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62ª edición del festival de Cannes
Columna
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La decepción tiene un nombre ilustre

Carlos Boyero

Si existe un director antiacomodaticio, capaz de jugarse lo que ha ganado por experimentos propios o ajenos en los que cree, de abandonar caminos seguros para introducirse en el riesgo de lo inexplorado, se llama Francis Ford Coppola. Aunque sólo hubiera realizado la inmarchitable saga de El Padrino, esa creación le sitúa más allá del bien y del mal, en una condición que sólo está al alcance de los mejores y denominada clasicismo. Pero el heterodoxo Coppola también es el autor de otras obras maestras, de fracasos apasionantes, de lenguajes continuamente renovados para contar sus historias. Su monarquía no sólo se ha prolongado en Hollywood y en sus estudios Zoetrope. También lo ha hecho en el festival de Cannes, logrando en el pasado algo tan insólito como que le concedieran dos veces la Palma de Oro por la atormentada lucidez de La conversación y por esa epopeya en estado de alucinación titulada Apocalypse now.

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Coppola ha regresado con su última película a un festival en el que es venerado. No lo hace en la ambicionada sección oficial, sino en la menos trascendente Quincena de Realizadores, algo que inicialmente te mosquea al venir firmada esta obra por una de las pocas glorias vivas que le quedan al cine.

También he leído en alguna entrevista con Coppola que éste es el tipo de película que siempre ha querido hacer. Se titula Tetro y comienza bien, con aroma a misterio, con la llegada en medio de la noche al barrio bonaerense de La Boca de un marinero adolescente que está buscando a su mitificado hermano mayor, alguien que desapareció de su vida y de su familia hace muchos años. Son imágenes con fuerza, en blanco y negro, con sabor a enigma, que asocio inevitablemente con el arranque de la fascinante La ley de la calle. Las expectativas de que vas a ver algo grande se acaban a los 10 minutos. A partir de ahí comienza una cadena de despropósitos, diálogos enfáticos, situaciones huecas, personajes que se convierten en involuntaria parodia, flashbacks absurdamente coloreados en los que se describe la torturada y edípica relación que llevó a la huida, la autodestrucción y la locura a un hombre masacrado por la egolatría y el egoísmo de su famoso padre, reflexiones muy gastadas sobre el arte y la creatividad que dan entre risa y pena, un viaje hacia la redención que se pretende cargado de sentimiento pero que es incapaz de transmitirte nada, un catártico y alargado desenlace que se desarrolla alrededor de unos premios literarios que se conceden en la exótica Patagonia y que puede provocar vergüenza ajena.

Alguien me comentaba que en muchos momentos de Tetro da la sensación de que Coppola está imitando el estilo y el tono del peor Almodóvar. No exagera. Ver para creer. Y te da tanta lástima como estupor que un director extraordinario pueda llegar a parecerte una caricatura de otros. Ojalá que el casi anciano Coppola no se despida del cine con esta película lamentable. No se lo merecen ni su deslumbrante carrera ni los infinitos admiradores a los que nos ha regalado tantas sensaciones impagables.

La directora inglesa Andrea Arnold también habla en Fish tank de la lacerante incomunicación entre una madre y su hija adolescente, pero en este caso no te suena a impostura con pretensiones metafísicas, son gente de los suburbios y experta en supervivencia. Esa cría en permanente guerra con el mundo, colgada del amante de su madre, enfrentándose en plan punki al lógico torrente de incertidumbres, miedos, rencores y sensación de fracaso cotidiano que acompañan a la casi siempre problemática adolescencia respira credibilidad y vida. Andrea Arnold vuelve a demostrar aquí, como hiciera en su sugestiva ópera prima, Red road, que sabe describir a gente a la deriva, a seres frágiles y en permanente desconcierto que se defienden a bocados.

La película china Spring fever, dirigida por Lou Ye, destaca porque es la primera vez en el cine de esa nacionalidad en el que una relación homosexual está plasmada con imágenes que no desdeñaría el porno. Hay sexo casi explícito en todos los lugares y retratando variados tipos de posturas coitales entre un chico muy moderno y un señor casado con una mujer que quiere asesinarlo al enterarse de que le pone los cuernos con un tío. Lo malo es que esta interminable sucesión de polvos también está acompañada de pretensiones líricas y sociológicas que rozan lo grotesco. Es muy higiénico que en un cine tan timorato o amordazado para mostrar el erotismo un director audaz se salte las reglas. El problema es que su película es tan tediosa como inane. La provocación también necesita sustentarse en algo mínimamente sólido.

Andrea Arnold posa durante su rueda de prensa de presentación de <i>Fish tank</i> ayer en Cannes.
Andrea Arnold posa durante su rueda de prensa de presentación de Fish tank ayer en Cannes.AFP

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