Un sabor inconfundible
La característica fundamental de las antiutopías de Kadaré es una atmósfera inquietante, sombría, crecientemente irrespirable, en la que se mueven los personajes hacia un destino a menudo fatal. La fluidez del relato, la firme conducción de la trama, la amenidad y hasta el exotismo bárbaro de los ambientes, los personajes y los paisajes, alivian la lectura, y la suma de todo ello le da a los relatos de Kadaré una posición particular, un sabor inconfundible. Ese aire enrarecido, ese clima angustioso, envuelve también las novelas épicas como la extensa El largo invierno, en la que reconstruye el viaje a Moscú de una delegación de políticos albaneses en 1961 para discutir con las autoridades soviéticas y el profundo trauma que supuso, para las clases dirigentes de Tirana encabezadas por el dictador Enver Hoxha, y para los ciudadanos de a pie, el tremendo, sacrílego desafío de la ruptura con la URSS. Por esta novela, de un patriotismo por lo menos ambiguo, por sus ensayos sobre mitología y sus análisis comparativos de romanceros, leyendas y tradiciones de Yugoslavia, de Albania y de Grecia, y sobre todo por la evidencia palmaria de que se trataba de un gran escritor (aunque del todo excéntrico a la estética del realismo socialista), Kadaré fue tolerado por el régimen de Hoxha. Y, entre reconocimientos y amenazas, por su sucesor Ramiz Alia; hasta que en 1990, desde París donde se hallaba de viaje, asestó al régimen la herida profunda de su exilio y denuncia, precisamente en el momento en que Alia, con la organización de una cumbre de ministros de asuntos exteriores del ex bloque soviético y la presencia, por primera vez en muchos años, de un contingente de periodistas occidentales en la capital, procuraba dar al mundo una imagen de aperturismo. De la noche a la mañana los ensayos y novelas de Kadaré exhibidas en los comercios del centro de Tirana desaparecieron de los escaparates; y al día siguiente los periodistas occidentales fueron expulsados del país.
Hace algunos años tuve ocasión de charlar con Kadaré. "Sólo una vez hablé con Hoxha", me explicó. "A aquel asesino le gustaba llorar en los mítines multitudinarios, y en privado dárselas de culto e ilustrado y salpicar su conversación con sentencias de los moralistas franceses. Yo había pedido permiso para consultar documentos secretos relativos a la ruptura con la URSS. Aquella ruptura traumática, que venía después de la de la Yugoslavia de Tito, perseguía el objetivo de que Occidente se volcase con Albania, pero eso sí, respetando el carácter personal del régimen, la dictadura de Hoxha. Pero la maniobra salió mal, Europa nos ignoró y hubo que buscar otro valedor, y lo encontramos en la China de Mao... El caso es que Hoxha me llamó a su casa para hablar del asunto. De pronto abandonó la sala donde estábamos. Quizás se me había escapado alguna palabra desagradable y que ahora tendría que atenerme a las consecuencias, no las tenía todas conmigo, pero él regresó enseguida con un montón de grandes volúmenes: las obras completas de Balzac, que me regaló. Por favor, me dijo, no crea que quiero influir en su estilo, escriba como le parezca, lo que pasa es que, ¿sabe?, yo soy un hombre de gustos clásicos, un poco chapado a la antigua". Y Kadaré se reía.
Para elogiar a un autor es socorrido colocarlo en la estela de un Kafka o de un Borges. En este caso es correcto citarlos: él es kafkiano porque muchas de sus novelas son alegorías de la soledad y la impotencia del individuo ante la inextricable, compleja, desalmada y quizás absurda maquinaria de poderosas superestructuras sociales o políticas que lo arrollan; y es borgiano por la invención de espacios metafóricos inolvidables. Archivos infinitos; grandes pirámides construidas para consumir la energía de un país en algo grandiosamente inútil (La pirámide); ministerios en los que miles de funcionarios analizan los sueños de la gente, pues en ellos quizá se esconda una pizca de disidencia (El palacio de los sueños). Alrededor de 30 novelas ha reunido a una comunidad internacional de lectores. Algunos prefieren las que hablan de la pervivencia en el mundo de hoy de viejas tradiciones bárbaras y de leyendas albanesas, como la de la ley de sangre, por la que la familia de un asesinado debe vengar su muerte matando a algún familiar del asesino, y así durante décadas (Abril roto); o como la "bessa", la palabra dada, capaz de hacer regresar de la muerte a Constantin y galopar en un caballo espectral a través de Europa (¿Quién trajo a Doruntina?).Es borgiano por su invención de espacios metafóricos inolvidables
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.