Los líderes plantan cara al calentamiento global
Barack Obama confía en que antes de fin de año se establezcan cuotas precisas de emisión de gases contaminantes
Convertido ahora en campeón del medio ambiente, Barack Obama transmitió ayer a los líderes de los principales países en vías de desarrollo que, después de los avances hechos en esta cumbre del G-8, cree posible conseguir un acuerdo para la reducción histórica de gases contaminantes en todo el mundo antes de la conferencia mundial de Copenhague, convocada para diciembre.
"Tenemos que luchar contra la tentación del cinismo, tenemos que evitar asumir que este problema es demasiado grande como para que no podamos resolverlo", declaró ayer el presidente norteamericano tras una reunión en la que los 16 países más contaminantes (más un representante de la Unión Europea) se comprometieron a poner límite al calentamiento atmosférico y a establecer cuotas concretas de emisión de los gases de efecto invernadero.
Se pretende limitar el aumento de la temperatura de la Tierra a dos grados
El G-8 reconoce el derecho iraní a un programa pacífico de energía nuclear
"Trabajaremos desde ahora hasta Copenhague entre todos nosotros con el objetivo de establecer metas para la reducción sustancial de emisiones para 2050", asegura el comunicado emitido tras este encuentro.
Obama dedicó prácticamente todo el día de ayer en distintas reuniones en L'Aquila a acercar posiciones entre los mayores responsables de la contaminación: los países ricos, muy industrializados, que contaminan mucho desde hace mucho tiempo, y las naciones de rápido crecimiento en los últimos años, que también contaminan mucho, pero algo menos y desde hace poco. Los primeros, que son los miembros del G-8, aceptaron el miércoles reducir sus emisiones de los gases que provocan el cambio climático un 80% para 2050, mientras que señalaron la meta del 50% en el mismo plazo para los países en desarrollo.
Obama ayer asumió el papel de venderle ese acuerdo a los que no son miembros del G-8, otros ocho países -algunos verdaderos gigantes, como China, India o Brasil- que forman parte del club de los 16 causantes de más del 80% de la contaminación mundial.
El acuerdo que había obtenido el G-8 (EE UU, Rusia, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia) era importante, en la medida en que establecía, por primera vez por escrito, unas metas ambiciosas y, sobre todo, porque Estados Unidos, que se resistía hasta ahora, se sumó el miércoles al consenso. Pero esto todavía les parece insuficiente a los países en desarrollo, que creen que para pedirles a ellos esfuerzos -no contaminar supone parar fábricas y gastar dinero en tecnología- , los ricos tienen antes que hacer más.
Tienen, por ejemplo, que establecer con más claridad las fechas desde las que se cuenta su aportación a la contaminación. Cuanto más tiempo lleven contaminando, menos gases deberían emitir a partir de ahora. El acuerdo de L'Aquila es vago en ese aspecto. Dice que se cuenta desde 1990 o fechas posteriores.
Pese a esas y otras diferencias, los contaminantes pobres aceptaron ayer el propósito general de regresar antes de 2050 a los dos grados de calentamiento de la atmósfera que existían a principios del siglo XX. Pero se resisten aún a marcar porcentajes precisos de emisión de gases, como pide el acuerdo del G-8 y como será necesario si se quiere conseguir un acuerdo en Copenhague, donde Naciones Unidas pretende que se firme un convenio que sustituya al de Kioto.
Obama está trabajando a fondo en esto, no sólo para corregir a su antecesor y por la responsabilidad moral que le corresponde al líder de la potencia causante casi de una tercera parte de la contaminación mundial, sino también porque encaja en los planes de renovación energética que se ha marcado en su política doméstica. "Ésta es una de las principales prioridades de mi Administración... la responsabilidad de una generación", declaró ayer.
El presidente norteamericano tendrá que trabajar aún más antes de diciembre si quiere cumplir su pronóstico positivo, especialmente en sus contactos directos con China, que, además de un gran contaminante, es el mayor competidor de EE UU. En última instancia, la actitud de esos dos países es la que va a decidir la suerte de Copenhague.
El otro foco de trabajo de Obama en esta cumbre ha sido el de promover una declaración contra la proliferación nuclear. El comunicado se publicó ayer con una referencia a Irán, muy crítico en cuanto al comportamiento del régimen tras las últimas elecciones, pero muy prudente en lo que respecta al programa nuclear iraní, que se realiza a espaldas de la vigilancia internacional y quizá con fines militares.
El texto, que refleja una victoria de los más moderados, reconoce el derecho de Irán a desarrollar un programa pacífico de energía nuclear y afirma que los miembros del G-8 "siguen comprometidos a buscar una solución diplomática". Anima a Irán a seguir también ese camino y menciona la próxima asamblea general de la ONU, en septiembre, como una oportunidad para resolver el problema, sin mencionar los efectos de violar ese plazo. Con todos estos argumentos, la proliferación nuclear, el cambio climático y la lucha contra la pobreza -también abordada en L'Aquila-, Obama tiene campo más que suficiente de coincidencia con el papa Benedicto XVI en la reunión que ambos mantendrán hoy en el Vaticano.
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