérrito y feliz de haber superado la barrera de los cien días sin que haya pasado nada; cada vez más aislado internacionalmente y con un ministro de Exteriores como Avigdor Lieberman, que confía más en Moscú, su antigua capital de ruso moldavo, que en Washington. Su labor política poco tiene que ver con las relaciones internacionales de Israel y mucho en cambio con la resistencia de los colonos a una negociación en la que deben convertirse irremediablemente en moneda de cambio. Su presencia en el Gobierno es el auténtico argumento sobre los territorios ocupados, una baza de negociación tan valiosa como para presentarla como si fuera un principio innegociable. El ultimísimo argumento apela al realismo político que conducirá sin duda a un intercambio de territorios para salvar quizás tres grandes colonias a cambio de la cesión a los palestinos de una superficie útil equivalente. Pero esta hipótesis tan necesaria para la negociación no puede ser la coartada para seguir construyendo en territorios sobre cuyo futuro no se ha empezado ni siquiera a negociar.

El colono racista y xenófobo que es Lieberman ha tenido la virtud de erigirse en el obstáculo más visible en el camino de la paz. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, se lo ha dicho así de claro a Netanyahu. El diario israelí Haaretz ha pedido su destitución. Nadie serio le recibe en ninguna cancillería, árabe u occidental. Hay muchas esperanzas en la aportación de la policía y la fiscalía israelíes en una investigación por corrupción que, como mínimo, le puede desalojar del Gobierno. Pero Lieberman, que en tiempos fue segurata de discoteca, es de los que gusta morir matando. Su última embestida ha sido para Javier Solana, el alto representante de la UE para la Política Exterior, que muy razonablemente ha pedido plazos este año para un acuerdo definitivo de paz o, en caso contrario, que sea la comunidad internacional quien imponga la solución a las dos partes. Siempre dispuesto a seguir haciendo amigos, el jefe de la diplomacia israelí ha dicho que "quienes se enfrentan a la jubilación suelen hacer declaraciones solemnes en un intento de dejar una buena impresión". Es la pieza perdida que se ofrece a sí misma para el gambito. Y que puede aplicarse su propio cuento.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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