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Reportaje:

Historia de un abrazo

Elsa Fernández-Santos

Yo leí una película, rodé otra y he visto otra diferente". Así resume el actor Rubén Ochandiano su trabajo en Los abrazos rotos. La más cara de Almodóvar (12 millones de euros), en la que el cineasta ha invertido más tiempo de rodaje (15 semanas), la más larga (127 minutos) y, probablemente, la más compleja: el baile entre pasado y presente y entre géneros -thriller, drama y comedia- se abrazan de forma tan misteriosa como esa foto que, al principio del principio, inspiró el relato. En sus notas, el director dice: "Un hombre escribe y ama en la oscuridad. Catorce años antes sufrió un brutal accidente de coche, donde no sólo perdió la vista, sino que también murió Lena, la mujer de su vida". Amores locos, la paternidad como luz y como sombra, la muerte, el silencio y el cine. "Una pieza de relojería", afirma otro miembro del reparto, el actor Lluís Homar.

El rodaje de la película arrancó con ese accidente que vertebra el drama: en una rotonda, bajo una escultura móvil de César Manrique, en Lanzarote, la isla donde Almodóvar tomó hace nueve años una fotografía de la playa del Golfo sin detectar que en su negra arena había una pareja abrazada. Lanzarote, de una belleza volcánica, fue refugio para el duelo del cineasta por la muerte de su madre. La extraña energía del paisaje insular le descubrió la luz que emana del color negro. La fotografía de la playa se sumó al enigma, había algo allí que sólo había detectado el ojo de la cámara, "como en la fotografía del parque de Blow-Up, de Antonioni", explica Almodóvar.

Una fotografía, una pareja enamorada, el negro de la isla y la oscuridad en la que el propio director entró por culpa de otro misterio: unas terribles migrañas que ningún médico ha logrado curar. El guión de Los abrazos rotos empezaba su curso. En las navidades de 2007, refugiado en el hotel Mirage de Tánger, terminaba la primera versión definitiva. "Yo recibí cinco o seis versiones con cambios continuos", precisa el actor José Luis Gómez, que interpreta al magnate Ernesto Martel, el malo de la película. "Un hombre que también está ciego, rematadamente ciego, de amor", dice el actor. Para él, Almodóvar es un director "sensitivo y preciso" que "articula y moldea" una estructura cuya alma sólo él conoce. "Su proceso de ensayos está muy lejos de lo que yo estaba acostumbrado en el cine de este país".

Lluís Homar interpreta al director Mateo Blanco, que después de quedarse ciego responde al nombre de Harry Caine. Homar entrenó su gestualidad de ciego (un duro trabajo físico) durante meses antes de rodar. Se considera un actor al que la dificultad le alienta: "Tengo buen carácter y la vida no tiene que ser fácil, sino rica y plena. Tengo un respeto enorme por Pedro, él se fija en todo. No es fácil, pero tiene una intensidad feliz". "La ficción", añade, "no es para huir de la realidad, sino para conectarse a ella. Es ese proceso catártico del personaje lo que me interesa". Y el suyo, explica, representa a un hombre roto: "Y todo su pasado está ahí, en un cajón cerrado con llave".

La llave a ese cajón, a ese pasado que regresa, la tiene el personaje que interpreta Blanca Portillo. La actriz, como Homar, repite película con Almodóvar. Ella era la vecina porrera y enferma de cáncer de Volver, y él, el torturado padre Manuel de La mala educación. Si en aquella película Homar rodó durante 15 días, aquí el viaje duró meses: "Llegué el 23 de enero, el 24 se murió mi padre y tuve que volver a Barcelona. El 25 le enterramos y el 28 regresé y me puse en marcha. Terminé el 5 de septiembre y durante todo ese tiempo no hice ninguna otra cosa. Pero por mucho que tú pongas, Pedro pone mucho más".

De todo el proceso de trabajo de la película, la actriz Blanca Portillo se queda con los ensayos, en la primavera de 2008. "Es el momento de descubrir el guión, de buscar los matices. Es un momento que siempre disfruto mucho". La actriz reconoce que hasta que ha visto la película, no ha terminado de entender muchas cosas que el director le pedía. "Esa frialdad, ese nada de lágrimas que tanto nos repetía. Hasta que ves la película, todas sus partes, no acabas de entender las razones de todo lo que nos indicaba". La actriz describe el filme como un mosaico de "amor, odio y venganzas". "Es muy trágico", añade. "De mi personaje me sobrecoge su infinita lealtad, esos amores que no necesitan ser nombrados", continúa al referirse a Judith, la que fuera ayudante de producción de Mateo Blanco, y la mujer que le cuida, ayudada por su hijo, ese lazarillo que interpreta Tamar Novas. "A mí, esta profesión me salva la vida", explica Portillo. "Me casé con ella hace 28 años y no tengo otro amor. ¿La soledad? Es un precio que merece la pena pagar. Los actores somos atletas del alma, lo nuestro es la gimnasia emocional".

Tamar Novas, de 22 años, interpreta al hijo de Blanca Portillo. El actor recuerda la ansiedad de antes del rodaje: "Esperaba un gran nivel de exigencia y, efectivamente, se cumplió. También fue divertido y emocionante sentirse parte de este enorme engranaje. Te sientes pequeño porque dentro de la película eres pequeño, pero tienes que hacer un trabajo enorme; además, me gusta pensar que es gracias a mi personaje que se abre ese cajón cerrado lleno de recuerdos".

"Pedro me dijo que me fijara en el Philip Seymour Hoffman de Boogie nights", cuenta Rubén Ochandiano, el otro actor joven del reparto. "Sí, ese tipo de gordito zangolotino, un homosexual que todavía no sabe lo que es", añade el director. El joven actor confiesa que se tomó un tranquilizante el día, hace pocas semanas, que fue a ver la película. Le aterraba: "Por un lado era un personaje divertido; esa peluca, esos pelos, esos granos... Pero luego estaba el conflicto con el padre ausente y su incapacidad para ser él mismo. Pedro se reía mucho conmigo en el rodaje, pero a mí me costaba mucho verme en esa cara y en esa alma podrida".

Cámara en mano, el personaje de Ochandiano (ese aspirante a cineasta llamado Ray X) es el ojo que todo lo mira, rueda el making of de la película de la película, esa Chicas y maletas que rememora (el gazpacho, la mujer abandonada, los monólogos hilarantes) a Mujeres al borde de un ataque de nervios. Esa película pop cuya capacidad redentora encierra la respuesta a todos los enigmas de la nueva película de Almodóvar.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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