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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un rascacielos de barrio

Si pasean por la parte vieja de Sants se toparán -en la calle de Rosés, entre Badal y Tenor Masini- con un muro de ladrillo al que corona la hiedra, guardando la privacidad de un espacio inusual en este rincón de la ciudad. Tras sus paredes, un patio -con unos pocos árboles y ocho bancos de madera- sirve de vestíbulo para un enorme edificio que en su día fue uno de los símbolos del crecimiento económico del lugar. Este primitivo rascacielos art déco es conocido como la Casa Gran, aunque los vecinos aún le llaman por su apodo popular: el barco, un inmueble de imponentes dimensiones que recuerda ciertamente a un transatlántico, con su miríada de ventanitas, sus cuatro chimeneas esbozadas en la fachada y los ángulos de sus esquinas levemente redondeados.

El edificio conocido como 'el barco' se convirtió en 1927 en la encarnación del progreso que recorría el país

La historia se remonta a finales del siglo XIX, cuando un avispado empresario local -Antoni Pi de la Serra- decidió construir un bloque de pisos anexo a la fábrica que pensaba instalar en esta zona. La idea era crear una colonia fabril urbana, que pudiera funcionar de forma autónoma y estuviera junto al lugar de trabajo de sus obreros. Pero el tiempo fue pasando, las iniciativas industriales cada vez eran menos rentables y de aquel proyecto tan sólo quedó el barco, aislado y solitario en un mar de azoteas y casas de poca altura.

Desestimados los talleres a los que tenía que acompañar, en el año 1927 se inauguraban -como gran construcción de viviendas- los planos más modernos y funcionales de Modest Feu, un arquitecto local -gran amigo de Gaudí- autor de una docena de casas pertenecientes al denominado modernismo popular que aún pueden verse en las calles de la Creu Coberta y de Sants -como la Casa Domènech Vila y la Casa Jaume Estrada-, y de complejos industriales como Can Bagaria en Cornellá, Can Trinxet en L'Hospitalet de Llobregat y o los almacenes Figueras de Molins de Rei.

En esta ocasión, Feu dibujó una casa de ocho plantas, con cuatro porterías que dan paso a cuatro escaleras independientes, cada una de las cuales presenta en su fachada un diseño en ladrillo que recuerda a las chimeneas que coronaban muchas de las fábricas de los alrededores; dos patios privados que se asoman a las calles de Rosés y Melchor de Palau, respectivamente, y un sistema exclusivo de recogida y distribución de aguas cuyos residuos se evacuaban al margen del alcantarillado. Algo así como un Walden bofilliano avant la lettre, una experiencia diferente a la típica finca de vecinos, aunque edificada de forma bastante más competente.

Desde el primer momento, este edificio se convirtió en la encarnación de la modernidad y el progreso que recorrían el país. Muy pronto se llenó con un vecindario modesto y trabajador, que desarrolló una peculiar relación de convivencia. Aún hoy en día, los habitantes de la casa se ven a sí mismos como moradores de una república independiente, hasta el punto de constituir su propia comisión en las fiestas mayores del barrio.

Tras el periodo republicano, durante los bombardeos aéreos de la Guerra Civil, sus inquilinos se construyeron -bajo los cimientos- el refugio número 570, muy cerca del refugio 506 -bautizado Humanidad y sito en la misma calle-, este último levantado por expertos en fortificaciones militares. Después, en la posguerra, corrió la misma suerte del barrio, uno de los más castigados por la represión a causa de su pasado libertario. Durante años, un cercano aserradero y una academia de labores le hicieron compañía. Incluso le salió un competidor -éste de seis plantas- en la fachada que da a Tenor Masini. Aunque nunca ha perdido su espíritu como edificio singular, que se sabe distinto y especial.

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