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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Los abusos de la caridad

Diego A. Manrique

Contemplo con incredulidad todo ese alboroto sobre el cobro de derechos de comunicación pública en conciertos benéficos. De principio, reconozco cierta admiración profesional por los lanzadores de la historia: una perfecta tormenta mediática, con nítidos héroes (David Bisbal, la tenaz familia de un niño enfermo) y villanos inevitables (los acaudalados autores y la pérfida Sociedad General de Autores de España (SGAE), exigiendo el 10% de la recaudación). Igual ignoran que se trata de una tormenta antigua: en 1985 se pronunciaron argumentos similares -insensibilidad ante el sufrimiento, voracidad implacable- en Reino Unido cuando Margaret Thatcher insistió en cobrar el IVA a los ingresos de Band Aid, el proyecto que combatía la hambruna en Etiopía. Lamento que los atizadores de la polémica, tan minuciosos, no ofrezcan el balance final del famoso concierto en Roquetas de Mar. Me reconfortaría confirmar que el leonino cantante finalmente recaudó dinero para una gente en apuros; no suele ser lo habitual. Verán: en la industria musical, se asume que ese tipo de eventos generalmente resultan ruinosos; cuanto más ambiciosos, más posibilidades de que aparezcan números rojos. Solo un rígido control de gastos y la complicidad colectiva evitan que aquello se desmande.

En el mundillo musical español persiste un saludable cinismo sobre los conciertos benéficos

El nebuloso concepto de "benéfico" esconde diferentes grados de generosidad. Puede que los artistas principales renuncien a su caché, pero suelen cobrar sus músicos, sus técnicos, los responsables del escenario, la decoración y el sonido, vaya, todos los integrantes del mecanismo que hace posible un concierto, desde los seguratas a los chóferes. A no ser que los organizadores hayan sabido pulsar las teclas necesarias, se acumulan facturas por alquiler de recinto, viajes, hoteles, comidas e incluso la publicidad en algunos de esos medios que ahora se escandalizan de la mordida de la SGAE. En palabras de un veterano endurecido, "todo el mundo pasa por la ventanilla y, al final, no queda nada en la caja".

En el mundillo musical español persiste un saludable cinismo respecto a esos conciertos multitudinarios con buenos propósitos. No es por casualidad que muchos de ellos tiendan a celebrarse en otoño e invierno, temporada baja para el negocio del directo. Ayudan a cuadrar las cuentas del año; para los protagonistas, aportan cierto brillo de bondad y compromiso social. Y si está la televisión transmitiendo, puede que haya hasta peleas para entrar en el cartel.

Lo de menos es la excusa. Se cumplen pronto los 20 años de un aparatoso festival "contra la droga" que se desarrolló en un estadio barcelonés. Según la leyenda, muchos implicados decidieron burlarse del mensaje y los camerinos contaron con un extravagante catering de sustancias ilegales. Con todo, eso suena a travesura colegial en comparación con las aberraciones que estamos viendo en tiempos recientes.

Se prodiga ahora la coartada del ecologismo. Hemos perdido la cuenta de los festivales que se proclaman abanderados de la sostenibilidad, la lucha contra el cambio climático y la supervivencia del murciélago patudo. Algunos, concretan sus buenas intenciones en el reparto de un folleto sobre la necesidad de separar los diferentes tipos de basura. Otros, sólo utilizan esos lemas en la presentación oficial. Seamos serios: no son buenos apóstoles de la ecología esos astros del rock que usan aviones privados y flotas de limusinas, enviando su huella de carbono hacía la zona de Despilfarro Intolerable.

Que nadie crea que estos horrores son exclusivos del rock y el pop. Tal vez recuerden aquel "homenaje" a Miguel Gila que montaron en comandita el Ayuntamiento de Madrid y la productora de José Luis Moreno. Sospechosa tanta solidaridad con un artista rojo pero, decían, urgía paliar la deuda del desaparecido humorista con Hacienda. Desdichadamente para la viuda, la taquilla fue mínima. Aunque TVE puso una millonada por los derechos de antena, las cuentas del gran capitán Moreno demostraron que, ejem, se había perdido dinero. Al final, el productor donó una cantidad extra para tapar el escándalo. Casi todos los periódicos callaron.

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