Salto sobre el tutú de acero
En el año 1968 Maurice Béjart estuvo en La Habana; a mediados de los años setenta llegó al teatro Nacional el Bolshói de Moscú, y se acabó. El telón de acero en el ballet era estético y tenía nombre y apellido: Alicia Alonso. Si el deshielo de la guerra fría tuvo lugar en China a través del pimpón, con la difunta Unión Soviética fue a través del ballet. Tanto los del Kirov de Leningrado como los del Bolshói de Moscú viajaron a Londres y a Nueva York cambiando una era no sólo en la cultura sino en la política. Ahora le toca a La Habana. El impacto puede ser decisivo para el futuro del ballet cubano, incluso se puede hablar de hito histórico y de una verdadera pica en Flandes con un futurible y pujante director artístico para el conjunto cubano: Carlos Acosta, savia nueva, mejor imposible.
Los cubanos del ballet se han negado a reconocer a la escuela inglesa desde siempre, incluso ridiculizándola, y fue un hito cuando Mayna Guielgud y Marion Saint Claire triunfaron en La Habana. Han pasado 30 años. Ya era hora.
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