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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Centrales y periféricos

Se refiere Suso de Toro en Madrid y las fallas (EL PAÍS, 29 de enero), al "conflicto entre un nacionalismo centralista y uniformador expresado, aunque no exclusivamente, en la derecha, y los nacionalismos propios de las nacionalidades". El nacionalismo, aunque Suso de Toro no lo diga, es uniformador: el centralista y el secesionista o autonomista, y tan uniformador es el llamado nacionalismo español como el nacionalismo gallego. Para ambos, hay unas esencias permanentes que trascienden el cuerpo viviente en el que la patria se encarna: el "pueblo", al que apelan con religiosa fruición, es un soporte físico imprescindible, pero, por lo demás, completamente irrelevante. De no ser por años y años de experiencia, el cuadro conflictivo que presenta Suso de Toro entre un nacionalismo uniformador y otro que no lo es podría ser una historia aburrida con visos de veracidad; con la experiencia acumulada desde el siglo XIX y, más principalmente, desde la llamada Transición, semejante oposición entre dos tipos de nacionalismo se revela una completa falsedad y un embeleco ideológico carente de la más mínima consistencia. Uno y otro nacionalismo beben de las mismas fuentes filosóficas y ambos entrañan el mismo grado de peligro para las libertades públicas y civiles propias de los regímenes liberales burgueses.

Sólo la ceguera ideológica más profunda puede obviar que, en el supuesto de que se produjera una exitosa secesión de Galicia, Cataluña o Euskal Herria, los nacionalismos respectivos estarían llamados a convertirse en el gran Movimiento integrador, a la manera de un Partido Único llamado a aglutinar y disolver las diferencias políticas en el seno de la sociedad civil. No otra es su aspiración, basta con escuchar con atención las declaraciones de sus dirigentes. Por eso en todos los nacionalismos germina, siempre, una inequívoca propensión totalitaria que el disfraz democrático no puede disimular.

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