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Moscú declara su voluntad de renovar los acuerdos de limitación de misiles

Los rusos no desplegarán cohetes en Kaliningrado si EE UU paraliza su escudo

Andrea Rizzi

Occidente necesita a Rusia, y no es sólo una cuestión de dependencia energética. Aunque el peso específico militar de Moscú siga siendo muy inferior al de los tiempos soviéticos —y su peso ideológico sea ahora insignificante— el Kremlin representa todavía un pilar imprescindible en la arquitectura de las relaciones globales. Si la UE es rehén de su gas, Estados Unidos necesita su condescendencia no sólo para garantizar el abastecimiento del creciente número de tropas desplegadas en Afganistán, sino también, por ejemplo, para dar credibilidad a la amenaza de sanciones en el pulso con Irán.

Tras ocho años de constante deterioro de las relaciones bajo las Administraciones de George Bush, la presión ejercitada sobre la nueva presidencia estadounidense para que impulse un deshielo de las relaciones con Rusia se hizo tangible ayer en la jornada inaugural de la Conferencia de Seguridad de Múnich, una especie de Foro de Davos del sector de las relaciones exteriores y militares, que celebra este año su 45ª edición.

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Frank-Walter Steinmeier, ministro de Exteriores alemán, abrió el fuego de exhortaciones a la Administración de Obama, presente en Múnich con una delegación de alto perfil, encabezada por el vicepresidente Joe Biden. "Estamos ante una histórica ventana de oportunidades", dijo Steinmeier. "No hay que perder tiempo, tenemos que salir de la situación actual", añadió, invitando EE UU a retomar la senda del diálogo en materia de control de armamento nuclear, convencional y con respecto al despliegue de un escudo antimisiles en el este de Europa. Steinmeier no dudó en instar a la búsqueda de "una solución mutuamente aceptable" en este último asunto. Si el ministro alemán dio voz a un sentimiento consolidado en Europa, más sorprendente fue escuchar a Henry Kissinger (consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado con las Administraciones de Nixon y Ford) decir que la propuesta rusa de colaboración en el desarrollo del escudo "debería ser aceptada".

Si hasta entornos republicanos manifiestan el deseo de recuperar, o al menos relajar, las relaciones con Moscú y abandonar definitivamente las dinámicas unilateralistas, la dificultad reside en elegir la más oportuna entre las mesas de juego disponibles. La expansión de la OTAN hacia el este de Europa y el proyecto de escudo antimisiles son factores que han creado un profundo malestar en Rusia. Se trata de dos políticas de elevado contenido simbólico, cuya hibernación constituiría un mensaje poderoso. Pero, pese a la convergencia de las exhortaciones europeas y de ciertos sectores del Partido Republicano, el frenazo en esas líneas sería una ruptura muy fuerte y susceptible de ser tachada de actitud débil.

Ello hace apetecible la opción de la reanudación de las negociaciones sobre tratados que limitan los despliegues armamentísticos, que no supone una ruptura y parece adecuada para convertir algunas señales de deshielo en una recuperación de la confianza.

El terreno, coinciden varias voces en Múnich, es particularmente propicio en el área de misiles nucleares intercontinentales. El tratado que limita el despliegue de estas armas, (START, en sus siglas en inglés) expira en diciembre. "Rusia está dispuesta a renovarlo y creemos en una ulterior reducción de los límites", manifestó Serguéi Ivanov, viceprimer ministro ruso. Ivanov mostró una apertura al diálogo, pero marcó las condiciones. "Que quede claro que nosotros sólo dejaremos de desplegar los misiles Iskander en Kaliningrado si EE UU paraliza el escudo antimisiles".

El discurso de Joe Biden aclarará hoy si será ésa, u otra más atrevida, la vía elegida para empezar el giro de la política exterior que Barack Obama prometió en campaña.

El ministro alemán Frank-Walter Steinmeier (izquierda) y el viceprimer ministro ruso, Serguéi Ivanov. / reuters

El ministro alemán Frank-Walter Steinmeier (izquierda) y el viceprimer ministro ruso, Serguéi Ivanov.
El ministro alemán Frank-Walter Steinmeier (izquierda) y el viceprimer ministro ruso, Serguéi Ivanov.REUTERS

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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