Pacto en el objetivo, dudas sobre el camino
Que los líderes del G-8 hayan acordado que la temperatura del planeta no debe subir más de dos grados respecto a los niveles previos a la revolución industrial -ya ha subido 0,7 grados- es un avance en la lucha contra el cambio climático. Hace unos años, o con George W. Bush en la Casa Blanca, se habrían enredado en discusiones sobre si debía hablarse en grados centígrados si en EE UU se mide en Fahrenheit.
Dos grados es, según la UE y muchos científicos, el límite a partir del cual habría "interferencias peligrosas con el clima". A partir de ese nivel el Ártico sería historia, las sequías en África y Norteamérica amenazarían a millones de personas, el suministro de agua en buena parte de Asia estaría en riesgo por el deshielo del Himalaya, el mar subiría más de un metro y un 30% de las especies se verían amenazadas, según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático.
Y esa temperatura se alcanzará en dos décadas al ritmo actual de emisiones. Cada vez que se quema gasolina en un coche, carbón en una central eléctrica o arde un bosque se emite CO2. Para alcanzar la cifra mágica de dos grados, la concentración de CO2 en la atmósfera no debe superar las 450 partes por millón. Actualmente está en 387 y es la mayor en más de 650.000 años.
Por eso el acuerdo en el objetivo es el primer paso. Ahora viene lo complicado: cómo se alcanza ese límite. El Protocolo de Kioto, de 1997, obligaba a los países industrializados a reducir sus emisiones un 5% en 2012 respecto a 1990. Pero la ausencia de EE UU y que no implicara a China e India ha hecho que las emisiones hayan seguido creciendo.
Los científicos alertan de que las emisiones mundiales deben tocar techo en 2020 y reducirse drásticamente hasta 2050. En general, los países del G-8 aceptan la reducción a mitad de siglo pero no está tan claro que vaya a haber acuerdo en 2020. La ONU considera, y ayer lo repitió su secretario general, Ban Ki-moon, que para ser creíble debe haber un acuerdo a partir de 2012 con objetivos concretos en 2020.
Las potencias coinciden en que debe haber una drástica rebaja antes de mitad de siglo, aunque la ambigüedad sigue presente. El año pasado, el G-8 acordó reducir las emisiones un 50% pero no dijo respecto a qué año -la ONU suele usar 1990, año de referencia de Kioto-. El acuerdo en L'Aquila cita 1990 pero deja abierto que algunos países podrán utilizar referencias posteriores.
El acuerdo que sustituya a Kioto debe alcanzarse en diciembre en Copenhague en la convención de Naciones Unidas y la negociación es extremadamente compleja. Recortar las emisiones a esos niveles implica un cambio drástico del sistema energético y de transporte y afectará al comercio.
Pero hay esperanza. Los países en desarrollo ya no se levantan de la mesa. Exigen, eso sí, dinero y tecnología, ya que ellos no crearon el problema. EE UU tramita su propia ley de recorte de emisiones pero alega que la presencia de China es imprescindible en un pacto internacional. La UE, acuciada por su dependencia energética, se ha comprometido a reducir sus emisiones en 2020 un 20% respecto a 1990 y avisa de que si hay un acuerdo irá al 30%. Pactar la letra es complicado, pero al menos ya todo el mundo tararea la misma sintonía.
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