De él aprendí, con él crecí
Me resulta muy difícil hablar de Antonio Vega en este momento. Todo lo que siento se lo lleva el vacío que nos acaba de dejar. Intento pensar en él, pero no lo consigo porque lo único que tengo delante es dolor y la angustia de los que siempre le han querido. Muchos piensan que ha sido un desenlace muy rápido y otros que no es más que el final prematuro de una historia, la de su vida, que él mismo había escrito. Todo es posible tratándose de él, pero lo cierto es que hasta el final lo único que quiso fue vivir para tocar, y a su manera volcarse en sus particulares ilusiones.
Antonio vivió peligrosamente durante mucho tiempo, y en su escala de valores lo imprevisto y lo extremo jugaron un papel determinante. Puede que sólo de un mundo tan frágil pueda surgir algo tan poderoso como esos trazos finos y a la vez increíblemente sólidos.
En esta tarde, que muchos no olvidaremos nunca, me acuerdo de Antonio, pero a través de sus hermanos y padres, que sufren como una herida propia el dolor de perderle. Pienso en los muchos y buenos amigos músicos que le han acompañado hasta el final y hoy comienzan una nueva forma de vivir sin Antonio.
A Antonio y a mí nos juntó la vida, pero nos unió para siempre el amor por la música. Comenzamos a soñar desde pequeños con letras y acordes, punteos y estribillos, y desde entonces he dado gracias por tenerle cerca.
De él aprendí, con él crecí.
Aquellos que vieron en Nacha Pop el resultado de una buena complementación entre nosotros intuían sin duda la complicidad de las cosas que se hacen sin palabras.
La canción de su vida está llena de esos pasajes agridulces que avanzaban por esos espacios tenues que le permitieron desarrollar una paz interna de fondos claroscuros donde cohabitaban el éxito y el anonimato.
Se va el autor total, puede que el más grande y querido de este país.
Salir, tocar para verte sonreír, coger al vuelo el sentido de vivir...
Adiós, primo.
Nacho G. Vega es músico y fue miembro fundador de Nacha Pop.
Babelia
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