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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Israel ante Obama

Netanyahu puede convertirse en un problema para Estados Unidos en Oriente Próximo

El desencuentro entre el enviado especial de Barack Obama para Oriente Próximo, George Mitchell, y el nuevo Gobierno israelí no es una buena noticia para el futuro de la región. La reunión se desarrolló, con todo, por derroteros previsibles, puesto que en estos momentos las diferencias entre Estados Unidos e Israel no son de matiz o de oportunidad como sucedió en contadas ocasiones durante el mandato de Bush. Con la llegada de la nueva Administración a la Casa Blanca, son las estrategias de fondo las que han empezado a distanciarse. Y no será fácil que vuelvan a coincidir.

El Ejecutivo de Netanyahu dejó claras desde el primer momento sus reservas sobre la fórmula de los dos Estados como base para la negociación con los palestinos. Washington, en cambio, estima que ésta no debe comenzar desde cero, sino que los compromisos adquiridos en Annapolis -en concreto, la fórmula de los dos Estados- siguen vigentes. Israel ha vuelto a sobrecargar a la parte palestina con condiciones previas que, en el más que improbable caso de que fueran aceptadas, determinarían a su favor el desenlace de las negociaciones, y en la hipótesis de que fuesen rechazadas, servirían para obstaculizar su inicio. Pero falta por saber si este viejo mecanismo seguirá surtiendo efecto en la nueva coyuntura.

Y es aquí donde entra en juego la segunda divergencia estratégica con Estados Unidos. Israel es consciente de que su disuasión convencional ha dejado de ser operativa tras los fiascos de Líbano y de Gaza, de manera que el monopolio en la posesión del arma atómica, que ya no oculta, opera como última garantía existencial. Estados Unidos, por su parte, parece haber cobrado conciencia de que, a consecuencia de los errores de Bush, no es seguro que pueda impedir el desarrollo del programa nuclear iraní, con lo que parece estar evolucionando hacia la búsqueda de garantías de que Teherán lo detendrá en los usos civiles. El tiempo apremia, y no sólo por razones políticas: en 2010 se revisa el Tratado de No Proliferación, del que Irán es firmante e Israel no.

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El cambio de coyuntura que provocó Bush, y que Obama debe gestionar, puede hacer que Israel deje de ser la vanguardia de los intereses estadounidenses en Oriente Próximo y se convierta en un problema. Pero el Gobierno de Netanyahu no contempla este riesgo, y pretende seguir actuando según los esquemas anteriores.

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