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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Murasaki en el metro

Manuel Rodríguez Rivero

Esta mañana (ayer para ustedes), mientras viajo en metro desde Cuatro Caminos a Antón Martín con una agobiante sensación de empacho localizada bajo el diafragma y la íntima decisión de convertirme en persona dietéticamente juiciosa, me rodean inequívocas señales de que, por fin, la(s) fiesta(s) ha(n) terminado. Un trío de niños tempraneros, custodiados con descuido por padres que muestran en sus rostros multiétnicos la universal caligrafía del cansancio, manipulan con júbilo los presentes que les dejaron los Magos (todavía) cercanos. Un poco más allá dormitan apoyados en sus cabezas repentinamente siamesas dos jóvenes de probable noche etílica (y van doce, según Shakespeare). El inestable suelo del vagón actúa como ruidosa brisa que agita los papeles que envolvían regalos anónimos. Los adultos somos pocos y parecemos hartos.

Las novelas para móvil, transformadas en libro tradicional, están aliviando la crisis de la industria editorial japonesa

Me llama la atención, en el asiento de enfrente, la muchacha (16 o 17 años, aunque ahora las chicas pueden parecer más jóvenes) totalmente absorta en la pantalla de su móvil. Lo sostiene en posición horizontal -por lo que imagino que el artefacto es de una generación posterior a mi arqueológico Nokia- con sus manos protegidas por mitones, mientras sus dos pulgares interpretan una frenética e invisible danza sobre el diminuto teclado. Desde hace cinco estaciones no ha levantado la vista de lo que quiera que esté escribiendo. No está donde está, sino en otro sitio.

Fantaseo: quizás escriba una novela en su móvil, como esas keitai shosetsu que se han convertido en poco más de un lustro en el más popular género literario del Japón digital. En el sitio multimedia Maho i-Land (Tierra Mágica) pueden consultarse más de un millón de narraciones escritas (mayoritariamente) por chicas como la que tengo enfrente. Los críticos dicen que son simples, su escritura torpe y sumaria, y las historias que cuentan, triviales, con argumentos de carácter sentimental (los teóricos franceses del XVII ya decían que el primer deber de una novela era contar una historia de amor): romances contrariados, padres ausentes, amigas que murieron o traicionaron, adulterios con triste final. Una especie de literatura de cordel en prosa y adaptada a una época neorromántica, pero carente de épicas gloriosas. Las autoras -que adoptan seudónimos sencillos: Mane, Mika, Kiki- escriben cada día, y cuelgan el resultado en uno de esos innumerables espacios compartidos y socializantes (a distancia) que ha creado la magia tecnológica. De manera que sus historias son leídas inmediatamente y, lo que es aún más importante, modificadas según las sugerencias interactivas de sus lectores. Algunas (como Love sky, de Mika) han sido devoradas por millones antes de haberse convertido en superventas de papel, y adaptadas al cine, al teatro o a mangas de tiradas increíbles. Hay quien afirma que son precisamente esos textos de plasma, transformados en libros tradicionales, los que están aliviando la crisis que la industria editorial japonesa lleva sufriendo desde hace más de una década.

Tal vez, esas novelas "pasivas" (en la antigua taxonomía de Thibaudet), centradas en destinos individuales y con nula intención de describir una época o un mundo, reflejen a su modo oblicuo el que comparten quienes las escriben y la enorme cantidad de lectores que las buscan. Algún crítico ha llegado a insinuar que en su intención (e incluso en su técnica, tecnologías aparte) son herederas a su modo de Murasaki Shikibu, cuya Historia de Genji (Atalanta y Destino) constituye uno de los grandes monumentos de la literatura japonesa.

No he leído ninguna, de manera que no debo opinar. Pero observando teclear a esa muchacha anónima a la que supongo escritora sin brillo ni oropel, ni suplemento literario que la arrope, recuerdo que Barthes afirmaba que la novela hacía de la vida un destino, del recuerdo un acto útil y de la duración un tiempo dirigido y significante. Cuando llego a mi estación, la chica sigue escribiendo.

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