La revuelta iraní agoniza por falta de líder
La ausencia del candidato reformista Musaví deja sin guía el deseo de cambio - El régimen acusa a los opositores de estar al servicio de EE UU y Reino Unido
El líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, cerró ayer la puerta a cualquier compromiso con la oposición. En una intervención difundida por la televisión estatal, Jamenei subrayó que el resultado de las elecciones presidenciales "sigue siendo válido a pesar de las protestas". El régimen, añadió, no "cederá a las presiones a ningún precio". El Gobierno prosigue entre tanto su cerco a quienes cuestionan la reelección del presidente Mahmud Ahmadineyad, con nuevas detenciones y una campaña de desprestigio en los medios públicos que les asocia con maleantes y agentes al servicio de potencias extranjeras.
El Consejo de Guardianes, por su parte, anunció anoche que el recuento parcial "confirma los resultados electorales". Mientras, acosado y sin verdadero líder, el movimiento de contestación languidece ante la frustración de quienes desean un cambio.
Las autoridades reconocen 18 muertos y un centenar de heridos
Al menos 55 políticos, periodistas e intelectuales se hallan encarcelados
"No daremos un paso más allá de la ley. Ni el sistema ni la gente va a ceder ante las presiones a ningún precio", declaró Jamenei, en una clara referencia a las manifestaciones que desde el anuncio del resultado electoral han sacudido al país.
Sin embargo, las protestas casi han desaparecido en los dos últimos días. La violenta represión de la marcha del pasado sábado en el centro de Teherán y el enorme despliegue policial que recibió a los manifestantes en la plaza de Haft-e Tir el lunes siguiente han desanimado a esos centenares de miles de descontentos que sólo una semana antes inundaron la plaza de Azadí. De nuevo ayer, un llamamiento para concentrarse ante el Parlamento chocó con un imponente dispositivo de seguridad que impidió que los varios cientos de asistentes lograran reunirse.
Las autoridades han reconocido 18 muertos, un centenar de heridos y cerca de 600 detenidos. Se teme que las cifras sean más altas. Además, al menos 55 destacados intelectuales, políticos y periodistas se encuentran encarcelados por su asociación con Mir Hosein Musaví, el candidato que se declaró ganador y contestó las elecciones.
Ayer se conoció que el "cuartel general desde el que se organizaban los disturbios" que la policía dijo haber desmantelado el lunes por la noche, era en realidad la sede de Kalemeh Sabz (Palabra Verde), el periódico que Musaví lanzó para su campaña y que fue prohibido tras las elecciones. Detuvieron a 25 de sus empleados.
Los sectores ultraconservadores también se han movilizado. "Llamamiento popular para pedir cuentas a Musaví por la sangre vertida", titulaba ayer en su primera página el diario Kayhan, cuyo director es un íntimo confidente del líder supremo. Varios diputados también se han manifestado en el mismo sentido. Mientras, las autoridades no desaprovechan la ocasión de desprestigiar a los manifestantes. El ministro del Interior, Sadegh Masulí, les acusa de "estar financiados por la CIA".
Su colega responsable de los servicios secretos, el hoyatoleslam Gholam Hosein Mohsení-Eyeí, apunta sin embargo hacia Reino Unido e insiste en que ciudadanos con pasaporte británico "han participado en los disturbios". "Entraron en el país antes de la elección y fueron detenidos durante las manifestaciones", asegura. Fuentes diplomáticas europeas desconocen la existencia de detenidos de esa nacionalidad aparte del periodista greco-británico Iason Athanasiadis, que trabaja para The Washington Times.
Además, la televisión (todas las cadenas bajo control estatal) presenta a los partidarios de Musaví como una panda de gamberros, drogadictos y malhechores que quieren aprovechar la situación para sus fechorías. En su relato de los hechos, son los manifestantes los que están pegando y matando a tiros a los basiyís, la temida milicia de voluntarios islámicos.
Pero la pérdida de ímpetu del movimiento no tiene que ver sólo con los muertos, heridos y detenidos que han dejado las protestas. Muchos de los entrevistados por esta corresponsal declaraban estar dispuestos a pagar un precio por conseguir su libertad. Pero les falta un líder. Musaví sólo ha sido un catalizador del malestar que existía en amplias capas de la sociedad iraní por su escaso margen de libertad personal. Fue abrazado con el entusiasmo con el que un náufrago se agarra a un flotador. Sin embargo, a medida que pasan los días, su ausencia y su silencio revelan su resistencia a encabezar un movimiento que ya quiere más que la anulación de los comicios.
Desde la gran manifestación del lunes 15, sus intenciones han quedado diluidas en una guerra de comunicados y contracomunicados a través de páginas web a menudo inaccesibles desde dentro de Irán. Por un lado ha pedido a sus simpatizantes que mantengan sus protestas de forma pacífica. Por otro, ha seguido mostrando su respeto al sistema que las ha reprimido. Y lo que es más difícil de explicar, no ha vuelto a dejarse ver en público. Su presencia la noche del jueves 18 en un barrio del sur de Teherán fue desmentida en su web, del mismo modo que ayer se desligaba de la concentración convocada ante el Parlamento. A Musaví le falta materia para convertirse en el agitador que necesita la calle.
Su mujer, Zahra Rahnavard, ha pedido la libertad de los detenidos e insistido en que la Constitución garantiza su derecho a protestar. "El Gobierno no puede actuar como si estuviéramos bajo estado de sitio", afirma en el último post de la web de Musaví. "No estoy detenida. Sigo con mi trabajo en la universidad, pero al mismo tiempo estoy al lado de la gente y protesto". Tal vez sea cierto pero, como a su marido, nadie la ha visto desde que a partir del sermón de Jamenei el pasado viernes, las cosas empezaron a ponerse feas.
Por otra parte, otro de los candidatos oficialmente derrotados en las elecciones presidenciales, el conservador Mohsen Rezai, retiró ayer sus quejas por el escrutinio.
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