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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Humanitarismo cínico

Nuevos adjetivos para la nueva era abren el camino a conocimientos adquiridos últimamente, lecciones de la nada inocente semántica que no deberíamos olvidar. Cuando la arquitectura se volvió financiera dio como resultado la burbuja inmobiliaria, que a su vez se nutría de las hipotecas basura. Por citar tan sólo unos pocos ejemplos. Ocupémonos ahora del cinismo humanitario. O del humanitarismo cínico. ¿Se han dado cuenta de que, en materia de asuntos espantosos, el sustantivo y el adjetivo son intercambiables? Quizá porque ambos poseen idéntica y ponzoñosa sustancia; y porque se camuflan bajo la misma peligrosa inanidad.

El caso de la enésima reconstrucción de Gaza -si es que se lleva a cabo, tal como se empieza a prometer mientras escribo este artículo, el día después de la entronización del César bueno- mezcla los ingredientes que caracterizan el cinismo internacional en materia de humanitarismo. Me recuerda la reconstrucción de Líbano que se produjo (o más bien no; no del todo, desde luego) después de que la comunidad internacional permitiera, durante más de un mes, que Israel dejara sin recursos -aparte de sin 2.000 vidas, casi todas civiles- el país de los cedros. Lo que siguió: numerosas rondas de ayudólogos, que visitaron el nuevo campo de operaciones con sus séquitos, instalados en buenos hoteles y pisándose los unos a los otros: ahí va un puente, ahí van unos créditos, ahí van unos expertos anti-chapapote. Qué humanitaria es, la ayuda internacional. Y, desde luego, qué oportuna. Me pregunto cuánta gente vive de practicar el oficio de recomponer la miseria de aquellos a quienes Israel priva de sus derechos. Les aseguro que los propietarios de hoteles libaneses veían, encantados, cómo los funcionarios del Retraso en Ayudar Sin Fronteras ocupaban sus instalaciones, sustituyendo, a su modo, el turismo que tardaría en regresar.

PERO GAZA CONSTITUYE UN EJEMPLO más sangrante que Líbano. Por carecer, carece hasta de glamour, con esos barbudos lanza-cohetes que allí gobiernan. Como Cisjordania en su momento

-antes de que Abbas el Chupamedias doblara la cerviz hasta lo insoportable-, Gaza ha sido sacudida y reconstruida a conciencia. Antes de que la todavía conocida -irónicamente- como Autoridad Palestina representara a los buenos, por comparación con los diabólicos de Hamás, el otro territorio troceado y expoliado, Cisjordania, fue asimismo escenario de experimentos sobre la destrucción y el papel de la ayuda humanitaria, cada día más restringido. Y ahora Gaza, de cuya tragedia supimos precisamente por los onegeistas que allí trabajaban, desafiando los poderes y a pesar de las miserables condiciones, ejemplifica la forma en que el que manda, manda en todo. Establece sus propias reglas y escribe torcido con las balas trazadoras.

Los poderes mundiales se han hecho, por un camino u otro, con el control de las bienintencionadas y heroicas organizaciones de solidaridad, aquéllas que, más allá de los paripés y los aleteos mediáticos, trabajan sobre el terreno en el lugar de autos -de guerras, de hambrunas, de explotación y sangría; de bombardeos-. No han necesitado infiltrarse en las alturas: les ha bastado con politizarlas. Ayudar a las víctimas sin distinción de bandos, tal era la divisa de la ayuda internacional. Actualmente hay que pactar para que a uno le permitan ayudar. Así se altera el resultado de las buenas intenciones. Y cuando no se doblegan y permanecen en el sitio, corren el riesgo de convertirse en daños colaterales.

El lamentable espectáculo del presidente de la ONU moviendo el rabillo para conseguir una ¿tregua?, después de que las escuelas y otras instalaciones de Naciones Unidas fueran destruidas por el colonizador... Qué asco, pero qué simbólico. Tregua es otra palabra a adjetivar. Siempre se produce una tregua humanitaria, primera parte de los esfuerzos destinados a obtener una tregua definitiva. La primera tiene por objetivo permitir la entrada de los ayudólogos. La segunda, cualesquiera que sean sus intenciones -que, a estas alturas, me resulta confuso distinguir-, sirve para que, al primer lanzamiento de cohete, el Estado elegido se ponga de los nervios y vuelva a arrasar con su superioridad militar, ya que no moral; e iniciamos de nuevo el ciclo.

Ea, todos a cantar:

"¡Los ayudistas llegaron ya! ¡Es el colmo de la solidaridad!".

Yupiiiiii.

Qué asco.

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