_
_
_
_
Reportaje:

A lomos de la nueva ola marroquí

La escena de rock y 'hip-hop' del país magrebí vibra pese a la censura y el integrismo

Iker Seisdedos

No están rotas, no. Simplemente alguien olvidó poner las ventanas a los bajos del edificio empresarial Techno Park, mole brutalista de cristal que parece un ovni venido de un planeta llamado "El Marruecos del Futuro". Adentro, en una oficina cedida por el dueño de todo esto, pasan frío Hicham y Momo, organizadores de L'Boulevard. Un festival de rock que congrega en el campo de rugby de Casablanca a unas 160.000 personas al despuntar el verano. La cita ha devenido, con su apuesta por las bandas emergentes, en la cara de la "nueva ola marroquí", una de esas etiquetas que abundan en las artes; no contentan a nadie, pero sirven a la mayoría.

A riesgo de forzar la metáfora, la imagen, la oficina sin cristales en un espacio horadado al vientre del sistema, se antoja una alegoría de lo que sucede con las bandas de la nueva escena. Viven más toleradas que deseadas.

En la oficina grafiteada, miembros de Darga, rock de Casablanca, y Fez City Clan, raperos de la ciudad imperial, se quejan en cuatro lenguas (francés, español, inglés y árabe dialectal). No son tan nuevos como se les supone; llevan años trabajando. No reniegan de su herencia aunque empleen guitarras eléctricas o platos en vez de laúdes. Falta infraestructura y la efervescencia del verano -cuando los festivales se solapan por todo el país- desaparece en otoño. No suenan en la radio, pese a que sus fans se cuentan por decenas de miles. Y no pillan el símil con la movida madrileña, por más que se quiera ver en el ansia de cambio y en la lenta modernización un reflejo de aquella España. "No imitamos a nadie", zanja el cantante de Darga.

Su banda se había cobrado el día anterior una curiosa dádiva de Mohamed VI. Al grupo, junto a otros cuatro del estilo, le fue concedido en 2008 un premio de 25.000 euros y la grabación de un vídeo por su contribución a mejorar la cultura de Marruecos. Es comúnmente aceptado que el monarca ve con buenos ojos, de momento, tanta ebullición musical. Le sirve para enviar un mensaje de modernidad del país. Y para construir un muro sonoro ante el avance del islamismo radical entre la juventud descontenta.

Fueron militantes del partido de Justicia y Desarrollo quienes atizaron el escándalo que dio carta de naturaleza a la nueva escena marroquí. En la edición de 2003 del festival L'Boulevard, 14 miembros de bandas de heavy metal fueron llevados ante la justicia por "satanismo e inmoralidad" por "vestir camisetas negras" o "cantar en inglés". Los seguidores de las bandas y la prensa francófona se embarcaron en una campaña que logró la libertad de los músicos.

Las cosas no han cambiado demasiado. "Existe la censura, claro, pero es sutil. Nos dejan decir lo que queramos aunque ignoramos dónde está el límite. Nos toca intuirlo", explica Ayla Mrabet. Ex batería de un grupo de pop de chicas, Glam Insane (Locas por el Glam), "objeto de todos los insultos", es, a sus 23 años, periodista del semanario TelQuel. Ha escrito el texto que adorna el libro disco La diversidad de las músicas actuales de Marruecos, una recopilación (de venta en Fnac) auspiciada por La Fábrica de Ideas, asociación cultural española montada por Yolanda Agudo y Rubén Caravaca. Promotores, trotamundos y autores de la enciclopédica Guía de las músicas del Magreb, llevan cuatro años predicando en España la buena nueva del rock marroquí. La cosa ha funcionado. Las ediciones de las dos principales citas con las músicas del mundo del verano español, La mar de músicas (dedicada este año a Marruecos) y Pirineos Sur, acogerán muchas de estas propuestas.

En términos musicales: rock mestizo, punk altermundialista o, sobre todo, rap. Como en todas partes, la cultura hip-hop, con su mezcla de identidad callejera, protesta y poscapitalismo, también ha conquistado a la juventud marroquí.

Las estrellas de rap suenan en la radio, actúan ante cientos de miles de personas, protagonizan anuncios de televisión y hasta son patrocinadas por las marcas. Graban videoclips en las avenidas de las ciudades, donde el contrapicado perfecto puede hacer que Casablanca parezca Los Ángeles. La mayor figura de la rima en Marruecos se hace llamar Bigg y es un tipo enorme, se diría esférico, de sólo 25 años. Alcanzó un gigantesco éxito en 2006 con su disco de debú. Éxito aquí se traduce por escasísimas ventas y mucha popularidad. El 95% de los álbumes son piratas y se venden por un euro en las calles de la Medina. Los originales (grabados en estudios de Casablanca, Meknes o Fez y masterizados casi siempre en París) son un lujo. Las bandas los registran más como una carta de presentación que para venderlos. La crisis de la industria, huelga decirlo, influye poco en un lugar sin industria y la democratización tecnológica es más una virtud que un defecto.

La brillante cabeza de Bigg emerge del interior de un Hummer blanco, mastodonte incongruente para una ciudad en la que los coches se mueven como renacuajos en una charca sucia. Él solía ser la voz de los desfavorecidos (destina el 10% de sus ingresos a una ONG) y el tipo que no se cortaba en criticar el sistema. Ahora anda metido en componer su segundo álbum (que grabará en EE UU) y viste camisetas que dicen "No me juzgues si no eres mi fan". "Por supuesto que soy patriota", responde en la penumbra de un bar de Casablanca. "Si no lo fuese, hace tiempo que habría dejado este país". Sus letras, cantadas en francés y dariya (el árabe de la calle), insisten, como las de la mayoría de los grupos, en el orgullo marroquí, en convencer a los jóvenes a no dejar el país en pos de un espejismo occidental.

"Nos toca a nosotros recuperar nuestra identidad. Robar la bandera que nos robaron y vencer los complejos de ser marroquíes", había explicado en su local de ensayo el día anterior Reda Allali, articulista de TelQuel y cantante de Hoba Hoba Spirit, una de las bandas más veteranas. Tras media hora de pasar lista al pasado y futuro del rock magrebí, decide despedirse con música. Extiende los auriculares de un iPod que contiene su próximo disco. Con esa voz arrastrada, canta en inglés sobre rezar cinco veces al día y sin embargo amar la propia libertad por encima de lo demás. "El día que escriba sobre otras cosas dejaré de ser 'joven' músico marroquí y seré músico a secas", dice en ese futuro imperfecto que por aquí suena a una mezcla de ansiedad y cautela.Varios festivales españoles acogerán este verano grupos de Marruecos

Público asistente al festival L'Boulevard, de Casablanca, en su última edición.
Público asistente al festival L'Boulevard, de Casablanca, en su última edición.JIF
Bigg, sobre el escenario de L'Boulevard.
Bigg, sobre el escenario de L'Boulevard.JIF

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_