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El conflicto de Oriente Próximo

El Gobierno de Netanyahu dice que seguirá ampliando las colonias judías

Israel no impedirá el "crecimiento natural" de las urbanizaciones existentes

Naiara Galarraga Gortázar

Un breve paseo en coche por la Cisjordania ocupada basta para ver las grúas con las que se amplían asentamientos judíos que coronan muchas colinas hace años. EE UU ha dicho basta, exige a Israel que paralice totalmente la expansión de las colonias. Un parón "sin excepciones", recalcó la secretaria de Estado Hillary Clinton el miércoles con una dureza inédita en las últimas Administraciones estadounidenses. El Gobierno de Benjamín Netantahyu respondió desafiante: seguirá construyendo en las que ya existen.

Comienza el tira y afloja entre Israel y su gran aliado, EE UU, a cuenta de los asentamientos, cuya paralización total la Administración Obama considera clave para el proceso de paz palestino-israelí. Clinton contó que el presidente estadounidense le "dejó clara" su demanda al primer ministro Netanyahu la semana pasada en la Casa Blanca. La jefa de la diplomacia estadounidense reiteró ayer los términos en público. Barack Obama "quiere ver la paralización de los asentamientos, sin excepciones, ni microcolonias, ni crecimiento natural", precisó. "Crecimiento natural" es el eufemismo con el que Israel se refiere a nuevas viviendas en colonias existentes para, por ejemplo, acoger a familias que crecen o hijos que se emancipan.

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Las colonias que puntean Cisjordania como una piel de leopardo, rodeadas de altas verjas, con guardias de seguridad y unidas por algunas carreteras sólo para colonos, dificultan sobremanera la vida cotidiana de los dos millones de palestinos que viven en el territorio. E impiden la creación de un futuro Estado palestino con continuidad territorial. Netanyahu sí se ha comprometido a no crear nuevos asentamientos.

Salvo un par de evacuaciones menores bien publicitadas que levantaron las iras de la derecha más nacionalista, desde el desmantelamiento de las colonias de Gaza, en 2005, los asentamientos crecen. Unos 182.000 israelíes viven en Jerusalén Este y otros 280.000 en el resto de Cisjordania. Netanyahu ha intentado frenar la presión de Obama con un viejo truco que surtió efecto a sus predecesores Ariel Sharon y Ehud Olmert. Cuando EE UU llama a capítulo por los asentamientos, Israel se compromete a desmantelar las 22 microcolonias —caravanas o chabolas de hojalata en las que vive un puñado de personas o familias, en total unos 1.200 israelíes—, que son ilegales incluso para la legislación israelí, a cambio de que Washington consienta las obras de construcción en lo que hoy son pueblos o ciudades judíos en territorio ocupado.

El ministro de Inteligencia israelí, Dan Meridor, se reunió por encargo de Netanyahu el miércoles en Londres con el enviado estadounidense para Oriente Próximo, George Mitchell, para ofrecerle un acuerdo similar al aceptado por George W. Bush, pero Obama sigue en sus trece.

El primer ministro israelí advirtió esta semana a su partido, el derechista Likud, que habrá que sacrificar las microcolonias a cambio de garantizarse el apoyo estadounidense ante Irán y su progama nuclear. La policía desmanteló esta semana tres microcolonias al tiempo que el Ministerio de Defensa revitalizaba con gran alharaca los trámites para eliminar varias más. Los colonos pusieron el grito en el cielo y en horas se lanzaron a la reconstrucción mientras sus rabinos llamaban a la policía y a los soldados a desobedecer a sus superiores. Los colonos consideran que esa tierra es suya porque Dios se la entregó.

Por otro lado, un comando israelí mató ayer en Cisjordania a Abed al Majid Dudin, un jefe del brazo armado de Hamás al que acusa de matar a 10 israelíes en atentados suicidas. Hamás acusó a la Autoridad Palestina de complicidad y dio permiso a sus milicianos para que se venguen.

Un israelí reza ante la Tumba de José, uno de los santos lugares del judaísmo en Nablus (Cisjordania).
Un israelí reza ante la Tumba de José, uno de los santos lugares del judaísmo en Nablus (Cisjordania).afp

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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