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MANERAS DE VIVIR
Columna
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La tortilla de patatas y el sadomasoquismo

Rosa Montero

Ultimamente no hacen más que salir por todas partes noticias sobre ciertas prácticas sexuales que podemos calificar de peculiares. Con un tono fingidamente recatado que apenas disimula su goloso entusiasmo, los medios detallan cómo el actor David Carradine, por ejemplo, apareció muerto en un armario con una soga ciñendo su cuello y "otras partes"; y al día siguiente se apresuran a especificar qué otras partes eran esas, añadiendo detallados croquis sobre las prácticas de riesgo que pudieron originar semejante desenlace. O bien los diarios llenan páginas con el caso de Edouard Stern, el guapo banquero amigo de Sarkozy que, cuando fue asesinado de un tiro por su amante, estaba vestido con arreos sadomasoquistas. Y, por si ustedes ignoran qué atavíos son esos, la prensa especifica que llevaba "un traje de látex del que colgaban vibradores de diversos tamaños". Vamos, una especie de árbol de Navidad del fetichismo. Algo que en realidad resulta tan exagerado y poco práctico, que la descripción más bien parece una fantasía personal, el florido adorno de algún intermediario, por ejemplo, del inspector que facilitó los datos, o de algún periodista.

"Estas costumbres sexuales que exigen disfraces y ortopedias tienden a desternillarme de risa"

Supongo que este tipo de noticias inquietan y alivian por igual a la gente de sexualidad menos agitada. Inquietan porque dejan entrever un vasto panorama de prácticas amatorias desconocidas (¿seré un imbécil y me estaré perdiendo lo mejor?, pensarán algunos); y alivian porque, como estas cosas sólo salen a la luz cuando media algún suceso truculento, parecen reforzar la moral convencional y la decisión de permanecer en el lado menos salvaje de la vida. En cualquier caso, el goteo de noticias sadomaso deja intuir la dimensión subterránea de estas aficiones, que me parece que son mucho más comunes de lo que uno podría imaginar.

De hecho, cuando me aventuré, hará casi cuatro años, en el mundo virtual de Second Life, quedé muy sorprendida por la cantidad de gente que practicaba allí el sadomasoquismo, o BDSM, que es como se dice en plan moderno, fino y políticamente correcto (la palabra es un acrónimo de Bondage -atadura-, Dominación y Sumisión y Sadomasoquismo). Hace años que no entro en Second Life y no sé si seguirá tan lleno de látigos virtuales, pero el entusiasmo que los asiduos mostraban por entonces en los juegos de amos y de esclavos me pareció tan curioso, que el tema terminó entrando en mi última novela, Instrucciones para salvar el mundo.

Creo que en las relaciones sentimentales a menudo dirimimos, por desgracia, acérrimas luchas de poder, podridas frustraciones y rencillas añejas, de modo que hay mucho sadismo y masoquismo real en la vida cotidiana de las parejas, sólo que sin pasar por lo sexual ni proporcionar placer alguno. Y con esto quiero decir que los juegos controlados de BDSM entre personas adultas y consentidoras me parecen, como es natural, una opción privada totalmente válida. Pero, personalmente, todas estas costumbres sexuales que exigen complejos disfraces y elaboradas ortopedias tienden a desternillarme de la risa, cosa que no resulta demasiado erótica. Leyendo textos serios en inglés sobre el BDSM cuando me documentaba para mi novela llegué a un pasaje impagable: para entregarse con garantías al sadomasoquismo, decían, había que acordar previamente una palabra o frase de seguridad que detuviera el castigo. Dado que el hecho de implorar y decir "no, por favor, detente, déjame, no sigas" podía formar parte del juego y significar justamente lo contrario, era necesario convenir un término que no tuviera nada que ver con el contexto. Como, por ejemplo, apuntaba el documento muy sesudamente, scrambled eggs. Que quiere decir huevos revueltos. Inmediatamente imaginé a una pareja embutida en látex negro y armada de látigos y pinzas que, en un momento álgido, se ponían a chillar "¡Huevos revueltos!", y me pareció algo tan grandiosamente cómico que metí el grito en mi novela, transmutado en "¡Tortilla de patatas!" por el aquel de la versión patriótica. Tal vez quienes leyeron ese capítulo pensaron que el detalle era un invento mío, una exageración febril y socarrona. Pero lo cierto es que proviene de la pura realidad, de ese grotesco, conmovedor e irremediable disparate que es el ser humano.

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