Otra visión de Normandía
El historiador Anthony Beevor desvela el "cruel martirio" de la población civil
Medio siglo después de la publicación de El día más largo (1959), de Cornelius Ryan, periodista reconvertido en uno de los mayores autores de libros de éxito sobre historia militar (La última batalla, Un puente lejano), y que por cierto, desembarcó en Normandía como reportero, aparece D-Day, del historiador Antony Beevor. Con él estamos ante un acontecimiento. No sólo por la capacidad del autor de Stalingrado y Berlín, la caída, de explicar la historia con magnífico pulso literario y con la calidad prístina de la primera vez (la primera reacción ante un libro sobre el Día-D es que ya nos lo han contado y lo hemos visto todo), sino porque Beevor llega con ases en la manga: revelaciones o formas de revisar cosas sabidas que producen nuevas conmociones (como sucedió con las violaciones de mujeres alemanas por los rusos en la batalla de Berlín).
3.000 residentes en la zona murieron en las primeras 24 horas de la invasión
Así ocurre con su descripción de los padecimientos sufridos por los civiles normandos a causa de los tremendos bombardeos aliados en las vísperas, durante y después de la invasión: el historiador califica de "cruel martirio" ese machaque que significó la destrucción de ciudades como Caen o Saint-Lô y la muerte de unos 20.000 franceses. No es de extrañar el frío recibimiento -que el autor describe- tributado por algunos normandos a sus liberadores, que además tenían el gatillo fácil. Unos 3.000 civiles murieron en las primeras 24 horas de la invasión, el doble que soldados estadounidenses.
En total, remata con su capacidad para atar cabos, durante la guerra murieron por acción de los aliados 70.000 civiles franceses, una cantidad que, recalca, supera a la suma de británicos muertos por los bombardeos alemanes de la Luftwaffe. Otro punto fundamental en el libro de Beevor es su reivindicación de lo que significó el segundo frente en el contexto de la II Guerra Mundial. Si bien el desembarco en sí se zanjó con costes de vidas por debajo de las estimaciones previstas -si exceptuamos la sangrienta playa Omaha-, los combates en las semanas y meses posteriores, cuando aparecen por fin las divisiones blindadas de las SS fueron de una ferocidad que superó a la proverbial del frente ruso. Las pérdidas alemanas en Normandía fueron de 2.300 hombres por división al mes y las de los aliados, de 2.000. En el Este los alemanes perdían 1.000, y los rusos unos 1.500. La lucha, que Beevor describe con un realismo estremecedor (desde el sip-sip de las balas en la arena de las playas a los inevitables detalles gore: el paracaidista al que se desparraman los sesos al quitarle el casco).
La liquidación sumaria de prisioneros alemanes es otro de los puntos calientes de D-Day. Como lo es la sugerencia de que civiles franceses lucharon con las armas en la mano del lado alemán o que varias unidades aliadas fueran obligadas a desembarcar o a saltar de los aviones a punta de pistola. El día más largo (el término es de Rommel) estuvo a punto de ser el desastre más grande. Beevor explica cómo se evitó la gran tormenta del 5 que hubiera significado una catástrofe como la de la Gran Armada española, y cómo los alemanes estuvieron muy cerca de rechazar a los estadounidenses en Omaha.
El punto de vista de los alemanes está muy bien documentado, en parte gracias al tesoro de información que ha encontrado Beevor en los interrogatorios a los mandos germanos prisioneros.
Como siempre, donde Beevor es insuperable es en su forma de narrar, en la humanidad (la espera de los asaltantes, entre el miedo y los malos presentimientos; el shock de los heridos en las playas); el humor (el coronel Pine-Coffin -Ataúd de Pino- al que sus hombres siguen con aprensión), la gran descripción de los personajes, desde Montgomery, al que critica por su egocentrismo, hasta los tarantinescos mandos de los paracaidistas pasando por el jefe de comandos que caza con su rifle a los francotiradores alemanes como ciervos o el oficial de la Royal Navy devoto lector de Marcel Proust que ha de disparar estremecido sus cañones sobre la mansión escenario de A la sombra de las muchachas en flor.
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