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CON GUANTES
Columna
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Desamor

Así suceden las cosas. El final se precipita y el pasado desaparece. Las señoras, como locas; los criados, preocupados. Ver llorar a la señora desconcierta al servicio. Se preparan tilas. Los oficios sencillos no adiestran a nadie para los grandes cataclismos. ¿Dónde va el dinero que se esfuma? Puede que no fuera dinero para empezar, sólo una forma imprecisa de miedo.

Si la soledad regala amantes disparatados, por qué no va a poder el miedo regalarnos millones.

La riqueza es tan coqueta...

El miedo a perder dinero llevó a los señores a ganarlo deprisa y sin sonrojo. Nadie deja el niño en la escuela para que le devuelvan dos; con el dinero es distinto, hay que obligarlo a dar volteretas para que no se encoja. En los salones se cruzan fortunas fantasmales sin que los cristales de las copas se empañen.

El servicio se preocupa; también abajo se preparan tilas. ¿Quién lo hubiera imaginado? Desde el salón llegan los gritos y los sirvientes se esconden bajo las mantas, de dos en dos, para conservar el calor. Nunca hubo calefacción en sus cuartos; no es este frío el que les preocupa, sino un frío peor.

El sirviente se entrena a diario para aguantar lo difícil, pero no sabe si podrá con lo imposible. Había cierta alegría en los cuartos más humildes de la casa.

Sin la arrogancia de la señora, todo se vuelve preocupante. Muy preocupante, dice la cocinera, acostumbrada a festejar los restos del banquete. ¿Y ahora qué? Arriba andan desesperados, ¿qué no sucederá aquí abajo? Es el efecto elefante, el elefante se tropieza y te aplasta. Las mariposas tendrán que esperar otras primaveras.

Se pueden vender los cuadros, piensa la señora con razón, los leones y las cornamentas de las paredes no los quiere nadie. La caza no es una actividad rentable, ella siempre lo supo.

El señor se agarra a su escopeta Remington como si hubiera algo que matar. Ya no, la cacería por ahora se cancela. Se cancelan al menos tres fiestas más. El esquí le gustaba tanto a los niños..., pero tal vez sean felices sin la nieve. Los niños tienen esa absurda facilidad para la felicidad. También para el incordio.

Del pasado no diré nada, piensa la señora, ya no es nuestro. El arrepentimiento no produce monedas de oro, está demostrado.

El dinero, como el amante, sólo tiene razón mientras sus manos acarician un cuerpo. Ahora, nuestras manos también palpan las sombras. La señora está inquieta, y es bien sabido que las mujeres con frecuencia recurren a la mención de su cuerpo cuando piensan cosas importantes. No se las puede culpar por ello. Los hombres hacen cosas distintas, no mejores. A veces hablan de Dios.

Ningún lugar se parece ya a nuestros lugares; vivimos el dolor de dos viajes distintos. ¿Fuimos felices? Difícil de decir ahora que los recuerdos nos engañan.

Del dinero perdido se puede decir al menos lo que se dijo antes y mejor en la más vieja canción irlandesa; ataviada para el baile como estaba y nadie pasó a recogerla. Tal vez no era su belleza, sino su futuro, lo que los hombres temían. La parte más suculenta del negocio nunca existió. Muchas cosas son valientes hasta la duda y después se desmoronan.

Los sirvientes duermen poco y mal, y se presentan puntuales a las tareas del desayuno. Se animan entre ellos. Todo esto pasará. Tal vez alguien sea capaz de reinventar la alquimia que nos devuelva la paciencia o el coraje.

La criada más hermosa saca una joya de un estuche. El estuche es bueno; la joya, no. Tampoco su hijo tiene apellido. Puede que ahora, por fin, la bisutería valga algo.

La señora no ha tocado las sábanas. Sin amor y sin dinero, ¿qué le queda? Se enternece hasta las lágrimas recordando los besos a los que robó toda importancia mientras hacía grandes planes.

Si hubiésemos sido más sensatos, esta ruina tendría un nombre distinto.

Francisco Casavella se ríe desde la tumba.

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