Obama da oxígeno a Chávez
Por voluntad o negligencia -más probablemente por lo segundo- el Gobierno de Barack Obama ha lanzado un importante balón de oxígeno a Hugo Chávez y ha condicionado seriamente su política hacia América Latina antes incluso de haberla definido.
La semana pasada, en medio del torbellino de acontecimientos que diariamente se viven en Washington, el portavoz del Departamento de Estado avaló en términos inequívocos el referéndum celebrado el domingo anterior en Venezuela. "El referéndum ha tenido lugar dentro de un proceso totalmente democrático... Ha sido un proceso plenamente consistente con las prácticas democráticas", declaró Gordon Duguid.
Ante la insistencia de algunos periodistas sobre si la permanencia indefinida de Chávez en el poder podía considerarse acorde con las prácticas democráticas, el portavoz dijo que no tenía opinión al respecto, pero dejó la impresión de no poner demasiada objeción. "Nosotros, en Estados Unidos, tenemos límites a los mandatos, pero ésa es nuestra práctica", manifestó.
"El referéndum ha tenido lugar dentro de un proceso democrático", según el Departamento de Estado
La prioridad urgente de otros asuntos propició que esta declaración, que supone un cambio de 180 grados de la política que Estados Unidos mantenía hasta el momento en relación con Venezuela, fuera ignorada por los medios de comunicación norteamericanos. Pero no por las propias autoridades venezolanas, que se vanagloriaron de su enorme éxito diplomático, ni por algunos columnistas conservadores, que lo tomaron como ejemplo de los desastres que nos traerá la política exterior de Obama.
Algunos expertos en Washington no quisieron, al principio, darle a las palabras de Duguid un gran significado porque las atribuyeron a la improvisación y la ignorancia. Ciertamente, otros altos funcionarios se habían expresado en privado pocos días antes en términos muy contundentes contra Chávez. El propio Obama, durante su campaña y en sus contadas referencias a América Latina, dejó clara su firme oposición al presidente venezolano.
Pero ni Obama ni ningún miembro del Gobierno han hablado desde que el portavoz del Departamento de Estado sentó su posición sobre el referéndum, y hoy debe de entenderse, por lo tanto, que ésa es la posición oficial de la Administración norteamericana. Es decir, que Obama no cuestiona en ninguna medida la legitimidad del régimen venezolano ni de su máximo dirigente, pese a las denuncias de miembros de la oposición y de organismos de derechos humanos sobre la intimidación, persecución y restricción constante de los espacios democráticos en ese país,
El juicio sería levemente más benévolo si esta nueva política respecto a Venezuela fuera fruto únicamente de la incapacidad y el desinterés de esta Administración de responder a una crisis en una región que ha quedado claramente relegada a un segundo plano.
Obama empezó su ronda de visitas internacionales en Canadá, no en México, como hicieron varios de sus antecesores. Canadá es el principal socio comercial de Estados Unidos, pero México es una bomba de relojería de un tamaño similar a Irán.
La nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, se estrenó en una gira por Asia, cuya relevancia mundial es evidente, y sus primeras decisiones fueron las de nombrar enviados especiales a Oriente Próximo, Pakistán y Afganistán, señalando claramente las preocupaciones centrales del Gobierno.
Mientras tanto, ni siquiera se han resuelto las dudas sobre quién estará al frente de la política latinoamericana en el Departamento de Estado. De momento, se ha quedado el que estaba, Thomas Shannon, un profesional riguroso que supo enmendar muchos de los errores de la política de George W. Bush en la región. Pero parece poco probable que continúe ahí después de la cumbre americana de abril, sobre la que se puede apostar sobre cuántos nuevos funcionarios de la Casa Blanca saben siquiera el lugar de celebración. Sobran los dedos de una mano, seguro.
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